Desfile militar chino: la fuerza en las RR.II.

Desfile militar chino: la fuerza en las RR.II.

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El desfile de las fuerzas armadas chinas fue impactante. Le siguió una exitosa cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai, con veinte jefes de Estado o Gobierno como invitados. Fue un mensaje al mundo entero. Un verdadero relato de poder.

Con esta demostración de fuerza militar y política por parte de China se reabre un viejo debate al interior de los estudios internacionales. Aquel que discurre acerca del peso relativo de la fuerza y del diálogo y que plantea una duda capital, ¿cuál de los dos es el factor predominante?

Hasta hace muy pocos años, la respuesta era unívoca. Había un consenso bastante extendido respecto a las características del ordenamiento alcanzado tras la Segunda Guerra Mundial. La balanza se había inclinado en favor de la paz y el diálogo. Fue tan apabullante el ascenso de una Europa unida y de la distensión (o coexistencia) entre EE.UU. y la URSS, que pareció casi imposible volver a desatar la fuerza y la violencia extrema. Se entendía que se había alcanzado un avance «civilizatorio». Incluso las Naciones Unidas creyeron posible hacer un aporte inédito, el de los cascos azules. Se popularizaron las operaciones de paz para aquellos sectores más apartados, levantiscos y paupérrimos del planeta.

Se creyó que el mundo desarrollado (liberal y occidental) traccionaría a todos en esa dirección. El beneficio generalizado vendría de la mano del multilateralismo y de los flujos constantes de bienes, personas y capitales. Se visualizaba un diálogo colaborativo dominando sin contrapesos. Muchos países occidentales abandonaron el servicio militar obligatorio, pues el conflicto armado parecía relegado a las mazmorras de la historia. Las disputas podían ser graves, pero, al final de cuentas, eran “domesticables”. El derecho internacional era el nuevo dogma de fe.

Sin embargo, el impresionante desfile chino es un indicativo que las cosas han cambiado. Una parada militar de tales características marca necesariamente un punto de inflexión. Si ese no era el objetivo, ¿para qué hizo entonces una demostración tan ostentosa en lo militar?

En realidad, lo exhibido fue un llamado a no banalizar más la ubicación de China en el escenario mundial. Un deseo a no ser visto más como la simple usina del mundo, o como una “generosa” institución crediticia. O como si estuviera gobernada por un dictadorzuelo que se aprovecha de elementos de la economía de mercado.

Muy por el contrario, miles de soldados, centenares de sofisticados cazabombarderos, sistemas de interferencia electrónica, armas hipersónicas, tecnologías de defensa aérea y antimisiles, drones gigantes, así como misiles de alcance planetario (todo de fabricación nacional), es un conjunto que habla por sí solo. Es un indicativo indubitable de una clara decisión política respecto a su deseo de protagonizar la lucha por la hegemonía mundial; de forzar su participación en la reconfiguración del orden mundial. ¿Qué porcentaje de su PIB estará destinando a su equipamiento bélico?

Y, aparte de China, basta ver el resto del mundo de hoy y añadir, por ejemplo, las imágenes y la retórica en torno a la situación en Gaza y en Ucrania, entre Pakistán e India, entre los países que circundan el Mar de China Meridional, el estrecho de Hormuz, así como en ese avispero llamado Yemen y en muchos otros lugares. El listado es numeroso. En todos ellos se ve que las demostraciones de fuerza están a la orden día.

También hay que tener presente la parte discursiva de esta tendencia general. Extremadamente gráfico fue la devolución, a la cartera encargada de las cuestiones militares en EE.UU. de su nombre original -el de Departamento de Guerra-, dejando atrás el de Departamento de Defensa. Este último había surgido como imperativo de la época surgida al terminar la Segunda Guerra Mundial. Imposible un símbolo más prístino.

Por último, hay algunas cuestiones que, si bien son puntuales, son igualmente prístinas. Ahí está el susto que se llevó Ursula von der Leyen hace un par de semanas, cuando su avión en pleno vuelo sufrió la interferencia electrónica de sus sistemas de navegación y sólo pudo aterrizar gracias a esas viejas cartas análogas y a la pericia del piloto.

En síntesis, se ha arribado a los albores de una nueva guerra fría. Y eso responde a que el mundo, en realidad, sigue siendo extraordinariamente complejo y diverso.

Ya hay trazos muy concretos de lo que esto significa. A lo menos: una lógica multipolar con eje en las potencias dotadas de grandes capacidades tecnológicas, en alianzas pragmáticas, en la preeminencia del concepto seguridad nacional y en la constatación de esas tremendas fracturas heredadas de la vieja arquitectura multilateral. Se están recreando “zonas de influencia” con densidad real. Una especie de nuevos campos gravitacionales. Es un esquema con pocas reglas y sumamente ígneo.

Lo interesante es que esta atmósfera generalizada no sería tal si no llegase también hasta América Latina.

El estrepitoso ataque (con misil) contra una lancha de narcos frente a las costas venezolanas, por parte de una poderosa flota naval estadounidense allí desplegada, lo confirma. Se trata de una señal vistosa. La fossa regia en esta región será, al menos en su etapa inicial, la definición que tome cada país respecto al crimen organizado. Los realineamientos bajo ese criterio están empezando a ser ineludibles.

La región parece, por ahora, preferir la intemperie, o una ligera satisfacción tratando de intentar la neutralidad. Otros invocan a los dioses para que la lejanía geográfica de los grandes focos de conflictividad no obligue a tomar partido. Algunos consideran que los salvará esa búsqueda infinita de la “profundización democrática”. Unos cuantos estiman más seguro esperar que las cosas decanten, sedimenten, apostando a que estos asuntos tienen, por ahora, poco efecto en las experiencias cotidianas.

Sin embargo, ese es un letargo sin viabilidad. Lo más probable es que los palestinos que habitaban o vivían en esas torres en altura de la capital gazatí, y que fueron derribados mediante bombardeo de precisión, pensaban algo similar.

Es verdad, América Latina cuenta poco. Pero, por lo mismo, y aunque suene a afrenta a los oídos susceptibles a la hermandad latinoamericana, los países de la región empezarán, en este nuevo cuadro, a valer más individualmente que como conjunto. Y se ubicarán mejor en este mundo, aquellos que actúen con flexibilidad y realismo.

El desfile militar chino ha sido una enorme señal de lo que se avecina. La marcialidad y especialmente esa demostración de armamento diverso, costoso, e inconfundiblemente poderoso, ha dejado atrás esa hermosa frase del Principito -“lo esencial es invisible a tus ojos”. Fue una ceremonia hecha para ser vista. Fue transmitida a todo el globo por si alguien tenía dudas. (El Líbero)

Iván Witker