A 50 años del golpe militar

A 50 años del golpe militar

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La conmemoración de los 50 años del golpe militar debiera ser una ocasión para que el país se una en una reflexión sobre el valor de la democracia, la importancia de respetar los derechos humanos, y la insensatez de pretender implementar reformas que nunca funcionaron en ninguna parte.

Lamentablemente, en tanto el periodo de la Unidad Popular y la persona de Salvador Allende sigan siendo un objeto de adoración para algunos y el diablo preferido para otros, la conmemoración de los 50 años se convertirá en un festival de clichés. Peor aún, será una oportunidad para convertir la historia en una trinchera y para intentar llevar agua a piscinas ideológicas, resaltando las fallas y pecados de los otros, y obviando los errores y necedades cometidas por su propio sector.

La gran tragedia del quiebre de la democracia en Chile tiene muchos responsables. Tal vez por eso mismo, la izquierda prefiere centrarse en las violaciones a los derechos humanos cometidas en la dictadura que se inició el 11 de septiembre de 1973. Porque es impresentable defender a una dictadura, la derecha prefiere centrarse en las barbaridades que intentó hacer el gobierno de Allende y en la peregrina idea de que podía existir una vía chilena -y democrática- hacia el socialismo.

Por eso, es cosa de que alguien nombre a Allende, Pinochet o haga referencia al 11 de septiembre para que todos rápidamente vuelvan a sus trincheras ideológicas y se preparen para un debate que normalmente termina en descalificaciones y acusaciones mutuas. Rara vez las conversaciones sobre el golpe de Estado de 1973 y las razones del quiebre de la democracia llevan a ejercicios útiles de los que se puedan extraer lecciones sobre qué se debe hacer para cuidar y consolidar la democracia y cómo se debe evitar la polarización extrema y destructiva que convierte a connacionales en enemigos.

Es cierto que el golpe de 1973 -con el bombardeo a La Moneda incluido, la brutalidad de la represión y el desastroso fin del experimento allendista de avanzar hacia el socialismo marxista en democracia- genera opiniones encontradas también fuera de Chile. Los eventos de 1973 pusieron a Chile al centro de la discusión mundial sobre modelos de desarrollo, democracia, capitalismo y comunismo. Hace 10 años, cuando los ánimos ideológicos en Chile estaban más calmados, con mi colega Alfredo Joignant, recopilamos una colección de textos publicados inicialmente en inglés en las semanas y meses inmediatamente posteriores al golpe de estado. Titulado Ecos Mundiales del Golpe de Estado, el libro reúne ensayos escritos por el historiador británico Eric Hobsbawn, el sociólogo británico Ralph Milliband, los economistas estadounidenses Paul Sweezy y Andrew Zimbalist, el sociólogo cubano Alejandro Portes, el sociólogo argentino Guillermo O’Donnell, el politólogo estadounidense Paul Sigmund, y varios otros que analizaron las causas del fracaso de Allende y el fin de la democracia en Chile. En ese debate, queda claro que hubo culpas compartidas, torpes errores, malos cálculos, y una buena cuota de insensatez asociada a la polarizadora dinámica de la guerra fría. Nuestro texto complementa una serie de influyentes textos que se han escrito en las últimas décadas sobre el quiebre de la democracia -incluyendo el muy conocido, de Arturo Valenzuela, titulado El quiebre de la democracia en Chile.

Aunque sería maravilloso que, ahora que se conmemorarán 50 años del golpe de Estado, se pudiera producir un debate igualmente rico y enriquecedor sobre los motivos del quiebre de la democracia, es ilusorio pensar que, de existir, ese debate se dará en la arena política y partidista. Como la política siempre está más preocupada del corto plazo, la conmemoración de los 50 años del golpe probablemente se convertirá en una excusa para que el gobierno del Presidente Gabriel Boric busque asociar a los partidos de derecha con su apoyo a la dictadura que violó derechos humanos.

Como el Partido Comunista y -de forma difícil de justificar- el Frente Amplio han convertido a Allende en un santo secular, La Moneda se excederá en frívolos homenajes a un líder político que ellos mismos han ayudado a convertir en una caricatura. Por su parte, la derecha no perderá la ocasión de asociar el caos y el desorden que reinó en los últimos meses de Allende a la incapacidad del gobierno actual de enfrentar adecuadamente los desafíos de la crisis de delincuencia que hoy aflige al país.

Por un par de meses -concluyendo en septiembre, justo cuando se celebren las fiestas patrias- el país entrará en modo trinchera y, más que educadores análisis y reflexiones, veremos muchos panfletos, simplificaciones y burdas propagandas que buscarán anotar goles de corto plazo más que reflexionar sobre cómo evitar repetir los errores que llevaron al país al golpe de 1973.

Para todos aquellos -casi un 70% de la población del país- que no tenemos recuerdos de esa época, por ser demasiado pequeños o por haber nacido después de 1973, la imagen de la barbarie del 11 de septiembre y la posterior dictadura seguirán siendo un momento carente de contexto y del complejo y a menudo confuso cóctel multifactorial que llevó al quiebre de la democracia.

Es una lástima que, en vez de convertirse en una oportunidad para que todos aprendamos de historia y saquemos lecciones para fortalecer la democracia actual, la conmemoración del 11 de septiembre se convierta en un inútil regreso a trincheras ideológicas y trillados dogmas. (El Líbero)

Patricio Navia