Beepers, una operación de inteligencia del siglo XXI

Beepers, una operación de inteligencia del siglo XXI

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Mientras varios países latinoamericanos se ocupaban en septiembre de recordar fechas alusivas a sus respectivas independencias nacionales, en el Medio Oriente ocurría un cambio histórico en materia de inteligencia. Miles de personas fueron atacadas de manera simultánea -de las cuales cerca de 50 murieron-, dejando un reguero de heridos, quemados de extrema gravedad. Las heridas de las víctimas se concentraron en rostros, manos y en la zona de la cintura.

Se trató de un ataque masivo y de muy alta precisión en contra de uno de los eternos rivales de Israel. Todos los muertos y heridos, sin excepción, tenían en común desempeñar actividades claves al interior del grupo terrorista iraní-libanés Hizbollah. Hasta el propio embajador de Irán en Beirut resultó gravemente herido. Los resultados muestran un ataque de altísima letalidad.

¿De qué se trató esta operación?, ¿qué consecuencias puede tener? y ¿cómo pudo ocurrir?

Aunque sólo historiadores del futuro, interesados en relaciones internacionales, podrán indagar con mayor exactitud sobre su preparación y ejecución, por ahora sí se pueden establecer algunas conjeturas. La más importante es, desde luego, su resultado final. Este favoreció decididamente a Israel, tanto en sus efectos políticos generales, como en la obtención de resultados on the ground y, desde luego, en cuanto a espectacularidad.

Se trató de dos olas de estallidos. La primera, el 17 de septiembre, cuando explotaron de forma simultánea miles de dispositivos buscadores de personas de tamaño portátil. Al día siguiente ocurrió una segunda ola. El blanco fueron los portadores de walkie-talkies. Esas características explican la localización de las heridas de los miles de seleccionados. En esos equipos se instaló una cantidad de gramos de un producto altamente inflamable, introducido quizás durante su producción o durante la cadena de comercialización. Como sea, revela una minuciosidad asombrosa.

Uno de los capítulos más paradojales de esta historia es que en febrero de este año (o sea sólo siete meses antes de ejecutarse la operación), el máximo líder del grupo, Hassan Nasrallah, había ordenado a todos sus comandantes dejar de utilizar los celulares, pues dijo poseer “información fidedigna” de que los servicios de inteligencia israelíes los tenían interceptados. Asesorado por la inteligencia iraní, Nasrallah ordenó cambiarse a beepers (dispositivos buscadores de personas) y a walkie-talkies. Fatal decisión.

De paso, su suerte personal quedó echada. Diez días más tarde, tratando de escapar, la inteligencia israelí identificó su ubicación en Beirut y lo alcanzó mediante un fulminante ataque de precisión ejecutado por aviones.

Nasrallah llevaba varias decenas de años dirigiendo ese grupo que tantos dolores de cabeza había conseguido darle a Israel, y a los judíos en general, desde que fuera fundado en 1982. Uno de los golpes más grandes fue el de la AMIA en Buenos Aires, en 1994. Numerosas investigaciones judiciales sindican a ese grupo como responsable de aquel ataque terrorista donde murieron 85 personas (y más de 300 quedaron heridas). El propio Nasrallah se jactó de dicha operación en varias ocasiones.

Desde el punto de vista histórico, esta operación, que medios de comunicación anglófonos denominan provisionalmente Pagers (dispositivos buscapersonas), marca un antes y un después en materia de operaciones de inteligencia. Hasta ahora, nunca se había visto un ataque que en lo medular dejase atrás las operaciones “analógicas”. Jamás había ocurrido antes un golpe selectivo de tamaña envergadura, ejecutado por vía digital. Todos los Pagers fueron accionados de manera instantánea desde mucha distancia. Ahí radica la gran novedad de esta operación.

Se trata de un giro histórico, no sólo por el volumen de la operación, sino también por su impacto demoledor. Es de aquellos que traccionan de manera casi definitiva el quiebre de la voluntad de lucha del enemigo. En este caso, Hizbollah perdió de un solo golpe a toda su dirección. Desde sus mandos medios hasta la cúpula.

Carlos Escudé, un muy notable internacionalista argentino ya fallecido, solía decir, y escribir, que cuando el ser humano da saltos tecnológicos, nunca regresa atrás. Llegado el bronce, las flechas y piedras pasaron al olvido. Los tanques volvieron irrelevante a la caballería. La aviación significó un vuelco en las armas de precisión y así sucesivamente. Las operaciones de inteligencia serán a partir de ahora inimaginables si no se sitúan en el mundo digital.

La bibliografía especializada ha estudiado a fondo algunos episodios de la era anterior, la “analógica”, que destacan justamente por haber traccionado el quiebre definitivo de la voluntad de lucha del enemigo. Son tres recordadas por su enorme repercusión. Fueron las operaciones Carne Picada (también llamada la del Hombre que Nunca Existió, en 1943), la Garibaldi (o caso Eichmann, en 1960) y la de Entebbe (en 1976).

La primera de ellas fue llevada a cabo por la inteligencia británica, la cual consiguió recrear discretamente hasta en sus más mínimos detalles la vida de un mayor de la Armada, William Martin. Luego, abandonó en aguas de Huelva (España) un cadáver de gran similitud física con él, llevando su identificación militar y toda clase de adminículos falsos, aunque sumamente convincentes sobre su biografía ficticia; remitida a la de Martin. El cadáver portaba información militar distractiva para hacer creer a los nazis sobre un inminente desembarco aliado en Sicilia. Toda la operación fue ejecutada, desde luego, con recursos exclusivamente “analógicos”. La operación tuvo por finalidad dispersar los esfuerzos nazis. Entre toda clase de detalles preparados, se publicó un aviso de la muerte del mayor Martin en el The Times, periódico que J. Goebbels leía diariamente con fruición. La operación fue supervisada personalmente por Churchill y se considera hoy un verdadero orgullo nacional en materia de inteligencia.

Más conocido en nuestras inmediaciones fue el caso Eichmann, ocurrido al norte de Buenos Aires, el cual levantó protestas diplomáticas del gobierno de Arturo Frondizi, por tratarse de una operación de inteligencia extranjera en suelo argentino. La operación tuvo grandes consecuencias en las ciencias sociales y en las humanidades en general, por haber motivado a Hannah Arendt a reflexionar sobre la maldad en aquellos regímenes. De paso confirmó algo válido hasta el día de hoy, como es la decisión de perseguir a sus enemigos, aunque pasen los años y sea en el lugar que sea del mundo. Fue un caso donde -usando sólo recursos “analógicos”- la inteligencia israelí consiguió localizar y atrapar al otrora importante dirigente nazi, Adolf Eichmann, escondido en una apacible localidad bonaerense de San Fernando, bajo el nombre de Ricardo Klement. A los pocos días, lo trasladó en completo sigilo por vía aérea a Jerusalén, donde lo enjuició y condenó a muerte.

Otro caso exitoso de una operación de inteligencia ejecutada con medios “analógicos” fue Entebbe, destinada a rescatar a 240 rehenes a 5.000 kilómetros de distancia en un avión secuestrado por un comando palestino-alemán. Prácticamente a lápiz y papel, y recogiendo versiones verbales, lograron recrear el aeropuerto donde estaban los rehenes. El comando ejecutó una cinematográfica liberación, que tuvo enorme efecto político. El Frente Popular de Liberación de Palestina fue neutralizado y desarticulado, mientras que las Células Revolucionarias de Alemania desaparecieron.

En síntesis, desde septiembre de este año se asiste a un vuelco definitivo en cuestiones de inteligencia. Por cierto, los asuntos internacionales de cada país tienen su propio leitmotiv, dependiendo de la época, pero la era digital está cambiando todo y los países pueden ahora proyectar su poder sobre distancias casi ilimitadas. El ciberespacio está colonizando el espacio físico y, por ende, las operaciones de inteligencia se modificarán sustancialmente. La gran duda es qué papel le cabe ahora al factor humano. (El Líbero)

Iván Witker