La guinda de la torta en épocas de confusión, el Colegio de Abogados de Chile casi unánimemente, con la honrosa excepción de uno de sus miembros, propondrá a la Convención Constituyente la colegiatura obligatoria.
Los bienintencionados consejeros deben recordar que los valores en los que uno cree no son amoldables a intereses particulares, por muy loables que estos sean. La libertad es una sola e incluye, desde luego, la libertad de pertenecer o no a una asociación. Nadie debiera imponer a las personas a ingresar obligatoriamente a asociación alguna (ni pagar las cuotas), no hay excepciones.
Algunos inocentes consejeros, provistos de orejeras, deben haber concluido que obligar a los abogados a colegiarse es el mecanismo idóneo para ejercer sobre ellos el tan anhelado control ético de sus pares; sin embargo, cuando se quiebra (o tuerce) el principio de la libertad se cae en un plano inclinado donde todo comenzará a resbalar y, sin darse cuenta, contemplarán algunos inocentones y tardíamente arrepentidos consejeros que han promovido y justificado la sindicalización obligatoria, las juntas de vecinos obligatorias, todos los colegios profesionales obligatorios, y cuanta asociación gremial exista.
Sergio Díez Arriagada



