Boeninger está siendo objeto de una tergiversación que intenta proyectar sus ideas como más cercanas a la derecha que a la centroizquierda, de la que fue parte como ministro, senador, escritor de ensayos. Eso es un abuso.
En lo cultural, Edgardo Boeninger estuvo siempre en las antípodas de los conservadores. En sus memorias declara que “lo que más me separa de la derecha son los temas valóricos, yo creo en el derecho de la mujer para decidir sobre su propio cuerpo, creo en los derechos reproductivos de la mujer… así como siempre creí en el divorcio”.
El año anterior a su muerte reitera esta diferencia radical: “…no voy a votar nunca por un candidato de derecha (…) soy un liberal social y la abrumadora mayoría de la gente de derecha son conservadores sociales” (M. Serrano, “La Igual Libertad de Edgardo Boeninger”, p. 194).
En lo económico, su distancia con el neoliberalismo es profunda. No es un socialista, y en tal sentido sostiene que el capitalismo es más eficiente que cualquier otro sistema económico tanto en la asignación de las inversiones como en la fijación de los precios. Está, también, de acuerdo con los monetaristas y el socialista Oscar Lange, en que socialista o capitalista no hay dos maneras de manejar un Banco Central.
Pero ahí para. En 1983, Boeninger, Roberto Zahler y yo publicamos tres ensayos en un libro que titulamos “Del Liberalismo al Capitalismo Autoritario”. Los tres éramos críticos del neoliberalismo y Edgardo Boeninger analiza sus bases ideológicas haciendo una revisión de los trabajos de Von Hayek, Friedman, Becker, Tullok, Buchanan, Nozik, Lepage.
Argumenta contra el credo neoliberal y denuncia sus errores. Se define como un “liberal social demócrata”. Soy liberal en lo económico, “pero con la derecha tenemos distinto énfasis en materia social y en cuanto a la intervención del Estado, yo creo que ellos son utópicos e ilusos… creen que los mercados funcionan solos”.
Sobre todo discrepa “con el extremismo con que presentan sus teorías. Todo se concibe en forma de alternativas tajantes; planificación central o mercado; libertad individual irrestricta o totalitarismo; Estado mínimo o socialismo estatista; distribución del producto social de acuerdo a dictados del mercado o sociedad totalitaria. No hay situaciones intermedias ni tercera posición. En política no existen más que dos alternativas: la sociedad libre de los liberales auténticos y el socialismo totalitario a que conducen por igual el reformismo o la revolución marxista” (p. 116).
Edgardo Boeninger es duro en la condena a las ideas de Von Hayek y sus colegas. Se hace cargo de la acusación que la izquierda ha hecho al liberalismo por más de un siglo: que las libertades en una sociedad marcada por graves desigualdades pueden ser pura forma, ya que, como lo dijera Anatole France, en Francia todos son iguales, pues tanto el rico como el pobre tienen la libertad de dormir bajo los puentes.
Edgardo Boeninger rechazaba por equivocados los pilares fundamentales del neoliberalismo y de los libertarios. Advierte que la libertad ilimitada puede llevar a que un individuo poderoso sea libre de asaltar a otro débil y privarlo de su libertad. Frente a la afirmación de los neoliberales de que la justicia social no es una política válida, sino destructora de la libertad, Edgardo Boeninger postula que no hay libertad sin un grado importante de igualdad, lo que hace que una distribución más equitativa de los ingresos y la riqueza sea una obligación permanente del Estado, concepción que se nutre, sobre todo, de Rawls, el más importante filósofo liberal del siglo XX (de ahí deriva el título de sus memorias: “La igual libertad de Edgardo Boeninger”).
Y mientras los neoliberales valoran la libertad económica como superior a la política, Edgardo Boeninger piensa que la libertad política es de jerarquía superior, pues sin ella no estarían garantizadas ni la libertad económica, ni religiosa o cultural.
La idea, frecuente en libertarios y neoliberales, de que el capitalismo puede ser más importante para la libertad que la democracia, Boeninger la rechaza con la fuerza y la inteligencia con que defendió todo aquello en que creyó. (El Mercurio)
Genaro Arriagada



