¿Cómo vamos a enfrentar el 11 de septiembre?-Joaquín García Huidobro

¿Cómo vamos a enfrentar el 11 de septiembre?-Joaquín García Huidobro

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El Gobierno ha mostrado su disposición a poner en un lugar central de nuestra vida pública el cincuentenario de “eso” que ocurrió el 11 de septiembre de 1973 (en esta columna me abstendré de calificarlo). Es más, el Ministerio de las Culturas elaboró un relato oficial, que permitirá que todas nuestras autoridades sepan lo que deben decir (y, de paso, omitir) durante este año.

Me temo, sin embargo, que esta medida, impulsada por la exministra Brodsky, constituye una muestra más de que los chilenos —mejor dicho, las élites— estamos muy divididos.

No pretendo dar mi visión de esos hechos en esta oportunidad. Apuntaré a algo muy modesto, pero importante: ¿cómo vamos a enfrentar estas ineludibles y necesarias discusiones que se avecinan? La cuestión es relevante, porque en este tipo de debates los participantes inevitablemente entregan una señal al resto del país. Ese mensaje puede presentar un diálogo civilizado o constituir una simple expresión de fanatismos. Las consecuencias serán muy distintas en uno u otro caso.

Más allá de nuestras personales aproximaciones al Chile de Allende y Pinochet, pienso que es fundamental que nos hagamos algunas preguntas elementales ante cada intervención pública sobre la materia. Veamos algunas.

¿Enfrenta esa persona nuestra trágica historia con el recurso de dividir el mundo entre los buenos (entre los que, casualmente, se cuenta) y los malos? Sus palabras ¿muestran que ha hecho una autocrítica profunda? ¿Exhibe una disposición a corregir sus opiniones, o da la impresión de haberlas formado de una vez para siempre? En esta conversación en la radio, la televisión o en la sobremesa del almuerzo dominical, ¿el protagonista realiza un ejercicio de diálogo o simplemente transmite un mensaje previsible y saldrá de ese encuentro reafirmado en la visión que traía antes?

Naturalmente, no son los mismos los matices que se pueden hacer en un libro o en una breve rueda de prensa. Sin embargo, este tipo de preguntas nos ayudan a no entrar de manera mecánica en un juego cuyos resultados ya conocemos y que son francamente amargos.

En este sentido, me parece que los “relatos oficiales”, más allá de su contenido, no contribuyen a sostener un diálogo que —si es sincero— resultará inevitablemente doloroso. Quizá estos relatos aparezcan como ineludibles en el caso de este gobierno. En efecto, como en este primer año hemos visto numerosas contradicciones entre las diversas autoridades, se piensa con cierta ingenuidad que el hecho de disponer de un libreto único evitará bochornos innecesarios. No estoy de acuerdo con la solución, pero es comprensible.

Sin embargo, existe una razón más profunda que explica el relato unificado para las coaliciones que nos gobiernan: tanto el Frente Amplio como el Partido Comunista y el Socialismo Democrático parecen estar de acuerdo en reivindicar el proyecto de Salvador Allende y la Unidad Popular. No obstante lo anterior, podemos preguntarnos: ¿qué Allende?, y ¿qué Unidad Popular? Quizá piensen que tanto Salvador Allende como la coalición que lo apoyó —supuesto que realmente lo haya apoyado— presentan una sola cara y carecen de fisuras. ¿Será así?

Asimismo, el actual gobierno, incluso dentro del ala más extrema, representada por el FA/PC, está lejos de constituir un bloque monolítico. Imaginemos, con un experimento mental, que nuestras actuales autoridades retroceden cincuenta años en el tiempo y se encuentran ese martes 11 de septiembre de 1973 en algún lugar de Santiago. Me costaría creer que el Presidente Boric hubiera elegido exiliarse en la República Democrática Alemana o en Bulgaria. Ni siquiera me lo imagino en la antigua Yugoslavia y mucho menos en Cuba, al menos al Boric de hoy. En cambio, para los comunistas, el destino natural sería Cuba o algún país de más allá de la Cortina de Hierro. En suma, por más que aparezcan unidos en su juicio positivo sobre Allende y la UP, dudo que vean lo mismo cuando miran hacia atrás.

Otro tanto cabe decir del régimen que llegó el 11 de septiembre de 1973. ¿Fue una realidad tan monolítica como la presentan sus partidarios y detractores? ¿Podemos decir que todo comienza y acaba con Augusto Pinochet? Por ejemplo, José Toribio Merino y Gustavo Leigh: ¿buscaban lo mismo?, ¿tenían idéntica visión de la sociedad e incluso del hombre?

Me temo que, más allá de unas pocas verdades indiscutibles, los fenómenos históricos están llenos de ambigüedades. El hecho de que haya cosas que, como la tortura y desaparición forzada, son injustificables en todo tiempo y lugar, no exime del deber de matizar. Mala memoria aquella que bloquea la razón.

Por supuesto que este tipo de distinciones no facilita la tarea de quienes entran a nuestro debate, diálogo o enfrentamiento (según el caso) con una posición perfectamente definida, es decir, con la idea de que todos los problemas están resueltos en su esquema mental. Para ellos, cualquier intento de entender significa una oscura maniobra de justificación de lo injustificable, sea la tiranía marxista, la violación de los derechos humanos o cualquier otra realidad que se reprueba. ¿Será así? De ser de otra forma, ¿no podríamos intentar acercarnos a nuestra tragedia de otra manera? (El Mercurio)

Joaquín García Huidobro