El papa Francisco y el presidente de Argentina, Javier Milei, se saludaron y abrazaron hoy tras la canonización de la primera santa argentina, zanjando el tiempo electoral en el que el ahora mandatario descalificaba al pontífice, tildándole de «representante del maligno en la Tierra».
Una vez terminada la eucaristía en la basílica de San Pedro del Vaticano, el pontífice fue llevado en silla de ruedas por sus problemas de rodilla hasta el lugar en el que el político había seguido la misa, a su derecha, en primera fila ante un reclinatorio.
En ese momento Milei le estrechó la mano y llegó a darle un abrazo, conversando ambos entre risas durante unos instantes.
Contra la intolerancia Francisco presidió en la basílica de San Pedro la canonización de la laica consagrada María Antonia de San José de Paz y Figueroa, conocida como «Mama Antula», y en su homilía recordó el pasaje en el que Jesús sanó a un leproso, representación de los marginados modernos.
«No pensemos que son solo cosas del pasado ¡Cuántas personas que sufren encontramos en las aceras de nuestras ciudades! ¡Y cuántos miedos, prejuicios e incoherencias, aun entre los que creen y se profesan cristianos, contribuyen a herirlas aún más! También en nuestro tiempo hay tanta marginación, hay barreras que derribar, ‘lepras’ que sanar», sostuvo.
En este sentido, llamó a «tocar» a esas personas que sufren y a no «reducir el mundo en -dijo- los recintos de nuestro ‘estar bien'».
«En estos casos tengamos cuidado, porque el diagnóstico es claro: se trata de ‘lepra del alma’; una enfermedad que nos hace insensibles al amor, a la compasión, que nos destruye por medio de las ‘gangrenas’ del egoísmo, del prejuicio, de la indiferencia y de la intolerancia», avisó.
Pocos minutos antes, el pontífice había pronunciado la fórmula en latín con la que subió a los altares a «Mama Antula», a la que se le reconoce una ardua labor social y religiosa en las tierras argentinas del siglo XVIII, antes de su independencia española.
Pero también agradeció su trabajo por mantener vivo el legado de la Compañía de Jesús, a la que pertenece el propio papa, tras su expulsión de la Corona Española por orden del rey Carlos III.
ESPERANDO EL CARA A CARA
Este encuentro entre el primer pontífice argentino y latinoamericano y el político ultraderechista había generado gran expectación debido a los ataques del segundo durante la campaña electoral, cuando le tachó de «representante del maligno en la Tierra».
No obstante, sus arremetidas se han frenado tras su llegada a la Casa Rosada el pasado diciembre y ayer mismo expresaba en Radio Mitre su voluntad de tener «un diálogo muy fructífero» con el papa, a quien ahora ve como «el argentino más importante de la historia».
Bergoglio por su parte siempre ha restado importancia a sus palabras y de hecho le telefoneó para felicitarle por su triunfo.
Hoy, además del abrazo final, los dos tenían previsto un encuentro breve y protocolario antes de la misa en la sacristía de la basílica de San Pedro, del que no ha trascendido información.
Pero el momento más esperado tendrá lugar este lunes, a partir de las 9:00 horas locales (8:00 GMT), cuando Francisco le recibirá en el Palacio Apostólico en audiencia a puerta cerrada.
Sobre la mesa, tal y como ha avanzado el mandatario, estará entre otras cuestiones el posible viaje del papa a su país natal, adonde no regresa desde su elección en el cónclave del 2013.
La mente en Buenos Aires Milei ha llegado a Roma desde Israel acompañado por la secretaria general de la Presidencia, su hermana Karina Milei, y sus ministros de Exteriores, Interior y Capital Humano, además de su secretario de culto, entre otros.
Pero aunque de cuerpo esté en la Ciudad Eterna, visitando el Coliseo o el ‘Moisés’ de Miguel Ángel o cambiando las ‘calientes’ estancias de la embajada por un hotel, su mente está al otro lado del océano, en Argentina.
El pasado marte el mandatario sufrió un revés cuando la Cámara de Diputados no aprobó los artículos de su Ley Bases y Puntos de Partida para la Libertad, proyecto con el que buscaba desregular la economía y disminuir el peso del Estado. (Emol)