Cosas que sé de Kast y Matthei

Cosas que sé de Kast y Matthei

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No siempre, pero de manera bastante frecuente, mis comentarios en este espacio se ven distinguidos por las críticas de amables lectores que, como suelen criticar también a prácticamente todos los articulistas de este medio, me parece que han hecho suya la práctica de la libertad que definiera George Orwell como “el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”. Hasta aquí nunca he contestado esas críticas, pero ahora quiero hacerlo a propósito de las apostillas que mereció mi anterior opinión. No por el gusto de polemizar, sino porque creo que el tema en cuestión abre la posibilidad de un intercambio sobre una materia que debiera ser determinante en la decisión que tomemos en la próxima elección presidencial.

La cuestión dice relación con la forma en la que, en diferentes ocasiones, he descrito a José Antonio Kast y su postulación presidencial (“todas tus aseveraciones sobre J. A. Kast, se basan en entelequias subjetivas”, me espeta uno de mis críticos) y, sobre todo, mi descripción de las diferencias entre lo que representan  Kast y Evelyn Matthei para el electorado (“…a la izquierda le acomoda un gobierno blando, amarillo, como sería uno eventual de Matthei, lo dice sin tapujos el autor”, me acusa otro). De modo que, para que no queden dudas y con la esperanza de que mis posibles desmesuras o las de mis críticos no eclipsen el debate de fondo, aquí va mi opinión completa de lo que pienso de Kast y de su diferencia con Matthei.

Para decirlo en pocas palabras, creo que José Antonio Kast es portador y promotor de una ideología totalitaria e integrista y, como una ideología de ese tipo es la negación de la democracia, me opongo a la posibilidad de que sea presidente de nuestro país. ¿Por qué totalitaria? Porque se basa en un cuerpo de ideas que busca moldear a la sociedad entera. Un cuerpo de ideas que lo explica todo: el pasado (la historia), el presente y el futuro. Y es integrista, porque no admite dudas (la verdad ya fue demostrada) y desprecia el diálogo por inconducente (como la verdad es una sola e ineluctable, inexorablemente se impondrá de modo que, ¿de qué se puede conversar si no es de la aceptación por el otro de esa verdad?). Una verdad que termina confundiéndose con la fe y se convierte en una sola con ella.

Una ideología que admite ocasionalmente alianzas, en calidad de lo que el Partido Comunista denominaba (quizás todavía denomina) “compañeros de ruta”, amistades que solo sirven para cubrir una necesidad momentánea, un recodo en la ruta como diría Neruda, pero sólo eso, porque la ruta ya está determinada: la determinó su verdad. Ni Hitler ni Stalin dudaron de su fe y eso les permitió construir los imperios políticos que construyeron, pero también los hizo responsables de las peores desgracias para sus pueblos. Porque una vez que se ha alcanzado la fe absoluta, impenetrable, inconmovible, se es capaz de los máximos sacrificios por ella, pero también de los mayores crímenes por ella.

Naturalmente, José Antonio Kast, en campaña, jamás dirá algo semejante a lo que he dicho y es comprensible. No es el momento de hablar de la fe o de las convicciones más profundas, y por ello él se limitará solo a seguir haciendo promesas desmesuradas con su dulce y tranquilo estilo; sin embargo, de tanto en tanto, quizás en momentos de debilidad o de descuido, esas convicciones asoman. El más reciente de esos momentos ya lo he comentado aquí. Fue su afirmación (XXI Seminario Moneda Patria Investments 2025) de que revisaría las potestades administrativas del Estado, porque muchas acciones contempladas en la ley no se aplican, lo que justificaría gobernar sin recurrir a nuevas leyes. Ya comenté que esa declaración no revelaba que él pretendiera gobernar por decreto, lo que equivocadamente se le imputó, sino, en mi opinión, algo mucho más grave: revelaban su voluntad y  vocación de hacer lo que estima correcto sin considerar otras opiniones (después de todo él ya sabe qué es lo correcto) y, sobre todo, eludiendo el diálogo político y la búsqueda de acuerdos y consensos que anidan en el Congreso (también, ¿para qué? Si la verdad es sólo aquello de lo que él es portador).

Desde luego que el procedimiento cabe dentro “de la Constitución y las Leyes”. Sí, pero no dentro del espíritu de la democracia, que no está diseñada para imponer la Verdad, sino para resolver las diferencias sin disolver la sociedad. Ese fue el dilema de Salvador Allende -y él se equivocó en su decisión- cuando, siguiendo la orientación del jurista Eduardo Novoa Monreal, apenas iniciado su gobierno en diciembre de 1970 aplicó un olvidado DL 520 de 1932 para “intervenir” (en la práctica expropiar) la fábrica textil Bellavista Tomé; una decisión con que se iniciaron las “intervenciones” que acabarían por convertirse en el corazón del conflicto sin solución que terminó en la tragedia de 1973. El mismo Novoa, con una sinceridad parecida a la de Kast, describió en 1972 su procedimiento para eludir al Congreso: “Dentro de este mismo ordenamiento —no creado para esos fines— es posible encontrar estrechos atajos, senderos no transitados, disposiciones olvidadas por los depositarios oficiales del saber jurídico, que pueden ser utilizadas para avanzar hacia transformaciones profundas.” (“El difícil camino de la legalidad”Revista de la Universidad Técnica del Estado, Nº 7, marzo 1972, p. 10).

