Derrocar el capitalismo

Derrocar el capitalismo

Compartir

El Presidente Gabriel Boric reconoció en la BBC que “una parte de mí” quiere derrocar el capitalismo en nuestro país.

Curiosa forma de salir al mundo a mostrar las bondades de Chile para invertir. Como si el dueño de un restorán invitara a pasar a su local, pero reconociera que una parte de él quiere envenenar a los comensales.

Qué significa, en primer lugar, “una parte de mí”, es una pregunta no resuelta. Porque cabría preguntarse qué es lo que quiere la otra parte. Y claro, lo que hace el Presidente no es más que explicitar la existencia de “dos almas” al interior de él mismo. El “otro Boric” había dicho dos días antes que “el sector privado tiene una capacidad de innovación que supera al Estado”. Dos personajes en uno. Dos presidentes compartiendo la misma banda. El Dr. Jekyll, que cada tanto se transforma en Mr. Hyde…

Más allá de las contradicciones que aparecen, una y otra vez, la pregunta de fondo que hay que hacerse es ¿qué significa derrocar el capitalismo?

O más bien, ¿existe una alternativa al capitalismo?

Existió.

Marx estaba convencido de que el capitalismo no era sostenible. Que tenía el germen de su autodestrucción y que, por lo tanto, no era más que el eslabón de una cadena en la historia. Por lo tanto, su llamado era a adelantar lo inexorable: el fin del capitalismo. Lo mismo que desea una parte de nuestro Presidente.

Y si bien Marx pensaba que la revolución ocurriría primero en la sociedad más capitalista conocida (que era Inglaterra), ella se inició en Rusia y después se extendió a muchos otros lugares. Lo que vino después es por todos conocido: muertes, hambre, miseria y falta de libertad.

Así las cosas, hoy son pocos los que se atreven a ir tan lejos como esa parte de Boric. Mazzucato, la economista rockstar e inspiradora del Frente Amplio, cree que el capitalismo se puede orientar hacia un futuro “innovador y sostenible”. Otros referentes de la izquierda, como son Stiglitz y Krugman, hablan de la necesidad de avanzar hacia el “capitalismo progresista”.

Pocos se atreven, en pleno siglo XXI, a ir tan lejos como ese fragmento presidencial.

Porque el capitalismo, entendido como una sociedad en que se mueve por el interés propio, que hay propiedad privada, que la empresa juega un rol fundamental en la sociedad, en el que los intereses individuales se tienden a armonizar con el interés público, parece ser propio de la naturaleza humana. Así, todo intento de crear un “hombre nuevo”, solidario y altruista, ha chocado con la dura realidad. El propio Aristóteles le enrostra a Platón que los males de la sociedad no vienen de la existencia de propiedad privada, sino que de la “maldad humana”, para desincentivar las propuestas utópicas de su maestro.

Por cierto, el destino no es inexorable, ni se puede renunciar a fortalecer la dimensión ética a las relaciones sociales. También es legítimo aspirar a concebir distintas formas de capitalismo: con más o menos Estado, con más o menos impuestos, con más o menos ámbitos públicos. Así, la pregunta se transforma en cuántos diques se le quiere poner al río y cuantos desvíos se le quiere hacer a su curso natural.

Pero buscar derrocar el capitalismo no es más que una utopía o, derechamente, un infantilismo. Porque no hay con qué reemplazarlo.

La vocera de Gobierno, Camila Vallejo, fue más lejos y, en medio de una algarabía, confirmó la intención de derrotar al capitalismo para crear el “Estado de bienestar”. Peras que son manzanas y manzanas que son peras. Porque las sociedades de bienestar se han desarrollado, precisamente, en sociedades capitalistas (al menos es un avance que, dada su militancia comunista, aspire a eso y no a la sociedad comunista en la que cada uno pueda “cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado al atardecer y criticar después de cenar”).

Pero conciliar las partes del Presidente es más difícil. El que un día exalta la capacidad de innovación privada y que dos días después quiere matar al capitalismo.

Tal vez no haya que escudriñar en las profundidades intelectuales para describir el fenómeno. Tal vez basta con recurrir al legendario Carlos Caszely: “No hay por qué estar de acuerdo con lo que uno piensa”. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias