Las elecciones bonaerenses fueron presentadas como una derrota aplastante para Javier Milei. Sin embargo, los números muestran un cuadro menos catastrófico. En la Cámara de Diputados provincial, el peronismo de Fuerza Patria pasó de 37 a 39 bancas (+2), mientras que La Libertad Avanza en alianza con el PRO subió de 25 a 31 (+6). Las pérdidas más fuertes se dieron en Somos Buenos Aires, que cayó de 11 a 6 (–5), y en los bloques menores (Otros), que también retrocedieron. En síntesis: hubo triunfo peronista en su bastión, pero el oficialismo también creció en representación. No hubo un derrumbe electoral, sino una derrota política fruto de errores estratégicos.
Las elecciones en la provincia de Buenos Aires dejaron en claro una paradoja que los argentinos conocen desde hace décadas y que los chilenos miran con desconcierto: en la política criolla, el populismo no necesita gobernar bien para ganar; le basta con mantener engrasada su maquinaria electoral.
Con más del 82% de las mesas escrutadas, el peronismo, bajo la marca Fuerza Patria, se impuso con un contundente 46% de los votos frente al 33% de La Libertad Avanza (LLA). Javier Milei, que había arrasado en 2023, sólo logró imponerse en los distritos más ricos -el quinto y el sexto electoral. En el resto, la vieja maquinaria peronista se ocupó de llevar a cada beneficiario, cada empleado municipal y cada votante “cautivo” hasta la urna.
El contraste no pudo ser más evidente: los libertarios sumaron bancas en los sectores más productivos de la provincia, mientras el peronismo barrió en los más pobres y populosos, donde la política se confunde con la administración de favores.
En rigor, los comicios bonaerenses definían concejales y legisladores provinciales. Pero el oficialismo aceptó el marco que le impuso el adversario: se votaba “por Milei o contra Milei”. En la tierra de los intendentes peronistas, con su ejército de fiscales, sus aplicaciones para rastrear votantes en tiempo real y sus colectivos listos para trasladar electores, ese error se pagó caro.
El peronismo tenía claro que esta era su batalla decisiva: sin los concejos deliberantes, los barones del conurbano pierden la llave del poder y, con ella, la posibilidad de eternizarse en el cargo. El libertarismo, en cambio, careció de estructura territorial y dejó librada la contienda a la épica presidencial. Resultado: no ganó el peronismo, perdió Milei.
Unidad en el PJ, fractura en LLA
Mientras el peronismo volvió a hacer lo que mejor sabe hacer -unirse a última hora para garantizar su supervivencia-, el oficialismo mostró fisuras. En el escenario del domingo, Santiago Caputo, el estratega que llevó a Milei al triunfo nacional, aparecía a su derecha. Pero Caputo había perdido semanas atrás la interna con Karina Milei sobre la estrategia de armado de listas: él proponía alianzas amplias, ella insistió en competir solos. Ganó la pureza ideológica; perdió la política.
La consecuencia fue inmediata: sin acuerdos en el Congreso y sin respaldo en el territorio, Milei enfrenta a un peronismo que, aún con pésima gestión, volvió a demostrar que la disciplina y la maquinaria pesan más que los resultados.
En paralelo, Axel Kicillof logró lo que parecía imposible: erigirse como alternativa de poder para 2027. Lo hizo no por su gestión -que arrastra desastres en seguridad, infraestructura y educación-, sino porque supo imponer su estrategia de desdoblar elecciones y transformar la disputa en un arma contra el Presidente.
Cristina Kirchner, debilitada y sin chances legales de volver a competir, debió aceptar el plan de su pupilo y hasta tolerar como aliado a Sergio Massa, a quien había detestado durante años. La maquinaria peronista se encolumna siempre detrás de quien garantice la victoria.
La economía: un arma de doble filo
La economía, paradójicamente, no fue decisiva en esta elección.
- Julio cerró con una inflación de 1,9 % mensual, apenas por encima del 1,6 % de junio, y la inflación núcleo marcó su nivel más bajo desde 2018.
- El REM del Banco Central proyecta una suba de 2 % para agosto, todavía lejos de las tasas de tres dígitos anuales que dominaban hace un año.
Pero ese respiro inflacionario tuvo un precio: una economía enfriada, con caída del EMAE (Estimador mensual de actividad económica) y tasas de interés que rozan el 70% nominal anual, mientras los bancos son obligados a financiar al Estado.
En septiembre, el bolsillo no definió el voto; en octubre puede ser la estocada. El peronismo lo sabe: si la recesión se profundiza y el alivio inflacionario se evapora, la narrativa de “el ajuste lo paga la casta” dejará de convencer. Como decía Jean Baptiste Say, no hay demanda sin producción previa. Y si la producción no arranca, no habrá consumo ni votos que resistan.
Por lo demás, la reacción inmediata de los mercados no tardó en llegar: ayer lunes el riesgo país se disparó y el dólar volvió a rozar su techo, reflejando la fragilidad que arrastra la economía argentina. Esta turbulencia financiera puede ser interpretada como una oportunidad por el peronismo opositor, siempre dispuesto a capitalizar la zozobra para reinstalarse en el centro de la escena. El desorden macroeconómico, en lugar de debilitar su relato, les ofrece un insumo para sembrar miedo y presentarse en octubre como el partido capaz de “traer calma”. De ahí que la discusión de fondo, más allá de la coyuntura electoral, no sea sólo el resultado ajustado en las urnas, sino el modo en que la economía -aunque no haya sido decisiva en esta primera instancia- puede convertirse en el verdadero factor definitorio en la batalla legislativa que se avecina.
La lección para Chile
La enseñanza que deja Argentina es institucional. No basta con tener razón en el diagnóstico ni con ocupar la Casa Rosada. En un sistema donde los intendentes controlan recursos, transporte, padrones y empleos, el populismo puede gobernar mal y aun así perpetuarse. La economía podrá inclinar la balanza en octubre, pero la primera batalla se definió en otro terreno: el de la política como administración de clientelas.
Para Chile, que hoy debate su propio rumbo, la advertencia es clara: si se permite que el poder local se convierta en feudo y que la política sustituya a la gestión, ninguna reforma estructural será suficiente. Porque el populismo, como se ve en Argentina, no necesita resultados; le basta con el control del aparato. (El Líbero)
Eleonora Urrutia



