Refiriéndose a declaraciones de Johannes Kaiser respecto de que -en caso de llegar al gobierno- adoptaría una línea dura en las relaciones con Bolivia, Evelyn Matthei expresó su total desacuerdo.
Probablemente a instancias de sus asesores, la candidata de la centroderecha afirmó rotunda que esa no era su opción, pues prefería resolver los problemas fronterizos con nuestro vecino del noreste -800 kilómetros de frontera compartida- través del multilateralismo.
La señora Matthei quiso decir que la solución para la amenaza en la que se transformó Bolivia no está en la fuerza bruta (sus palabras), sino en la implementación de compromisos multilaterales.
El problema es que, a propósito de los pingües negocios en que se transformaron la migración ilegal, el tráfico de autos robados en Chile e inscritos legalmente en Bolivia, el narcotráfico y el crimen organizado (que ya afectan a nuestras FF.AA. y policías), ninguno de los tratados vigentes impidió que termináramos convencidos de que, al amparo de la institucionalidad multilateral, los citados negocios florecieron.
Es más, hace algunos años José Antonio Kast fue duramente criticado por sugerir la construcción de zanjas en ciertos lugares de la frontera, no obstante que más recientemente esa fue una de las pocas medidas adoptadas por Chile.
En la práctica, la mayoría del país percibe que los tratados no nos protegen de la guerra hibrida que, de facto, practican las instituciones y el crimen boliviano y transnacional. Y si bien es cierto que -en sentido estricto- ambas cosas no son lo mismo, desde el punto de los resultados que producen en Chile, sí lo son.
Desde esta última óptica, mientras que el fraseo de Johannes Kaiser encapsula la irritación que existe en Chile en cuanto a que Bolivia es un problema grave que requiere medidas duras, el comentario de Evelyn Matthei (o sus asesores) parece la continuidad de un enfoque inaugurado por el Gobierno Bachelet 1, ergo, aquel del apaciguamiento con La Paz.
Hasta aquí ninguna de las concesiones chilenas en materia de libre tránsito y funcionamiento de pasos fronterizos impidió que el vecino instrumentalizara su aspiración marítima para complejizar la relación bilateral, y tolerar de manera activa la migración ilegal y el narcotráfico desde su territorio. En buena parte, en esos fenómenos se nutre la criminalidad más violenta que afecta a las ciudades chilenas.
El multilateralismo vis à vis la tesis del país chiquitito
No es necesaria ninguna encuesta para comprender que, para la mayoría del país, el multilateralismo no es la herramienta para enfrentar las amenazas provenientes de la frontera norte.
Se trata de la mera constatación de un hecho consumado, pues la criminalización de la relación bilateral con Bolivia no fue impuesta por Chile, sino que resulta de la permanente irresponsabilidad y/o animosidad que las autoridades de dicho país ejercitan respecto de nuestro país.
Más allá de lo puntual, a propósito de las declaraciones de la señora Matthei, la opción por el multilateralismo de la centroderecha parece sustentarse en la convicción de que Chile es un país pequeño, con reducida capacidad de gestión en el ámbito multilateral.
En eso las expresiones de la candidata coinciden con las de Gabriel Boric, quien, en el marco de la reciente reunión APEC en Corea del Sur, para justificar una nueva alianza con Singapur y Nueva Zelanda (destinada a construir una economía verde), afirmó que tal alianza se justificaba en el hecho de que somos un país chico.
El asunto es, sin embargo, que no somos un país pequeño (chiquito), sino un país periférico (que no es lo mismo), mediano en población y fuerza de trabajo, grande en tradición democrática, enorme en territorio terrestre y marítimo, y riquísimo -literalmente- en millones de kilómetros cuadrados con valiosos recursos naturales vivos y no vivos.
Algunos de esos recursos tienen, como algunos minerales y nuestra producción y exportación de alimentos (proteínas), importancia estratégica para varias regiones del mundo. Ergo, no somos un país chiquito que dependa del multilateralismo para -por ejemplo- exigir buena fe y efectiva reciprocidad en las relaciones bilaterales con Bolivia.
Si bien es comprensible que las declaraciones de Johannes Kaiser preocupen a sectores del empresariado con negocios en Bolivia (en 1879 cuestiones comerciales gatillaron la Guerra del Pacífico), parece útil tener en cuenta que contraponer esa preocupación sectorial con aquella de la mayoría de los chilenos (que identifica a Bolivia como solidariamente responsable de la actual crisis de seguridad/inseguridad), nos conduce a una discusión esencialmente estéril.
En cualquier caso, el problema no se origina en que internacionalmente somos chiquititos.
Sostengo que, para comenzar a resolver la problemática bilateral con Bolivia, es necesario comenzar por reconocer que la política de apaciguamiento se agotó, y que para resguardar (en su sentido más concreto) el interés nacional, se requiere decisión y firmeza.
Esas condiciones no se encuentran en el multilateralismo, sino en la convicción de que somos un país capaz de hacer valer sus derechos, y exigir que otros (todos nuestros vecinos), cumplan con las obligaciones pactadas. Convencidos de que -porque somos chiquititos, con un vinito, un cafecito o un tecito erradicaremos el crimen organizado proveniente del Norte-, nunca lograremos nada.
Más allá del apaciguamiento
La cuestión boliviana exige medidas firmes.
Entre esas está, sin duda, aquella de retirar al país de la Convención de Ottawa que prohíbe las minas antipersonas y, posiblemente, también de otros compromisos multilaterales, que a estas alturas, en la vida real, son contrarios al interés del pueblo chileno (que tiene todo el derecho a defenderse de un enemigo externo).
En clave regional, la tesis del país chiquitito es esencialmente debilitante y geopolíticamente peligrosa, en particular si la comparamos con la autoimagen de algunos de nuestros vecinos.
Por ejemplo, en 2017, una vez concluida en Nueva York la revisión del reclamo territorial de millones de kms2 de plataforma continental presentado ocho años antes por el gobierno izquierdista de Cristina Fernández (que considera como argentina a parte de la Antártica Chilena y un sector marítimo de Magallanes), la canciller del gobierno de centroderecha de Mauricio Macri afirmó que “Naciones Unidas” -nada menos- había reconocido los límites exteriores de la soberanía submarina entre Argentina y -otra vez nada menos- la humanidad. Esa expresión equivale a sostener que “Chile no existe al sur de lo pactado en 1984”, ergo, que Chile carece de continuidad desde y hacia la Antártica.
Compare usted la autoimagen argentina con la imagen chilena del país chiquitito y -como en las revistas- encuentre usted las siete diferencias. (Bio Bio)
Jorge G. Guzmán
Exdiplomático y académico



