Discurso fúnebre

Discurso fúnebre

Compartir

Pericles, “el primer ciudadano de Atenas” como lo llamó el historiador Tucídides, fue un destacado jurista, magistrado, general, y político ateniense, a quien correspondió dirigir a sus compatriotas en los primeros años de la Guerra del Peloponeso. En ese contexto, con ocasión del funeral de parte de las víctimas con Esparta, pronunció el “Discurso Fúnebre de Pericles”, considerado uno de los más importantes testimonios de cultura y civismo de la Antigüedad. En cierta forma en éste, definió el espíritu profundo de la democracia ateniense y los valores que explicaban su grandeza.

En momentos en que Chile sigue penosa y pasmosamente atrapado no solo en un dilema constitucional, sino que en un complejo período de estancamiento social, cultural y económico, ensimismado y con una notoria parálisis gubernamental, resulta urgente una reacción. En palabras de Pericles lo que perjudica a la acción no es “el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión…”. Por ello, es tiempo de apelar a las bases geológicas sobre las cuales se estructuró nuestra patria y su institucionalidad.

En este sentido cuestionar la legitimidad del mecanismo que se defina para redactar un nuevo texto constitucional o reformar el actual, esconde la silenciosa guerra de desgaste que llevan adelante quienes han tratado subversivamente de destruir nuestra democracia. Ello pues es indiscutible que el Congreso Nacional posee plena representatividad tanto para conducir ese proceso, como para encargarlo a un grupo de expertos u otras personas que con ciertas características puedan acometer la tarea, o incluso, para entregar la potestad constituyente a un nuevo grupo de ciudadanos electos. Todas las alternativas son igualmente válidas, por lo que pretender que unas sean más legítimas que otras es una falsa disyuntiva, en especial a la luz del hecho que toda propuesta deberá ser ratificada en un plebiscito nacional.

Se trata en consecuencia de una discusión estéril, salvo en cuanto ilustra cómo el espacio político se ha transformado en un campo de batalla en el cual algunos obsesivamente persisten en el esfuerzo por desacreditar la institucionalidad democrática. Hay en ello un intento ideológico frustrado -hasta ahora- que se sostiene en la deslegitimación del orden establecido. La paradoja es que atacan la democracia desde adentro y en su nombre. Desean sepultar las reglas del juego de nuestra democracia, al extremo que en los análisis políticos de estos años ha habido más obituarios que propuestas sensatas.

Así, para precaver un tardío discurso fúnebre, sería bueno recordar que “la democracia no es la presencia de los ciudadanos en los lugares donde se toman las decisiones, sino más bien el hecho de que las instituciones electivas y los electos puedan ser juzgados por la ciudadanía” (Daniel Innerarity).(La Tercera)

Gabriel Zaliasnik