Crítica a las tradiciones

Crítica a las tradiciones

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Se echan de menos algunas tradiciones. Me refiero no a las personales o familiares, sino a las públicas, a aquellas que compartimos como nación. Preocupa el desarraigo, la falta de estructura, de tejido común de nuestra sociedad. Hay no solo un sentimiento nostálgico, sino la sensación de una institución que no necesariamente se poseyó, pero que se hubiera deseado y se desea poseer.

Tradición abarca todas las actitudes, hábitos, creencias y modos de pensar cuyo valor radica precisa y principalmente en su permanencia y continuidad en el tiempo. Estas cumplen en la vida social y política una función inestimable. A diferencia de lo que piensan algunos autores, el ser humano no es un “buen salvaje” que la sociedad ha corrompido ni un animal de instintos fuertes, definidos y precisos que la civilización ha domesticado y debilitado. Siguiendo la antropología de Arnold Gehlen, el hombre es más bien instintivamente indefinido e incompleto, con cierta inclinación al caos, al desorden y la inestabilidad. Las formas civilizadas, adquiridas lentamente, lejos de corromper o debilitar, serían las que fortalecen, completan, apuntalan.

Las tradiciones dentro de este esquema son poderes estabilizantes gracias a los cuales crece la confianza en sí mismo y en el otro, reservando espacio para la originalidad. Supliendo la indeterminación del ser humano, seleccionan ciertas pautas o modelos de conducta como obligatorios, liberando del exceso de decisiones. “Las tradiciones —dice Popper— tienen la importante doble función de crear un cierto orden o algo semejante a la estructura social y de ofrecernos la base sobre la cual actuar”. Las sociedades sin tradiciones fuertes y sólidamente compartidas suelen derivar hacia la inestabilidad producto de la anomia, que es un vacío y resquebrajamiento.

Un racionalismo bien entendido —consciente de sus límites— no tiene que oponerse a las tradiciones, sino que procurar someterlas a la crítica racional, la que, a su vez, desde los griegos, es una de las principales tradiciones de Occidente. El racionalismo “constructivista”, en cambio, aquel del que hacen gala los revolucionarios, se opone per se a las tradiciones porque abriga el insensato deseo de “limpiar la tela” del mundo social, de borrarlo todo y comenzar desde la nada.

Si me preguntan cuál tradición echo mayormente en falta, diría que es la que establece la primacía de la contemplación y la gratuidad por sobre la codicia y la utilidad. En algún momento, quizás asociado a lo que se ha venido en llamar “capitalismo neoliberal”, se invirtieron los valores tradicionales, se amplió excesivamente el ámbito de lo negociable y se perdieron los límites justos de las ganancias. (El Mercurio)

Pedro Gandolfo