Las grandes responsabilidades corresponden ciertamente a los concertados y a los comunistas, por empujar un proyecto tan dañino para Chile, pero no existe un derechista serio que eluda la gravedad de su propia apatía, de su negligencia para enfrentar la embestida izquierdista. Por eso, los que reaccionan se preguntan: ¿dónde se puede aportar?, ¿con quiénes me puedo asociar para construir un proyecto de auténtico bien común?
Las contestaciones disponibles son tres. Por una parte, la posibilidad de colaborar con un partido único, si llegara a formarse. En una primera aproximación, qué bien suena; pero a continuación el derechista biempensante rechaza la posibilidad de incorporarse a una opción así: no se imagina dentro de un conglomerado amorfo, sin auténticas convicciones, planteado solo con el objetivo de maximizar resultados electorales. Y, además, la idea de convivir en una misma colectividad con «estos y aquellos», a los que no soporta, le resulta inconcebible. Los izquierdistas, por amor concupiscible al poder, pueden superar sus antipatías mutuas. En la derecha, eso no es posible.
La segunda opción, la que hoy se explora, es la de una federación de cuatro o más grupos. Muchos derechistas consideran que esa es la fórmula deseable como resultado final, pero al momento de analizar a cada uno de sus componentes se preguntan: ¿a cuál de los cuatro grupos me vinculo? Y, de nuevo, aparece el rechazo: con los dos más antiguos no quieren nada, porque en la etapa final de sus treinta años de actividad no han demostrado ser confiables, sólidos, transparentes; y a los dos grupos menores, el PRI y Evópoli, poco los conocen y los estiman en clara desproporción respecto de las dos opciones de más trayectoria, la UDI y RN. ¿Qué tiene de raro que el elector derechista dispuesto a vincularse con la vida política en tiempos de crisis pida un mínimo de seguridad para comprometer su afiliación? ¿Y qué tiene de extraño que no lo perciba en ninguno de los grupos de esta eventual federación?
Solo queda una alternativa disponible para quienes buscan involucrarse tanto en la oposición al designio socializante de Bachelet como en la reformulación del proyecto de sociedad libre y responsable: comenzar de nuevo con tres iniciativas que de verdad reflejen las auténticas opciones con las que cada uno de los electores derechistas simpatiza: el conservantismo, el liberalismo o el socialcristianismo.
Si antes de la próxima debacle electoral se pudieran organizar esas tres colectividades, es posible que ellas lograsen resultados medianamente aceptables en las municipales y parlamentarias 2016-17. Porque si hasta los actuales partidos de la nueva federación han profetizado lo dramática que será su situación en las urnas, ¿no sería mejor sacar la lógica conclusión y afrontar esas instancias con otros proyectos, otras etiquetas y otras caras?
Los tres nuevos partidos podrían atraer a esos ciudadanos hoy sin referencia, quienes podrían contribuir a formar instituciones coherentes con máximos comunes en su interior, llenas de caras nuevas, dueñas de proyectos de chispeante creatividad. ¡Cómo recuerda ese anhelo a la UDI de Guzmán del 83! Bueno, y si no sucede antes de las dos próximas elecciones, habrá que intentarlo después.