La semana que pasó fue a tal grado pródiga en eventos internacionales que las venturas y desventuras políticas de nuestro pequeño mundo chileno llegaron a parecer desabridas y sin gracia frente a lo que ocurría allende nuestras fronteras. Por allá, en los días que corren, todo parece girar en torno de lo que Donald Trump, el cuadragésimo séptimo Presidente de los Estados Unidos, hace o deja de hacer.
Visto desde nuestro estival Chile, en el extremo del mundo, ese quehacer o no hacer podría parecernos lo más cercano a los desvaríos de un fanático del mercantilismo del siglo XVIII (voy a subir aranceles hasta que prefieran venir a producir acá lo que ahora nos venden desde allá), mezclado con las aspiraciones expansionistas de un Hitler del siglo XXI (voy a anexionar el canal de Panamá, voy a comprar Groenlandia, voy a convertir a Canadá en el Estado N° 51 de Estados Unidos, voy a limpiar Gaza de sus habitantes actuales y la voy a convertir en un complejo turístico). Si quien las dijera fuese alguien como aquel señor que se paraba en las esquinas de Santiago a proclamar “ya viene el pulento”, nadie le haría caso o sería piadosamente internado en algún centro asistencial. Pero quien las proclama a voz en cuello es nada menos que el jefe máximo (y por lo que se ve, ciertamente un jefe), de la primera economía y potencia militar del mundo, de modo que no hay más remedio que tomarlo en serio y quizás comenzar a asustarse igualmente en serio.
En un muy interesante artículo publicado en este mismo medio el pasado miércoles, José Miguel Insulza describió y analizó exhaustivamente lo ocurrido en los primeros días de la semana, desde el momento en que el primer día de febrero Trump anunció que había firmado los decretos para aplicar, desde el día cuatro, tarifas de 25% a productos importados desde Canadá y México y de 10% a los importados desde China. Como bien describe Insulza, el pícaro de Trump no justificó estas medidas por su verdadera razón: tratar de reducir el déficit comercial de su país, sino que, amparado por la Ley Sobre Poderes Económicos Ante Emergencias Internacionales, las explicó como una forma de contener la emergencia provocada por la inmigración ilegal y las drogas. De ese modo sacó el tema de la cuestión arancelaria (que como sus electores no son tontos entienden que provocaría un aumento automático de precios en el país) y lo situó en esos otros temas que, él sabe, gozan de muchas más simpatías entre esos seguidores.
Pero igual era una declaración de guerra. Una guerra comercial de insospechadas consecuencias para los tres países de América del Norte porque -algo que a Trump parece importarle poco- en una guerra de alza de tarifas y devaluaciones (las armas de esa guerra), finalmente todos salen perdiendo.
Sin embargo, fue una declaración que, quizás contrariamente a lo que Trump esperaba, no tuvo como reacción la rendición incondicional de sus vecinos, sino el anuncio de éstos, sobre todo de México -país con el que Estados Unidos mantiene el segundo mayor déficit comercial detrás de China- de estar dispuestos a ir a la guerra en los mismos términos en que él la planteaba.
La Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, que fue agredida directamente por Trump al declarar la Casa Blanca en un comunicado que su país mantenía una “alianza intolerable con las organizaciones criminales” y que permitía “zonas protegidas para manufacturar y traficar drogas”, ya había anunciado que se debía mantener la calma ante las amenazas del vecino y que ella no sólo tenía un plan para enfrentar el alza de aranceles, sino, también, un plan B y un plan C. El plan A es de imaginar: un alza equivalente de aranceles a productos de Estados Unidos lo que probablemente no sólo no reduciría el déficit de ese país, sino que podría contribuir a incrementarlo. Y de los planes B y C, basta con recordar que el Presidente Lula ya le ofreció en su momento al ex Presidente López Obrador integrarse al BRIC y que, a raíz de las amenazas de Trump, el Presidente Putin ofreció abrir la entrada de su mercado de divisas a México. Es decir, algo así como tu amenaza y dos amenazas más.
Pero en los hechos no fue necesario llegar tan lejos porque la Presidenta mexicana conservó la calma y, sin reparar en agravios, llamó al Presidente de Estados Unidos para tratar de resolver el problema conversando. Y lo consiguió, al menos por ahora. La conversación, que tuvo lugar el día anterior al anunciado por Trump para materializar su amenaza, se saldó con el acuerdo de suspender por un mes la aplicación de nuevos aranceles (según Sheinbaum fue ella la que, ante la pregunta de Trump, le dijo que bastaba con un mes) y el inicio de negociaciones en las que participarán personalmente el secretario de Estado y el secretario del Tesoro de Estados Unidos. Adicionalmente, como parte del acuerdo, México se comprometió a enviar diez mil soldados a su frontera para ayudar a impedir el trasiego de drogas hacia el Norte y Estados Unidos se comprometió a aumentar las medidas destinadas a impedir el tráfico de armas hacia el Sur (esto último no lo mencionó Trump en su propia declaración relativa al acuerdo).
Cosas que ocurren lejos de nuestro país por estos días concentrado en veranear y de las que ojalá se enteren quienes aspiran a presidirlo: sin ningún miedo, parándose de igual a igual frente a un poderoso, una lección de negociación. (El Líbero)
Álvaro Briones