El procedimiento ideado por Novoa Monreal sigue hoy tan vigente como hace medio siglo. No sólo porque José Antonio Kast lo tiene presente como norma operacional para su gobierno sino porque, cotidianamente, vemos su aplicación práctica por el gobierno de Donald Trump, un gobierno del que Kast se siente cercano y con el que, junto con líderes como Santiago Abascal, Javier Milei y Eduardo Bolsonaro, comparte reuniones de la Conferencia de Acción Política Conservadora que aquel encabeza. La iliberalidad y antidemocracia de ese procedimiento se refleja en operaciones tan recientes de Trump como la de intervenir ciudades por la Guardia Nacional pretextando que están sumidas en un caos delictual. La capacidad de desplegar a la Guardia Nacional la tiene, pero con ello está creando su propia policía, directamente a sus órdenes, cuestión que la Constitución de Estados Unidos prohíbe expresamente. De ese modo, en virtud de un “resquicio legal” (una expresión de Novoa Monreal), Trump avanza pasitos para controlar ciudades que hasta ahora son de mayoría demócrata.

Pero, ya lo dije, José Antonio Kast no va a plantear, en campaña, las cosas con la crudeza que hago yo desde estas páginas. Por ello, para conocer el ideario que él representa, la ideología totalitaria e integrista que él expresa, basta recordar las palabras del profesor Luis Silva, entonces figura fulgurante del republicanismo, recién electo consejero constituyente con la primera mayoría nacional, cuya franqueza se explica porque, como reconoció más tarde, cuando las expresó pensó que estaba en medio de una conversación y no de una entrevista. Ante la pregunta “¿Cómo se avanza?”, dijo el profesor Silva: “Para eso están los votos. Y si no los tienen, ellos se tienen que ir de la plaza y si no, llamamos a la fuerza pública porque para eso está, para hacer efectivo el derecho. O sea, cuando nos hablan ahora de la necesidad de llegar a acuerdos, ¿por qué cresta siendo mayoría tenemos que llegar a acuerdos con la minoría?” (entrevista publicada por DF MAS el 13 de mayo de 2024).

Cristalinamente transparente, pero totalmente alejado de lo que muchos pensamos (quizás no mis amables críticos). Porque muchos pensamos, como dije, que la democracia existe para administrar la diversidad mediante el diálogo y la búsqueda de consensos, no para imponer la verdad de unos sobre los sentimientos y la existencia de otros. Para escuchar y respetar las opiniones de todos, aún cuando no sean las mayoritarias. Y también para llegar a acuerdos con quienes expresan esas opiniones -aún al costo de no imponer lo que la mayoría estima correcto o necesario- para lograr así que lo acordado los exprese a todos y sea sólido y perdurable en el tiempo. Quizás lo que acabo de escribir suene a “entelequia” para uno de mis críticos, pero es una entelequia que da sentido pleno a lo que conocemos como una democracia verdaderamente liberal, una de integración social, de paz y de ejercicio pleno de iguales derechos para todos.

Chile conoció una atmósfera como esa durante los gobiernos de Patricio Aylwin, Eduardo Frei y Ricardo Lagos, durante los cuales gobiernos y oposición mantuvieron -quizás todavía fresco el recuerdo del gobierno de la Unidad Popular y de la dictadura que lo siguió- un permanente diálogo tendiente a encontrar acuerdos que permitieran superar las diferencias. Ese espíritu, hoy, lo veo presente solamente en la candidatura de Evelyn Matthei, que ha logrado diferenciarse del espíritu y la vocación política fácil de advertir en Kast. Un espíritu y una vocación que no cambiarán si Kast llegara a la presidencia, muy por el contrario, se acentuarán como ha ocurrido con su admirado Donald Trump: la negociación y los acuerdos para Kast no sólo son algo ajeno sino algo perverso y eso es un artículo de fe, algo que no va a cambiar. Y el diálogo y la vocación de acuerdos tampoco estarán presentes en un gobierno en el que el Partido Comunista sea el eje principal; eso ya se refleja en las palabras y las actitudes de sus dirigentes tradicionales, que muestran el verdadero contenido de su concepto de unidad al exhibir su desprecio por la política impulsada desde su propio gobierno por personeros como Mario Marcel.

La política de diálogo, integración y acuerdos en el escenario político actual, sólo la representa la candidatura de Evelyn Matthei y esa es la diferencia fundamental con la candidatura de José Antonio Kast. Y no lo afirmo desde mi subjetividad, pues ya lo dijo el profesor Luis Silva en sus francas declaraciones: “Es el gran problema de Chile Vamos hoy…. Para ellos, dialogar es llegar a acuerdo. Para mí, no». (La Tercera)

Álvaro Briones