Editorial NP: Clausura en el Frente Amplio

Editorial NP: Clausura en el Frente Amplio

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Mediante una declaración pública, el Frente Amplio ha decidido retirar su apoyo a la candidatura independiente de Camila Polizzi a raíz de declaraciones formuladas por ella durante un debate televisivo y en las que la aspirante a liderar el municipio de Concepción se manifestó contraria al aborto sin límite de causales.

En su argumentación, Polizzi puso de manifiesto su convicción de que ninguna mujer desea llegar al punto de tener que adoptar tal decisión, motivo por el cual, a su juicio, el énfasis de las políticas públicas debería ponerse en la prevención, desarrollando programas de salud, entregando más información, acompañamiento y protección, al tiempo que -agregó- frente a ciertas circunstancias específicas, validaba el acto, aunque solo en los casos recientemente legislados.

La declaración -cuyo sentido común salta a la vista- suscitó, empero, un duro rechazo de militantes y usuarios de redes sociales pro-aborto libre. Horas después, la coalición izquierdista emitía una declaración suscrita por sus actualmente cinco colectividades, informando la determinación de sus dirigencias de concluir el apoyo político entregado a Polizzi, a raíz de su postura.

El Frente Amplio declaró que, “la posición expresada en un reciente debate televisivo por la candidata independiente Camila Polizzi” (…) “relativiza los derechos sexuales y reproductivos como ejes intransables de nuestro proyecto político” y (…) “va en contra de cualquier principio feminista expresado por nuestro conglomerado”, razón por la que “la candidatura de Camila Polizzi no representa los principios políticos del Frente Amplio, y por tanto, no contará con nuestro respaldo para las próximas elecciones municipales”.

La propia candidata ha calificado la medida de “lamentable y autoritaria”, recordando que cuando recibió el apoyo de esa coalición “nunca señalaron que estaba condicionado a responder de forma irrestricta a su ideología”. En su nota pública, Polizzi concluye que la decisión “demuestra la estrechez de este conglomerado, que apuesta por la libertad de expresión, pero manifiesta, con sus actos, lo contrario”.

La penosa polémica, que si bien atañe a un cargo intermedio en el Estado, así como a un territorio local, tiene, sin embargo, alcances nacionales, tanto por la relevante aunque siempre discutible materia por la cual la opinión de la candidata fue clausurada, como por la conducta de las colectividades suscriptoras de esa alianza, un par de las cuales enarbolan con vehemencia los estandartes de las libertades y la democracia, pero excomulgan, sin más, a quienes, haciendo uso de esas libertades básicas, exponen puntos de vista que revisan la ortodoxia de sus directivas. Una polémica que, por lo demás, evidencia la lógica sustantiva por la que, fundando el ideario del Frente Amplio, se explica su rechazo a los últimos 30 años de gobiernos democráticos en el país.

Resulta curioso que una generación que nació prácticamente en democracia y que en sus declaraciones exalta el valor de la libertad, dignidad, diversidad, pluralidad y derechos humanos, se vea enfrascada en una polémica que manifiesta lo opuesto a esos valores, mostrando cuan corta es la convicción y el debido entendimiento de las consecuencias de adscribir a esos principios, así como la incomprensión de los deberes y tolerancia consistentes con la diversidad de modos de ver el mundo que conviven en sociedades abiertas y liberales.

Tal vez sea consecuencia del abandono que el país ha hecho por años de la necesidad de educar a sus juventudes en el amor a los valores, derechos y deberes que las sociedades democráticas requieren para ser tales. La democracia liberal no solo es un sistema que, fundado en un acuerdo constituyente social amplio y legitimado por la adhesión de sus partícipes, tiene como objetivo la vida armónica y pacífica entre iguales bajo esa ley, sino que exige cierta perspicacia mínima de cómo las precondiciones del compromiso social obligan a conductas que se ajusten a una praxis de esos derechos y deberes, que son los que, por lo demás, evitan que las pasiones de los más fuertes se impongan sobre las aspiraciones de los más débiles.

Desde luego, la reivindicación de verdades reveladas e irreductibles, transformadas en dogmas, no obstante legítimas aspiraciones de un sector de la ciudadanía -un pecado del cual los firmantes acusan a la “derecha reaccionaria”-, no es precisamente parte de un ideario que defienda la libertad, dignidad, derechos humanos, diversidad y pluralidad proclamada, sino resultado de pulsiones autoritarias incontroladas en las que una verdad oficial se impone sin consideración sobre las miradas de minorías circunstanciales, reduciendo espacios de divergencia creativa y progresista que entregan las libertades de pensamiento, expresión, opinión e información y que, en este caso, se niegan a Polizzi.

