En una reciente columna, Juan Manuel de Prada rescata la insistente advertencia que hacía G.K. Chesterton sobre la visión progresista del hombre y de la sociedad: «para salvarse, al hombre no le bastará con bajarse del tren del progreso, sino que tendrá que darse la vuelta, hasta llegar a la encrucijada donde tomó el camino errado». Ante el error, no basta con detener el rumbo equivocado, sino que hay que “retroceder”, lo que plantea dificultades inherentes a las circunstancias temporales y estructuras presentes de cada sociedad y época. Lo anterior también aplica a la vida de los países y Chile pronto conocerá si el tren continuará su camino al precipicio o será capaz de detener y, lentamente, echar marcha atrás.
Ese abismo pareciera ser el resultado del caos que se desataría si las crisis nacionales no se resuelven. El crisismo (la explosión coetánea de múltiples crisis) desde 2019 en adelante obedece o a una tendencia de magnificar la gravedad de determinados problemas sociales para atraer atención nominándolos como “crisis” y priorizar su solución o al anticipo de una insostenibilidad cada vez más grande del Estado y de la sociedad. En el fondo, como a todos los problemas se les trata de crisis, cuesta priorizar. Los representantes de cada gremio, sector o ámbito en crisis considerarán que es evidente que lo propio se encuentra en ese grave estado. Es lo que vemos con las crisis en delincuencia e inmigración ilegal, economía e inversión, salud (y salud mental), educación, vivienda y trabajo, por nombrar las más citadas. También hay una crisis laboral, de pensiones, de natalidad, de probidad administrativa y judicial, etc. Y así, suma y sigue.
Por supuesto, las distintas crisis que vivimos (y su solución) no se explican si es que no se mira la crisis moral que corroe a Chile hace décadas: el olvido de Dios y la pérdida de cualquier sentido de trascendencia, la desvalorización de la familia y el matrimonio y el fortalecimiento de un individualismo radical que conoce mucho de derechos y casi nada de deberes. Retomar la conducción no consiste en reducir, en una visión material y asistencialista del bien común, la puntería sobre la técnica correcta para resolver las necesidades sociales, sino, especialmente, atender aquella dimensión espiritual cada vez más abandonada, y que es la otra cara de la moneda.
Ahora bien, ¿todas las crisis se originan en el gobierno de Gabriel Boric y de su sector político? Evidentemente no, no todas. Hay crisis que se remontan a los gobiernos anteriores o cuyas señales no se advirtieron. Pero también es evidente que el camino elegido por este gobierno para enfrentarlas no ha dado resultados.
Luego de la victoria del Rechazo, el Presidente sostuvo que “no puedes ir más rápido que tu pueblo ni pretender adelantarse a tu tiempo”, por lo que “tendremos que ir más lento”. Como muchos criticaron, el oficialismo veía que se trataba de un problema de velocidad y no de dirección de los cambios -verdaderas transformaciones estructurales de la sociedad-. Para ellos, el Rechazo fue una activación del freno de emergencia de un tren que los llevaba muy rápido al “paraíso”. Pasado el susto, el tren, si bien más lento, siguió avanzado en la misma dirección. La elección de ayer (y la segunda vuelta) indicarán si los chilenos pretenden acelerar el rumbo o tirar del freno, pero esta vez, además, si se decidirán a desandar el camino.
Si los diagnósticos y soluciones del gobierno sobre los problemas de los chilenos son incorrectos, no basta con el cambio de timón. No tiene sentido simplemente cambiar la dirección si seguimos avanzando paralelamente al precipicio, porque el peligro de caer no nos abandonará. Hay que alejarse de él. ¿Esto significa que hay que hacer un borrón y cuenta nueva? No, hay que distinguir aquello que sea bueno y útil, que permanezca y se mejore, aquello que sea perfectible, que se corrija y se enmiende. Pero aquello que está mal planteado de raíz, que provoca un daño, que se detecte la fuente y se elimine. Corresponderá que este ejercicio, orientado por la prudencia, se realice en cada área crítica del Estado y de la sociedad.
Para cerrar nuestra analogía, no decimos que hay que desenganchar la locomotora del resto de los carros y colocarla en el sentido opuesto. Hay que revisar cada vagón, sacar lo inútil y lo pesado de cada uno o incluso desechar más de algún vagón en mal estado, limpiarlos, poner marcha atrás y ahí, solo ahí, emprender nuevo rumbo buscando el verdadero bien común para todos los chilenos. (El Líbero)
Roberto Astaburuaga



