La prensa ha informado que, en uno de los campus de la Universidad Católica en Santiago se ha inaugurado, por las más altas autoridades de esa casa de estudios, un busto del cardenal Raúl Silva Henríquez, denominándolo el “Cardenal del Pueblo”.
Sorprende esa denominación. Desde luego, porque “pueblo” es un nombre conflictivo y equívoco. Recordemos que don Raúl Silva fue Cardenal de Santiago entre 1961 y 1983 y que, durante los primeros años de su episcopado, hasta 1973, el nombre “pueblo” se utilizó con una clara connotación ideológica de carácter marxista para incitar a la lucha de clases. Según esa ideología, “proletariado” o “pueblo” eran nombres que designaban a aquellos que, según ella, carecían de todo bien y que se enfrentaban a propietarios que sólo intentaban explotarlos. Por lo tanto, si se era del pueblo no se podía ser de los que estaban al frente. Entre ellos, eran enemigos irreconciliables. ¿Es éste es el sentido que se da al nombre “pueblo” cuando se dice que el cardenal Silva Henríquez era el cardenal del pueblo?
Cabe recordar, por lo demás, que allí donde triunfaron quienes, en esta hipótesis, se decían representantes de ese pueblo ideológico, el pueblo de aquellos efectivamente desposeídos y vulnerables, sufrió como nunca antes. El resultado miserable de los experimentos marxistas a lo largo y ancho del mundo así lo atestigua. Pensemos, ahora, nada más en Cuba y Venezuela.
En el período de este cardenal, hasta 1973, en Chile también se ensayó un experimento de este tipo que contó con el apoyo de amplios sectores eclesiásticos, todos actuando bajo la mirada benevolente de esta autoridad. Incluso, el uso de la violencia para el triunfo de la ideología marxista recibió también la “bendición” de muchos eclesiásticos sin que este cardenal se pronunciara en serio contra ellos. Recordemos, desde luego, cómo su relación con la Universidad Católica comenzó con un acto de violencia, esto es, la toma de la Casa Central que realizó un grupo de estudiantes para abatir al rector de entonces y sustituirlo por Silva Henríquez.
También corresponde recordar que, en esa misma Universidad, en 1968, se traicionó al Papa Paulo VI, cuando profesores de la Facultad de Teología salieron a enseñar acerca de cómo se podían desatender las enseñanzas del pontífice contenidas en su Encíclica Humanae Vitae, que prevenía de los malos resultados individuales y sociales por el uso de los métodos anticonceptivos artificiales. El cardenal, ya gran canciller de la Universidad, dejó hacer, dejó pasar. Los resultados los tenemos a la vista: en Chile se ha desplomado la natalidad. Chile se queda sin pueblo real.
Un cardenal, al contrario de lo que deja entender la denominación que a Silva Henríquez se le ha dado, debe ser el cardenal de todos y, siguiendo lo que enseña la Doctrina Social de la Iglesia, debe intentar la armonía entre todos sobre la base de la exhaustiva aplicación de la justicia y el derecho. Nada de eso se traslució en el magisterio que él ejerció entre nosotros. Al contrario, como ya lo señalé, hasta 1973 hubo un claro apoyo de sectores muy numerosos de los clérigos de entonces a la tesis de la lucha de clases.
El resultado fue una impresionante división de los católicos chilenos entre quienes, respetando la enseñanza multisecular de la Iglesia Católica, aspiraban a mejorar la situación de todos mediante la aplicación de las enseñanzas que la ciencia económica y la sana política nos proveen para esos efectos, evitando el conflicto social y los que, al contrario, creían que era cuestión de terminar con la propiedad privada -estructura de pecado- para producir un gran bien social; y que no vacilaban en atizar el enfrentamiento para conseguir este objetivo.
Chile se vio enfrentado así a los peores conflictos de su historia que estuvieron a punto de conducirlo a una guerra civil, de la cual sólo nos libró la intervención militar de 1973. La responsabilidad de la jerarquía eclesiástica, con el cardenal Silva Henríquez a la cabeza, en haber precipitado a Chile a este abismo, fue simplemente enorme. No se puede olvidar. (El Líbero)
Gonzalo Ibáñez



