Cambio sin retorno-Isabel Plá

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Más allá de que Sebastián Sichel y Gabriel Boric tienen en común no haber sido los favoritos de las encuestas, los une el hecho de encarnar liderazgos que dejan atrás a toda la generación que encabezó el poder en los últimos 30 años y, en eso, representan el espíritu de una época que empieza a consolidarse en Chile. Y personalidades marcadas por desafiar las posiciones de sus sectores políticos y por la trashumancia partidista.

La foto de la primaria es inequívoca, manda señales poderosas. El desgaste de los partidos políticos, la desvalorización de la experiencia (que encarnaba, como ningún otro candidato, Joaquín Lavín) y una barrera al Partido Comunista, construida no por la derecha, sino por una centroizquierda que despertó después de años de condescendiente silencio, la noche que fue despreciada para competir en la primaria.

Chile Vamos tiene al menos tres urgentísimos desafíos. Interpretar a Chile en toda su profundidad: ya no se necesitan más pruebas de que su proyecto debe estar fundado en una nueva hoja de ruta para un progreso que no excluye, con cambios sociales, en libertad, crecimiento económico y paz social. Demostrar capacidad de dar gobernabilidad, porque el paso de Sichel a la segunda vuelta presidencial dependerá de ello por encima de cualquier otra consideración. Y, naturalmente, la unidad detrás del candidato presidencial elegido, lo que no es tan evidente, cuando es el único que no milita en sus partidos políticos y la campaña deja heridas, y cuando sigue latente una candidatura de José Antonio Kast, que de persistir arriesga casi con toda seguridad las posibilidades de Chile Vamos.

En la izquierda, las incógnitas son de más grueso calibre. La tensión entre Jadue y Boric en las últimas semanas cortó varios cables y no será tan fácil conectarlos para poner a un PC a disposición de la candidatura del Frente Amplio. No solo por las distancias humanas, sino porque ambos se plantearon con posiciones excluyentes en temas muy sensibles. Es difícil imaginar que Jadue guardará en un cajón su programa revolucionario, para ponerse a disposición de la izquierda que representa Boric, igual de radical, pero que al menos cuida estéticamente sus mensajes, mide el riesgo de simpatizar demasiado con la violencia, las limitaciones a la libertad de prensa o a la propiedad privada, y sabe que para ganar necesita mucho más que a la militancia de la primera línea.

Y queda aún la decisión de Unidad Constituyente, gravitante tanto para Chile Vamos como para la izquierda. La elección de Gabriel Boric responde en parte a una movilización del PS, lo que desafía, en lo grueso, las relaciones históricas con la DC, y en lo inmediato, las definiciones de sus cartas presidenciales. Si se ungirá o no a la senadora Yasna Provoste, si competirán con Paula Narváez y Carlos Maldonado en una primaria de partidos, o si correrán los tres para la primera vuelta.

El único consenso que cruza a todo el espectro político es que en las próximas elecciones presidenciales Chile se juega mucho. No será una elección entre representantes de la izquierda y derecha, que comparten las reglas esenciales de la democracia, la economía, la paz social. Es una elección entre dos visiones de sociedad, para muchos (entre quienes me encuentro), irreconciliables entre sí.

Sebastián Sichel tiene ahora la oportunidad de demostrar que es un candidato competitivo. Y, sobre todo, si tendrá la grandeza de sumar la visión de Joaquín Lavín, que se adelantó varios años, advirtiendo que el progreso promedio de Chile era insuficiente y que el paso ahora es de plena integración social. (El Mercurio)

Isabel Plá

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