En las últimas semanas, el presidente Donald Trump anunció la Semana del Anticomunismo y promulgó la Ley de Implementación de las Garantías para Taiwán. Aunque estos desarrollos pueden parecer lejanos para América Latina, ambos forman parte de un reajuste estratégico que está modificando la relación entre Washington, Pekín y el resto del mundo.
Un giro normativo y discursivo
El 7 de noviembre, la Casa Blanca declaró la Semana del Anticomunismo, destacando los costos humanos asociados a los regímenes comunistas. Según The Guardian, esta iniciativa refleja la intención de Washington de reinstalar una dimensión ideológica en su política exterior. El 2 de diciembre, el gobierno estadounidense dio un paso adicional al exigir que el Departamento de Estado revise cada cinco años sus lineamientos de interacción con Taiwán. Tal como señaló Reuters, esta medida institucionaliza un vínculo político que antes operaba en un terreno más flexible.
El trasfondo estratégico
De acuerdo con Financial Times, la competencia entre Estados Unidos y China se ha desplazado desde lo comercial hacia un ámbito de legitimidad institucional. Ante la creciente influencia china en sectores tecnológicos y financieros, Washington combina una narrativa doctrinaria representada en la Semana del Anticomunismo con un instrumento jurídico que refuerza la presencia estadounidense en el Indo Pacífico. El objetivo es ofrecer a los aliados un marco más definido y reducir los espacios de ambigüedad.
La reacción de Pekín
China rechazó la nueva ley por considerarla una interferencia en sus asuntos internos y un estímulo para el independentismo taiwanés. Aunque la Semana del Anticomunismo es una decisión simbólica, el cuestionamiento explícito al modelo político comunista introduce una dimensión adicional a la disputa bilateral y profundiza la rivalidad entre sistemas políticos.
Las motivaciones de Washington
La secuencia de ambas decisiones revela una estrategia que articula relato e institucionalidad. Estados Unidos busca reconstruir un frente democrático más cohesionado y, al mismo tiempo, establecer parámetros que obliguen a terceros países a definir su posición frente a la creciente influencia de Pekín.
Implicancias para América Latina
Este reordenamiento ya tiene manifestaciones concretas en la región. En Honduras, la reciente elección presidencial, junto con el indulto otorgado por Trump al exmandatario Juan Orlando Hernández, situó a Washington en el centro del debate político en un país que había reorientado su política exterior hacia China en 2023. En Venezuela, la presión militar y económica ejercida por Estados Unidos contrasta con el respaldo diplomático que China otorga al gobierno de Nicolás Maduro, lo que configura uno de los puntos más visibles de la competencia entre ambas potencias en el hemisferio. En Colombia, las tensiones entre la administración Trump y el gobierno de Gustavo Petro en materias migratorias y de seguridad han llevado a ciertos sectores políticos a intensificar vínculos con Beijing, fenómeno informado por The Washington Post.
Estos casos muestran que América Latina ya no se sitúa en la periferia del orden internacional en transformación. La región enfrenta un entorno en el que las decisiones de política exterior requieren evaluar no solo los beneficios económicos inmediatos, sino también las consecuencias institucionales y estratégicas que implica definirse frente a las dos principales potencias del sistema global. (Red NP)
Andrés Liang
Analista en política internacional y relaciones Asia-Latinoamérica



