Chile ya tiene una lista corta de siete precandidatos presidenciales entre los cuales elegir, bastante distintos unos de otros (u otras). En los tiempos que corren no dará lo mismo quién elijamos finalmente. Y para muchos no será fácil escoger, especialmente al interior de los dos sectores principales en que se distribuye la política chilena: centro izquierda y centro derecha. Además, como la mitad de los consultados en la última encuesta del CEP, todavía no sabe o decide por quién votaría.
Puede ser bastante simplista, tradicional y hasta primitiva la manera en que la mayoría decidimos por quién votar, a pesar de que pensemos lo contrario. ¿Cuántos lo harán realmente por los programas de gobierno que se proponen? ¿Cuánto habrá de inclinaciones muy emocionales? A veces pienso que los factores que determinan nuestras preferencias por partidos políticos y sus candidatos no son demasiado distintos de aquellos que originan nuestras preferencias por cierto equipo de fútbol. Ser de la U, el Colo o la Católica parece venir de una mezcla de preferencias heredadas de los padres o la familia, casualidades y circunstancias anecdóticas. No obstante, jamás reconoceríamos eso en el caso de la política, sino que lo fundamentamos en sesudos análisis. ¿Cuánto de eso será post factum?
¿Qué tal sería, para variar, considerar antes el perfil o características que debiera reunir un presidente/a para estos próximos cuatro años de la historia de Chile? ¿Y después, decidir cuál candidato es más probable que reúna o encarne esos rasgos requeridos? Tomémoslo simplemente como otra forma de decidir.
¿Y qué tal si consideramos no sólo atributos inmediatos o relativamente superficiales que debiera reunir un buen gobernante hoy, sino atributos más profundos, permanentes o universales? ¿Dónde encontrar referencias a estos últimos? ¿En Maquiavelo, Rawles, Berliner? ¿Y por qué no en Lao Tse, autor de “Tao Te Ching” (“Libro del camino y la virtud”), el texto clásico chino del siglo sexto AC que tanta influencia ha tenido en el Asia?
El Tao es uno de los tres o cuatro libros que reúne la más profunda sabiduría que los humanos hemos encontrado sobre cómo vivir bien. Es una lástima que ni figure en los programas de educación escolar de nuestros países. Puede ayudarnos, tal vez, conocer los criterios que tan precisa y poéticamente propone el Tao para los gobernantes.
Señala, por ejemplo, “si un gobernante carece de confianza, lo mismo le pasará a su pueblo. Gobernantes que no merecen serlo son despreciados. Gobernantes comunes son temidos por sus súbditos; buenos gobernantes se ganan el afecto y las alabanzas de sus súbditos. Cuando grandes gobernantes lideran, la gente apenas se da cuenta de su existencia. Qué cuidadosamente elige sus palabras el gobernante sabio; cuán simple sus acciones. Bajo tal gobierno el pueblo piensa que se está gobernando a sí mismo”. (Cap.17)
Sobre el buen gobierno señala: “El gobierno es mejor administrado con virtud. El ejército es mejor administrado con estrategia; la gente es mejor administrada dándoles libertad. Cuántas mayores restricciones se establezcan, más pobre se vuelve el pueblo. Más soldados patrullan las calles; más desordenada se vuelve la ciudad. Cuanto más habilidosos y astutos se vuelven los funcionarios (públicos), más difícil se hace controlar a la gente. Si más leyes y órdenes se emiten, más abundan los ladrones e infractores”.
El gobernante sabio dice: “Si yo practico restricción y moderación, la gente se reformará sí misma. Si yo amo la paz, la gente se volverá pacífica. Si no soy codicioso, la gente se volverá próspera. Si yo practico la simplicidad, la gente se mantendrá simple” (57).
Así como las anteriores, hay decenas de reflexiones en este libro maravilloso. Me he limitado a extraerlas de sólo dos de sus 81 capítulos o secciones. Mis citas son de una versión en lenguaje contemporáneo de Sam Torode, publicado en inglés el 2019 (en Kindle). Les invito a todos a leerlo completo. Es corto (100 págs.), y es muy importante hacerlo en una buena traducción.
Personalmente, para esta etapa de la historia de nuestro país y del mundo me gustaría escoger un presidente que por sobre todo sea sabio o sabia. No él o la más inteligente, experimentada, habiloso, cercana, duro ni atrevida. Que tenga mucha consciencia de que su modo de ser importa tanto como su modo de hacer, y muchísimo más que sus propuestas anticipadas de qué hacer. No son las ideas solamente lo que importa, ni para gobernar ni para conseguir ser elegidos. Me gustaría un presidente que leyera libros como el Tao y otros semejantes para formarse para gobernar. Un presidente que no estuviera siempre en el centro de todos los acontecimientos aparentemente “importantes”. Que los mirara desde más altura y distancia. Que fuera más selectivo. Para así ayudarnos a todos los ciudadanos a mirar con más perspectiva y visión nuestro acontecer. Que fuera el contrapunto de los Matinales de TV. Que no dejara que sean los Matinales quienes educan a nuestro pueblo como ciudadanos. Que sea él o ella, con su ejemplo activo, sin palabras ni prédicas, quien educara diariamente sobre qué es importante considerar para construir un país feliz del cual nos sintamos todos orgullosos.
Me propongo observar también estos aspectos en el comportamiento de los candidatos que llenarán el espacio de las noticias en los próximos seis o siete meses. Veamos qué aparece al mirarlos desde este punto de vista. (El Líbero)
Ernesto Tironi