Las elecciones siempre son disputas sobre cuál será el concepto fundamental que ordene las preferencias del electorado. Si la contienda de 2025 se convierte en una elección entre el cambio y la continuidad, probablemente alguna candidatura de oposición saldrá victoriosa. Pero si la campaña termina siendo una disputa entre el pueblo y la élite, la candidatura de Jeannette Jara bien pudiera comenzar a tomar fuerza y ganar viabilidad. Aunque sea una candidata que representa mucho más la continuidad que el cambio, Jara personifica mucho mejor esa imagen del pueblo que quiere rebelarse contra la élite que lo abusa y oprime.
Las campañas presidenciales siempre se reducen a un par de narrativas que ordenan las heterogéneas preferencias del electorado. Las razones que llevan a la gente a tomar su decisión sobre por quién votar mezclan factores de largo plazo -como la condición de clase, la religión, ideología o socialización política- con variables de corto plazo, como la percepción económica, su aprobación o rechazo al gobierno saliente, y qué tanto les creen a las distintas candidaturas que compiten por los votos. Si bien hay personas que siempre votan de la misma forma -el voto duro- hay otros que se deciden a última hora y muchos que cambian de posición a medida que van conociendo mejor a los candidatos.
Desde 2009, en Chile siempre ha ganado el mensaje de cambio en las elecciones presidenciales. Después de 4 victorias consecutivas de candidatos de la centroizquierdista Concertación entre 1989 y 2005, los chilenos han votado por un candidato de cambio en la segunda vuelta de la elección presidencial en cuatro contiendas consecutivas. En noviembre de 2025, si la elección vuelve a ser entre una candidatura que representa la continuidad del gobierno de Gabriel Boric y varias candidaturas que abogan por el cambio, lo más probable es que Jeannette Jara salga derrotada y el próximo presidente de Chile sea alguien que promete cambios profundos en los temas que más importan a las personas, como la delincuencia, la inmigración y la economía.
Pero la campaña de 2025 pudiera centrarse en otras prioridades de la gente. Desde hace varios años, las encuestas muestran que la gente está profundamente descontenta con las élites políticas y empresariales del país. La gente cree que la clase política se preocupa de sus propias necesidades y no de lo que la gente necesita. La gente percibe que la élite económica y empresarial del país no juega limpio. Los responsables de los escándalos de corrupción y colusión no son castigados debidamente. Los ricos y poderosos no pagan sus delitos con cárcel, solo son obligados a ir a cursos de ética. Ese descontento popular con las élites pudiera convertirse en el principal campo de batalla de esta campaña electoral. Si eso llega a ocurrir, entonces los candidatos que parezcan representar a la élite tendrán un camino cuesta arriba para ganar la elección. La victoria de Jeannette Jara en las primarias pareció representar la rebelión de los de abajo contra la élite de la izquierda. Mientras los líderes de los partidos tradicionales de izquierda y la élite tecnocrática del gobierno apoyaban a Tohá, Jara se esmeraba en ganarse el apoyo de los sectores populares. Su aplastante victoria fue también la derrota de las élites frente a una candidata que parecía representar a los de abajo.
Es cierto que la narrativa pueblo versus élites pudiera no cuajar. Hay buenas razones para creer que el pueblo pudiera estar más preocupado de la delincuencia y del empleo que de castigar a las élites. Jara sacó una votación apenas por sobre la que obtuvo Daniel Jadue hace cuatro años. Buena parte de su votación se explica por el apoyo minoritario que siempre tiene el Partido Comunista. Si bien es incuestionable que hay mucha gente molesta con las élites, la baja participación en las primarias oficialistas deja en claro que la gran mayoría de los descontentos ni siquiera se molestó en salir a votar. Es más, como fue figura importante en el gobierno de Boric, Jara tendrá problemas para explicar por qué hará en los próximos cuatro años lo que su gobierno no fue capaz de hacer en estos cuatro años.
Pero mientras no sepamos cuál sea la narrativa que defina la campaña presidencial en el segundo semestre, no debiéramos dar por decidida esta elección. Es cierto que las condiciones parecen más favorables para un candidato de oposición que logre enarbolar las banderas de la lucha contra la delincuencia, la inmigración ilegal y la reactivación económica. Pero si la campaña se convierte en una disputa entre el pueblo descontento contra la élite gobernante, entonces la ventaja electoral la tendrán aquellas candidaturas que prometan un cambio que implique el castigo y la derrota de esas élites política y empresariales que la gente culpa por los problemas que afligen al país. (El Líbero)
Patricio Navia



