Déficit republicano en el FA

Déficit republicano en el FA

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El FA está en etapa de definiciones: prepara un congreso político; se propone una nueva organización; diversas vertientes alcanzan nitidez, de territoriales a utopistas, de liberales a partidarios de Maduro. Entonces, adquieren especial importancia las decisiones doctrinarias que el FA adopte.

En ese contexto, se ha de reparar en lo que he llamado una precariedad ideológica en el FA, en especial, de quienes siguen tesis de Fernando Atria. Para éste, el mercado como institución es campo de alienación; la deliberación coincide con el reconocimiento del otro y cierta plenitud; se ha de desplazar el mercado por un régimen de derechos sociales en áreas enteras de la vida social. Pienso, en cambio, que el mercado puede no ser ámbito de alienación; dotado de un marco adecuado, es un mecanismo irreemplazable de distribución de poder social. La deliberación, aun cuando sea plena, no coincide con el reconocimiento del otro. Ella es generalizante: allí vale lo plausible para una generalidad; así, es hostil a lo raro, lo “políticamente incorrecto”, lo único del individuo. No se sigue, por tanto, que deba desplazarse al mercado por un régimen de derechos sociales.

Carolina Pérez y Daniela Dresdner, de RD, reaccionan a mis planteamientos con una carta y una columna. Si Atria se encierra en el dogmatismo que se niega a argumentar bajo el supuesto de una especie de iluminación, debe celebrarse la disposición de Pérez y Dresdner a discutir.

Indican que el mercado no es, como yo sostengo, “forma de distribución del poder social, sino más bien difuminación del mismo”. Más allá de la dificultad de distinguir los términos, ambos apuntan a lo que quiero decir: si el poder económico y el político se concentran en las mismas manos -llámense: “Estado”, “grupo económico dominante”, “asamblea”, etc.-, luego la libertad de los sometidos a ese doble poder disminuye. Si el poder económico y el político se dividen, la libertad se acrecienta.

Agregan que el mercado “no puede transformarse” -como yo sostendría- en “herramienta de poder ciudadano”. No propongo eso; apunto justo en la dirección contraria: porque el “poder ciudadano” también disminuye la libertad, si concentra el poder político y el económico, y la amplía, si no los controla a ambos, es que sostengo que el mercado es valioso como factor de división del poder social.

Mis contertulias plantean que “una concepción democrática de deliberación no niega nada de lo único, lo singular, lo personal, lo íntimo” del ser humano. Además, que las “lógicas de mercado” hacen “imposible” la “deliberación democrática”, pues en ellas “el individuo, el emprendimiento privado, las decisiones nucleares son mejor y más valoradas que la acción comunitaria y las decisiones colectivas”. O sea: la deliberación no niega la singularidad del individuo, pero la valoración del individuo daña la deliberación. ¿No hay aquí una contradicción?

Un mercado no regulado puede ser, por cierto, uniformador. Y los productos de uso y consumo son elaborados artificialmente. En este sentido, no me prometo demasiado del mercado que “pinto”. Pérez y Dresdner no consideran, empero, un argumento que me resulta decisivo: la deliberación tiene, de su lado, una tendencia intrínsecamente uniformadora. Allí vale lo generalmente admisible. Lo generalmente admisible es hostil a lo raro, inusual, singular, único. Esta tendencia no es circunstancial. La deliberación es racional. La razón opera generalizando: formulando condiciones -generales- para lo condicionado. Y la deliberación es pública: se halla expuesta al escrutinio, el escarnio y el ridículo, lo que obliga a los individuos a normalizarse.

Por eso: porque tanto la deliberación como el mercado son hostiles a la singularidad del individuo, un sistema político y económico respetuoso de ella debe apuntar, precisamente, a dispersar el poder social. Entonces los efectos más perniciosos de ambas lógicas -económica y deliberativa- pueden neutralizarse (parcialmente, al menos) y el individuo desplegar su singularidad.

Mientras el FA no repare suficientemente en este asunto, adolecerá de lo que cabe llamar un déficit republicano: falta de conciencia sobre la importancia de la división del poder social para la libertad. (La Tercera)

Hugo Herrera

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