La democracia liberal puede parecer, por momentos, un sistema débil y en decadencia, pues, en su médula ontológica, por sobre la permanente tentación autoritaria y absolutista que emerge ante el aparente desorden de la diversidad, subyace, desde su origen, un profundo respeto al imperio de la ley y al contrato social que busca asegurar la solución de las controversias entre personas libres, mediante la aplicación de una justicia fundada en esas normas, evitando hasta la saciedad el uso de la fuerza de un Estado que se entiende al servicio del ciudadano y no al revés.

La democracia liberal protege así libertades que, en los siglos XVIII XIX y XX, eran sólo aspiraciones de minorías que, con valentía y entereza de ánimo, enfrentaron el inmenso poder de monarquías absolutas y totalitarias y que, entre otras cosas, sometieron a las mujeres con los mismos argumentos ideológicos que se reclaman, invisibilizándolas y silenciándolas hasta mediados del siglo pasado.

Ha sido, pues, el aparentemente débil motor libertario el que ha conseguido, a pesar de sus desventajas frente al fuerte, revertir infaustas dominaciones de género, raciales, políticas, sociales y económicas que han aquejado y que aquejan aún a extensas áreas del globo y de la humanidad, al tiempo que imperios de enorme poder económico, militar y cultural se han derrumbado ante esa demanda libertaria que es parte constituyente de las necesidades existenciales de la especie.

Sin embargo, vivir y experimentar entornos de libertades no significa que el libre pueda actuar “libremente” sin respetar el contrato normativo que posibilita la coexistencia pacífica, sometiendo y/o limitando las libertades de otros, lo que, en tal caso, culmina inevitablemente en el señorío del más fuerte. No es “libre” quien, en su afán de ampliar su propia libertad, socava y restringe la libertad de los otros. Atribuirse el privilegio de la razón y la verdad es justamente el curso de desarrollo argumental que, sustentado en la pura lógica del poder, justificó en el siglo XX las llamadas dictaduras del proletariado para enfrentar el dominio burgués. Es decir, el respeto al imperio de la ley, a su evolución y ajuste democrático permanente y consensuado, según transcurran los tiempos, es lo único que asegura que los libres convivan sin el peligro que los más fuertes terminen por imponer su propio modo de ver el mundo, silenciando toda disidencia y reviviendo sistemas neo-monárquicos de corte o partido único a izquierdas y derechas.

De allí que, ser verdaderamente libre, implique un enorme esfuerzo individual de superación emocional, intelectual y física que pone a prueba la real fortaleza ontológica y moral de quienes se definen como hombres y mujeres libres. Compatibilizar los principios que hacen posible sociedades liberales, pacíficas y abiertas exige una praxis política consistente que obliga a tolerar las diferencias de la diversidad y sus divergencias, buscando comprenderlas, rebatirlas y convencer a las mayorías que, con su adhesión, permiten cambiar las normas que impiden materializar ciertas aspiraciones; o escuchando al otro y entendiendo sus puntos, eventualmente, aceptar, con humildad, ser convencido por la fuerza de su razón.

La clausura aplicada por el Frente Amplio a la candidata Polizzi es, pues, una alerta sobre las conductas partisanas de una coalición que está compitiendo por alcanzar puestos de poder en el Estado y que, contradiciendo su juvenil imagen de modernidad, parece retroceder hacia tiempos en que lo correcto o moral era definido por una doxa vertical y autoritaria sobre lo “bueno” o “malo”, lo “verdadero” o “erróneo”. Una doxa ajena al cambio epocal derivado del avance de las ciencias y en la que los problemas complejos y multicausales que enfrenta la actual política pública deben ser encarados apostando a decisiones que, siguiendo el aleatorio curso del acierto-error, solo pueden aspirar a resultados mejores que otros en sus consecuencias, sin pretensiones de verdad revelada.

Tal convicción epistemológica -que aconseja la mayor humildad al tomador de decisiones- es fundante del pensamiento liberal y clave para el desarrollo de las democracias en la medida que, en tal caso, la política ya no es más una práctica guiada por certezas y afirmaciones absolutas al estilo de los fanatismos religiosos o socioculturales que caracterizaron el devenir de la historia pasada y reciente, sino un renovado campo de “dulce comercio”, conversación, transacción y negociación permanente de deseos, aspiraciones e intereses posibles de cada quien, aunque buscando siempre evitar los peores escenarios para el conjunto de cohabitantes del territorio regido por un contrato social auto acordado mayoritariamente. (NP)

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