Argumenté en columna anterior sobre la necesidad de un consenso posneoliberal. Para ello Marx no nos sirve pero tampoco Friedman. Este consenso que apunta a generar una nueva economía política del crecimiento podría estar más cerca del “capitalismo progresivo” propuesto recientemente por Stiglitz.
La base del nuevo consenso apunta hacia la puesta en práctica de una estrategia de transformación productiva que incentive la innovación y, a través de ella, un uso más intensivo y racional de nuestra dotación de recursos naturales. El discurso no es nuevo, el problema es que sigue siendo un gran pendiente en nuestro proceso de desarrollo. La razón de por qué no ha sido posible hasta ahora avanzar en esa dirección es finalmente simple: es más rentable dedicarse a las “piedras, palos y frutas” que a otras producciones más sofisticadas. Si la existencia de rentas que permanecen en manos privadas garantiza altas rentabilidades, tiene poco sentido asumir riesgos en otras actividades de mayor valor agregado aunque de rentabilidades más inciertas. Si a esto se le agrega la inhibición del Estado -no solo por razones presupuestarias- para movilizar recursos importantes en apoyo de nuevas actividades que necesitan del impulso inicial de políticas públicas, se explica la situación actual: una matriz productiva poco diversificada y un gasto en investigación y desarrollo que no supera el 0, 3% del PIB.
La captación de las rentas naturales es crucial. Si no se generan los mecanismos que la hagan posible, todos los alegatos a favor de la innovación y el progreso tecnológico no serán más que “música”. Nuestra experiencia al respecto es mala. Por diversas razones, pero sobre todo por la fuerza de los intereses involucrados, el intento de establecer un royalty a la minería derivó en un muy modesto impuesto específico. La idea de aprovechar el gran boom de los commodities para hacer posible la diversificación de nuestra matriz productiva terminó prácticamente en nada. La propuesta de un royalty a la minería no tiene nada de extravagante. Lo absurdo es, por el contrario, que una gran empresa como BHP Billiton dueña de La Escondida en Chile, pague en Australia su país de origen un royalty que en Chile no existe.
Una estrategia que ponga la transformación productiva en el centro de su quehacer tiene que satisfacer muchas exigencias. Requiere de una base de sustentación amplia que abarque a los sectores populares, capas medias y empresariado chico, mediano y también grande con vocación productiva. Una verdadera alianza por la producción que rompa la subordinación a la lógica de las finanzas y del corto plazo.
Se requiere también de un Estado reformado que reequilibre la relación con el mercado y la sociedad civil, promueva el emprendimiento y la innovación, mejore sustantivamente la regulación, genere entornos más competitivos y rompa con un centralismo asfixiante. Todo un programa.
Carlos Ominami/La Tercera


