El Partido Comunista y el Frente Amplio han calificado la reforma al sistema político como “antidemocrática”. Es una declaración seria, grave incluso, si se toma al pie de la letra. Pero también es profundamente contradictoria cuando viene de sectores que han relativizado -o incluso elogiado- modelos políticos como el cubano, donde no existen elecciones libres, ni alternancia en el poder, ni prensa independiente. ¿Cuál es, entonces, su vara para medir la democracia? De Venezuela y Nicaragua ni hablar….
Resulta inquietante que se invoque la “defensa de la democracia” para oponerse a reformas que justamente buscan corregir una de sus principales disfunciones en Chile: la fragmentación parlamentaria extrema. Hoy tenemos un Congreso compuesto por más de 20 partidos, muchos sin anclaje real en la ciudadanía, que hacen inviable cualquier proyecto de gobierno. No hay gobernabilidad posible sin una mínima capacidad de articular mayorías, sin responsabilidad política de los partidos y sin incentivos que premien la coherencia y no el oportunismo electoral.
Esta situación no es solo teórica. En los últimos años, Chile ha vivido un ciclo de gobiernos debilitados por la imposibilidad de implementar sus programas, arrastrados por la lógica de la obstrucción, la dispersión y el veto cruzado. Los díscolos, quienes incapaces de llegar a acuerdos van de partido en partido. Esa es la verdadera amenaza a la democracia: un sistema que se vuelve incapaz de responder a las demandas sociales porque sus engranajes están rotos.
La reforma al sistema político no busca instaurar un régimen autoritario ni silenciar a nadie. Busca que quien gane una elección tenga las condiciones mínimas para gobernar, que los partidos actúen con responsabilidad y que el Congreso deje de ser un mosaico ingobernable de intereses personales o caudillistas. Eso es fortalecer la democracia, no debilitarla.
Es legítimo que existan diferencias sobre los detalles de la reforma. Es curioso que el Frente Amplio, que es la unión de varios partidos, estén en contra de esto.
¿Puede una reforma debatida en democracia, promovida por sectores democráticamente electos y que busca corregir algunos de los vacíos de nuestra institucionalidad ser calificada de antidemocrática?, ¿o lo que se considera antidemocrático es, en realidad, un cambio que amenaza ciertas zonas de comodidad o privilegio político?, ¿o será que les conviene la fragmentación de los otros partidos? Divide y reinarás…
La democracia no es sólo el derecho a votar, sino también la capacidad de que el voto tenga consecuencias. Un sistema político que no permite gobernar no es más democrático por ser más disperso; es simplemente más disfuncional. Y hoy Chile necesita menos consignas y más soluciones. El verdadero acto democrático es atreverse a cambiar lo que ya no funciona.
Los candidatos oficialistas a la próxima primaria son parte de este enjambre de contradicciones. (El Lìbero)
Iris Boeninger



