Con su carta publicada en El Mercurio el día de ayer, el obispo de San Bernardo, según sus propias palabras, pretende «iluminar las conciencias» de los legisladores que votarán próximamente el proyecto de ley que despenaliza el aborto en tres causales tan excepcionales como dramáticas para la mujer que las padece. Pero eso es, precisamente, lo que los legisladores -cristianos incluidos- no van a aceptar, esto es, que un pastor sustituya sus conciencias al momento de votar. Algunos prelados creen vivir en épocas muy pretéritas de la humanidad, en las que algunos -ellos, por supuesto- eran portadores de la luz y la mayoría de su prójimo, unos bárbaros morales que lo único que tenían que hacer era ponerse dócilmente detrás del que llevaba la antorcha por encargo nada menos que del mismísimo Dios.
Esa creencia es la misma que les impide dejar en manos de las mujeres (o sea, de la conciencia de cada una de estas) la decisión acerca de si abortar o no en las causales del proyecto. Lo que esto muestra es una desconfianza en la autonomía moral de las personas , como si estas fueran corderos que pastorear y no sujetos libres que pueden decidir por sí mismos. Por sí mismos, pero también en diálogo con los demás, mas no bajo la tutela de nadie.
Si con toda razón los opositores al proyecto defienden la objeción de conciencia que podrán hacer los médicos requeridos para practicar un aborto en caso de que la iniciativa se apruebe, o sea, si respetan y dan valor a la conciencia individual de cada médico para decidir en tal situación, ¿por qué no respetar y dar también valor a esa conciencia en el caso de los legisladores que van a votar el proyecto y en el de las mujeres que tengan que decidir mañana si continúan adelante con un embarazo? (El Mercurio)
Agustín Squella
