Desde hace un par de semanas, varios países europeos viven una sicosis. En Dinamarca, Suecia, Polonia, Estonia y varios otros se han reportado avistamientos de drones misteriosos. Se vive una especie de pánico. Las informaciones disponibles indican que los desconocidos drones sobrevuelan zonas aledañas a aeropuertos y algunas infraestructuras críticas. Es tan profundo el trastorno, que se ha suspendido de manera intermitente el tráfico aéreo, los países afectados han citado a reuniones de la OTAN, hay anuncios de próximos derribos y de reforzamiento de fronteras. Aunque no hay motivos fidedignos, los países dicen sospechar de Rusia.
Lo más probable es que esas reacciones obedezcan a la presión política por encontrar rápido algún responsable. Algunos personeros, menos termocéfalos, sospechan de aficionados que han hecho de la manipulación de estos objetos voladores una auténtica fascinación. De esos que gozan generando pánico masivo.
Lo concreto es que partes importantes de Europa viven momentos intensos, fluctuando entre el pánico y la incredulidad. Sea lo que sea este episodio, se corresponde, en realidad, con el conflictivo escenario mundial en curso y que está dominado por el ingreso a una nueva Guerra Fría, cuyos contornos no están del todo claros. Menos aún los frentes que se empiezan lentamente a configurar.
La verdad es que todas estas dinámicas intensas -propias del inicio o final de grandes etapas políticas- casi por regla van acompañadas de episodios llenos de pánico e incredulidades de diverso tipo.
Cuando la Guerra Fría anterior daba señales de estar llegando a su fin, hubo un episodio espectacular que igualmente exigió la búsqueda agitada de responsables. Ocurrió en 1987 y fue el aterrizaje de una avioneta Cessna en plena Plaza Roja de Moscú, teniendo como piloto solitario a un joven alemán de 19 años de edad, llamado Mathias Rust. Sembró el pánico e incredulidades de todo tipo.
¿Cómo era posible que un muchacho haya logrado aquello sólo motivado por sus ansias de entretenimiento? El episodio provocó zozobra mundial. Nadie daba crédito que hubiese podido volar lo suficientemente bajo como para no ser detectado por las defensas anti-aéreas soviéticas. Tanto en las autoridades de la URSS (el ministro de Defensa y más de dos mil oficiales fueron destituidos), como en la propia OTAN, aseguraban presenciar algo sencillamente fuera de lo creíble. Un individuo en solitario, capaz de superar sofisticados equipos, pensados para detectar e interceptar caza-bombarderos, misiles, bombas nucleares.
Aún más, si nos remontamos más atrás, a inicios del siglo 20, años de grandes confrontaciones militares y convulsiones políticas, la aparición del submarino como arma demoró en ser digerida. Se le acusaba de arma “inmoral”, por generar pánico desde lo invisible.
Por lo tanto, independientemente de la naturaleza de estos drones furtivos en Europa, no es más que un síntoma de la nueva etapa que se observa en los asuntos internacionales.
¿Podrá América Latina hacer caso omiso a estas tendencias?
Ello no se ve posible.
Y es que las herramientas propias de la inteligencia artificial están inundando tanto la política mundial como los escenarios de enfrentamiento. Centrales y periféricos. En ese contexto, los drones se están convirtiendo en una especie de símbolo de las hostilidades híbridas. Por eso, se están instalando en el arsenal de prácticamente todos los países y se les está dando un uso intensivo. Incluso como simple instrumento de amedrentamiento. Por todo esto, resulta imposible pensar que América Latina permanezca al margen.
Aún más. Es evidente que, en las guerras en curso, como la de Rusia/Ucrania, se ha masificado el uso de drones en miniatura, muchos de carácter suicida, capaces de provocar graves daños en ataques remotos a infraestructuras críticas o bien simplemente usados para hostigar al enemigo, o generar pánico. Esta vez desde las alturas. Se han popularizado los ataques, de los llamados “enjambres de drones”, que actúan de manera coordinada y que requieren sólo de pocos operadores.
La operación “León Ascendente”, de Israel contra Irán, también fue emblemática en este tipo de materias y dejó lecciones importantes. Los drones fueron claves para alcanzar el éxito en aquella operación.
Ahora bien, estos elementos articulan necesariamente diversas interrogantes, especialmente para los países lejos del perímetro central de las guerras y que, necesariamente, deben pensar en sus propias hipótesis de conflicto, sus propias tensiones regionales y en crisis inesperadas.
Mirado desde América Latina, ¿quiénes podrían ser los proveedores de estas nuevas tecnologías? ¿Hay conciencia en la región acerca de la necesidad de adentrarse en los efectos de la robotización y automatización de los conflictos armados?
El asunto plantea fisuras no menores.
Por de pronto, se sabe que, si bien EE.UU. e Israel fueron los pioneros en estos desarrollos, ahora lo son Turquía, China, Irán y Rusia. Norcorea muy pronto alcanzará un status relevante como país exportador de estos aparatos. ¿Quiénes serán socios con quiénes?
Luego, estos equipos remotos implicarán también cambios estructurales en los ejércitos, especialmente en lo concerniente al reclutamiento y motivación de los soldados. Hay un evidente cariz des-humanizante que los drones están introduciendo en las confrontaciones hostiles, llámense guerra, conflicto de mediana o baja intensidad o simples actos de amedrentamiento.
Por ejemplo, un dron no distingue cuando un soldado saca bandera blanca ni menos hace la distinción entre blancos militares y civiles. En este cuadro, el papel tan central de los drones sugiere dificultades enormes en la tarea de persuasión y motivación para atraer combatientes regulares. Además, estos últimos años se ha eliminado el servicio militar obligatorio en numerosos países, especialmente europeos.
La propia acepción de lo “heroico” empezará a mutar. El carácter “heroico” se está empezando a atribuir cada vez más a operadores de drones. Es la experiencia de las guerras ruso/ucraniana y de la citada operación “León Ascendente”.
En América Latina irá cobrando relevancia la ampliación de su alcance a actores no estatales, incluyendo a grupos irregulares y terroristas. De hecho, el cartel de Sinaloa y otros grupos delictivos han empleado drones marítimos para transportar droga. Lo mismo han hecho grupos residuales colombiamos. Y las personas a admirar serán quienes sean más diestros con estos objetos voladores.
En definitiva, los drones son ya los protagonistas de los conflictos híbridos. Es altamente probable que los avistamientos sospechosos en Europa del norte sean parte de esa hibridez. Los “enjambres”, las nuevas tecnologías que permiten ataques quirúrgicos y con altísima precisión, la diversificación de las tácticas de inteligencia y los nuevos dilemas éticos, dejaron de ser ejercicios especulativos o posibilidades a futuro.
Más allá del pánico y la incredulidad respecto a los drones, conviene pensar en las ventajas de su maniobrabilidad, en los imperativos que plantean por sí mismos y en los costosos equipamientos anti-drones. Tendencias inevitables. (El Líbero)
Iván Witker



