Colectivismo individualista

Colectivismo individualista

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Desde su primer día no escatimaron esfuerzos los miembros de la administración Bachelet para anunciar que uno de sus objetivos fundamentales sería suprimir las aplicaciones prácticas del principio de subsidiariedad.

Es la prédica de un individualismo consistente en unos derechos absolutos que serán adecuadamente garantizados por la acción de un Estado todopoderoso inspirado en el colectivismo.

Fueron sinceros y están obrando en consecuencia.

Paso a paso, declaración a declaración -«si hay que expropiar…»-, ley a ley, lo van concretando. Está siendo eliminado el necesario colchón de seguridad entre el Estado y los ciudadanos; están siendo desmontadas las imprescindibles bisagras entre el poder enorme del aparato administrativo y la vida diaria de las personas comunes y corrientes.

Pero este proceso no se está desarrollando por la simple hipertrofia estatal -las lecciones del 70 al 73 están muy presentes en la izquierda chilena-, sino que esta vez el énfasis se está poniendo ante todo en los derechos absolutos de los ciudadanos.

La prédica gubernamental es consistente: «Sus derechos, sépalo bien, son absolutos; la ley, agradézcalo, se los va a garantizar cada día mejor; y el Estado, confíe completamente, va a poner toda la fuerza de sus tres poderes para que usted pueda ejercer sus derechos sin restricciones».

Desde esa plataforma general, fluyen aterrizajes muy concretos: «Si usted está embarazada, usted tiene un derecho absoluto sobre su cuerpo, en todo lugar y ámbito (casa, hospital, trabajo); si usted busca colegio, usted tiene un derecho absoluto a que su hijo sea admitido donde usted quiera; si usted se matricula en una universidad, usted tiene un derecho absoluto a exigirle pluralismo irrestricto a su corporación; si usted busca información, usted tiene un derecho absoluto a que toda entidad se la proporcione y a que todo medio de comunicación carezca de orientación doctrinaria».

¿Están ya formulados de este modo tan extremo esos supuestos derechos absolutos y otros equivalentes?

No, aún no, pero la tendencia está claramente inclinada en esa dirección y hay que saber anticiparse a sus más lamentables consecuencias.

Es la prédica de un individualismo consistente en unos derechos absolutos que serán adecuadamente garantizados por la acción de un Estado todopoderoso inspirado en el colectivismo. Da igual cómo se lo llame: socialismo liberal o colectivismo individualista. Lo que está claro es que en la medida en que se exacerba paralelamente al individuo y al Estado -como nunca antes en nuestra historia- los dos brazos de una misma tenaza se aprestan a machacar y moler al riquísimo mundo de lo intermedio.

¿Lo intermedio? Sí: esos ámbitos, esas instituciones libremente generadas y administradas por las personas y en las cuales se practican muchos más deberes voluntariamente asumidos que derechos majaderamente reclamados. Ahí se expresan los deberes de fidelidad al propio ideario de una universidad, colegio, hospital o medio de comunicación; los deberes de responsabilidad con la comunidad a la que se busca servir; en fin, los deberes que los miembros de cada una de esas instituciones practican entre ellos mismos, sin mayor interferencia estatal.

El sentido del deber es lo más propio de los cuerpos intermedios y quien se vincula a ellos no va prioritariamente a exigir derechos, sino a beneficiarse del generoso cumplimiento de responsabilidades mutuamente compartidas.

Esto es lo que resulta insoportable al colectivismo individualista, porque aspira a moldear unos chilenos tan convencidos de que solo deben reclamar derechos, que su única posibilidad eficaz de hacerlo sea ante el Estado.

Y en ese escenario -gradualmente eliminada la autonomía de los cuerpos intermedios- el Estado colectivista sabrá cumplir con su deber: el control total. (El Mostrador)

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