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Tenemos anuncios constitucionales. Dentro de las alternativas no existe la de continuidad de nuestro actual texto; tampoco la aprobación mediante el mecanismo legal vigente. O sea, por muy inclusiva y ciudadana que se diga, hay posibilidades básicas excluidas. Por aquí comienza a cojear el republicanismo que toda Constitución debe recoger.

No se tolera el éxito del país logrado por el esfuerzo tenaz y sostenido de cada chileno, a pesar de los débiles desempeños gubernativos de la Concertación, y que amenazan con independizar políticamente al electorado. Históricamente los audaces se han escudado en supuestas mayorías callejeras para afianzar sus ínfulas totalitarias, las que han arruinado y truncado la vida de millones de personas en los más diversos países. De paso, las rimbombantes expresiones del ex Presidente Lagos y sus corifeos, de cuando aquella otra reforma durante su gobierno, afloran en toda su verdad: declaraciones y acciones tácticas para socavar subrepticiamente nuestro ordenamiento, lo que tampoco es novedoso.

Hay que reparar en el calendario señalado: se comenzará con un año, a partir de ahora, dedicado a un intenso activismo popular con la única finalidad de hacer que el país diga, en materia constitucional, lo que la coalición gobernante desea que se diga. Y si no lo dice, igual el sistema que se montará lo dirá machaconamente, incluidas tomas y otras manifestaciones del depurado republicanismo de «la calle». Todo esto entreverado con la elección municipal y respaldado generosamente con dineros públicos, mientras la oposición estará sin medios de financiamiento de ninguna especie.

Luego, un intenso debate por el mecanismo de reforma, que coincidirá plenamente con el momento álgido de la campaña presidencial. La idea es poner contra la pared a los candidatos y distraer al electorado de los problemas reales, dejando fuera de foco el enjuiciamiento del gobierno actual y la búsqueda de alternativas de reemplazo. En el fondo, la Nueva Mayoría pretende recuperar el protagonismo político, distraer al público de sus reales necesidades y evitar que este siga exigiendo buen gobierno antes que ideologías. La receta buscada no parece descaminada, a juzgar por los casos de Argentina y Venezuela, notables fracasos que se nos presentan como modelos. Entretanto, los señores Burgos y Valdés seguirán equilibrándose para crear una ilusión de moderación que haga de telón de fondo y distraiga frente al empellón que viene.

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