Cuando despertó, la tendencia todavía estaba allí

Cuando despertó, la tendencia todavía estaba allí

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El modelo de desarrollo que Chile ha seguido por casi medio siglo se agota y la próspera élite política y empresarial no lo quiere aceptar. Aceptarlo implica cambiar y como el cambio es difícil, incómodo y riesgoso, prefieren autoconvencerse de que se puede evitar. No es así.

Por ejemplo, el Gobierno tiene la convicción de que su dificultad en cumplir la promesa de crecimiento es culpa de Trump y del Parlamento, cuando, en realidad, es un fenómeno estructural.

Es cierto que la expectativa empresarial de que la elección de 2017 traería bajas de impuestos, desregulaciones laborales y ambientales se ha ido aguando y que los fracasos legislativos han contribuido a ello. Cierto también que los efectos de la guerra comercial están deshaciendo el estímulo de las irresponsables rebajas tributarias de Trump.

Todo eso es cierto. Pero explica fluctuaciones, no tendencias. La verdad es que Chile está hace por lo menos 15 años en una tendencia de caída en su productividad y competitividad, atravesando, ya, dos gobiernos de izquierda y derecha, que naturalmente comparten la responsabilidad. El PIB tendencial viene sistemáticamente bajando, y nuestra posición en rankings internacionales también.

Era esperable, es la manifestación macro del fenómeno conocido como rendimientos decrecientes, que juega un rol central en el modelo neoclásico de crecimiento del premio Nobel Bob Solow. Ese modelo enseña que, a igualdad de condiciones tecnológicas e institucionales, los países pobres crecen más que los ricos (mucho que ganar) y a medida que crecen tienden a desacelerar, a menos que hagan un upgrade en instituciones, tecnologías y apuestas productivas.

Los países que sostienen procesos de desarrollo lo hacen cambiando. Nuevos sectores sobrepasan a los tradicionales y nuevas empresas superan a las antiguas. La historia económica castiga a quienes se duermen en los laureles. La estructura productiva de Chile, en cambio, no ha variado significativamente hace harto tiempo y las empresas líderes son, grosso modo, las mismas hace muchas décadas. Lo que envejece en Chile no es únicamente su población.

Recientemente el modelo tuvo tres inyecciones de doping que generaron la ilusión de que todavía rendía: el superciclo del cobre (que aprovechamos muy mal); la reactivación posterremoto (que fue pura macro coyuntural) y el entusiasmo empresarial post-2017 (que fue solo expectativa).

Despertamos del doping, pero la tendencia sigue allí. Necesitamos apostar a algo diferente que aborde el principal quiebre que tenemos y que nos impide avanzar: la percepción instalada de que nuestra aspiración de crecimiento es incompatible con nuestra aspiración democrática, ambiental y social; que la economía que queremos no es compatible con el país que queremos: más justo, igualitario y sustentable.

Para eso, necesitamos apostar a pactos de desarrollo en que se acuerdan inversiones, capacitación, producción y valor compartido entre Estado, empresas, trabajadores y comunidades, que conduzcan a superar las incertidumbres que impiden el desarrollo de nuevos sectores de frontera tecnológica, científica, productiva y económica.

Pero no existen condiciones políticas para esto: empresariado y derecha se obsesionan con fórmulas repetidas (rebaja tributaria, desregulación laboral y ambiental); izquierda y sindicalismo se estancan en una mirada anticuada que no da cuenta de las consecuencias de la revolución tecnológica actual.

Tampoco existen condiciones institucionales, ya que agencias clave (Corfo, universidades y empresas del Estado) continúan presas de la versión más extrema del enfoque subsidiario y siguen impedidas de proyectarse estratégicamente.

Necesitamos imaginar esos pactos políticos y luego construirlos, lo que requiere sanear la política y hablar a la ciudadanía con mayor integridad. Es harta pega para políticos honestos y comprometidos, que los hay.

Necesitamos diseñar esa nueva institucionalidad y luego implementarla, lo que requiere reformar radicalmente el Estado y colocarlo al servicio de la estrategia de desarrollo. Es harta pega para técnicos públicos rigurosos y efectivos, también los hay.

Discutamos esto. Discutamos cómo tiene que cambiar el modelo. No para retroceder, sino para avanzar.

Pero, para eso, quizás, necesitamos romper radicalmente los moldes y límites políticos que nos encasillan. Puede que esas fronteras sean funcionales a la política profesional; pero dudo que sirvan para construir el nuevo modelo de desarrollo nacional. (El Mercurio)

Oscar Landerretche

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