Democracia y encuestas

Democracia y encuestas

Compartir

Me preguntaron una vez, en una entrevista, cuándo creía yo que se “había jodido” Chile, y mi respuesta automática fue “cuando el Partido Socialista eligió como su candidato presidencial a quien, en ese momento, era el más popular en las encuestas (el cual, por cierto, perdió la elección) desechando al expresidente Lagos, quien había probado con creces sus capacidades para gobernar. Igualmente, tengo la certeza de que lo más probable es que por encuestas jamás se habría elegido a don Patricio Aylwin como primer candidato presidencial de la Concertación y que esa decisión fue el producto de un análisis político serio, que ponderó todos los complejos factores y desafíos del momento, y estuvo inspirada por una visión no meramente electoralista, sino de largo plazo que resultó providencial. No imagino a nadie más indicado que él para encabezar el exitoso proceso de transición pacífica hacia la democracia.

¿Por qué los resultados de las encuestas no sirven para definir el futuro del país? Porque cada estudio arroja un resultado diferente, ya que es la fotografía de un momento específico y en política “una semana es un tiempo muy largo” y todo puede variar en un instante debido a eventos políticos, escándalos, debates y otros factores; y porque no siempre han sido buenas predictoras de los resultados finales. Más aún, muchas veces los candidatos bien posicionados en las encuestas reciben apoyo meramente por estar arriba, sin que se evalúen realmente sus méritos y corriendo el riesgo de dejar fuera a líderes con propuestas y equipos más aptos para gobernar. Pero para mí la razón principal es que una elección debe dar la posibilidad de que las corrientes de opinión que claramente existen en el país estén representadas, al menos en una primera vuelta, permitiendo un voto que no sea meramente instrumental, sino que muestre las preferencias reales de los electores. En segunda vuelta habrá espacio para el voto oportunista que apuesta a ganador y para elegir el mal menor.

Estas reflexiones me surgen ante la sugerencia de algunos políticos de derecha que quisieran impedir la competencia de la candidata de Chile Vamos en los próximos comicios, pues si así ocurriera, las fuerzas de la moderación, de la búsqueda de diálogo y acuerdos, sin los cuales el país solo se puede estancar, quedarían sin representación. Y con ello condenaríamos también al silencio a todos aquellos ciudadanos que conformaron grandes mayorías para rechazar dos procesos constitucionales por considerarlos extremos.

El siempre sabio filósofo Edmund Burke definió ya en el siglo XVIII que los dirigentes políticos no deben solamente acatar los deseos y opiniones de sus electores, sino que deben usar su juicio y su conciencia para elegir lo mejor para su país. Es su deber deliberar y decidir sobre la base de sus conocimientos, su experiencia, su juicio moral, su integridad y sabiduría, incluso si ello contraría la visión de sus electores, porque el interés nacional importa más que la popularidad momentánea.

No hay que olvidar que la democracia es un método de gobierno, pero tiene también un rol educativo, un cierto tipo de aprendizaje, que promueve ciertos valores, conductas y hábitos, y forma y desarrolla ciudadanos.

Alguien me enseñó que uno debe votar como si de su voto dependiera el resultado final. Por ello es necesario preguntarse, ¿quién quiero yo realmente que gane? Yo, al menos, quiero alguien con experiencia en gestión pública, coherente con sus principios y con un programa sólido que responda a los problemas reales de nuestros conciudadanos. Por sobre todo, en este nuestro país tan dividido y fragmentado, a alguien que pueda articular apoyos más amplios y construir consensos, unir distintas sensibilidades y saber convocar a equipos competentes. No basta ganar una elección: hay que saber gobernar. (El Mercurio)

Lucía Santa Cruz