A raíz de la tormentosa discusión presupuestaria sobre el Ministerio de Salud recordé mi conversación con una alta figura política de tiempos concertacionistas.
“Esto está muy desordenado” me dijo. Asentí: “Para nosotros la impecabilidad de gestión tuvo rango programático y por eso nos afecta tanto”. Recordé entonces que en la campaña presidencial de 1989, en poblaciones con fuerte presencia de izquierda, nunca faltaba alguien que levantara la mano y dijera: “Y ustedes, cómo me garantizan que no van a dejar la cagada de nuevo”.
Era una interpelación justa. Habían perdido mucho con el golpe. Y a fin de cuentas, habíamos proclamado saber desde siempre que “el imperialismo y la burguesía” tratarían de botarnos. Si lo lograban, entonces algo habíamos hecho mal; y en una magnitud sólo medible por la dimensión de las consecuencias.
Por eso, para los de entonces, ser impecables fue un mandamiento. Debíamos demostrar a nuestro pueblo que esta vez lo haríamos mejor. Parte de esa ley no escrita era asegurarse que las políticas públicas se transformaban en obras y cumplían los propósitos y tiempos para los que fueron pensadas. Sin “imprevistos” previsibles o reculadas bochornosas. Sabíamos que requisito del cambio era su excelencia, su respaldo ciudadano y el cuidado de la coalición. Que hacerlo realidad era un compromiso práctico y moral, en lucha contra el bla bla y la incompetencia.
Eso se ha perdido. Comenzó a postularse que la política había sido subordinada por la tecnocracia y debía darse radical vuelta a la tortilla. Floreció la mala gestión como es habitual en el quehacer público. La prioridad para ocupar un cargo pasó del que sabía hacerlo al “abnegado militante”. Y como consecuencia, apareció una pésima ejecución presupuestaria acompañada por demandas insaciables de nuevos recursos para intentar tapar con ellos el deficiente uso de los anteriores. Así llegamos a los hospitales. Vino el rasgado de vestiduras porque se reducían partidas del presupuesto de salud para 2016. ¿Y de qué sirve mantenerlas o aumentarlas si paralelamente el Director de Presupuestos informaba que a fines de Septiembre la ejecución en salud llegaba sólo a un 26,6% de lo presupuestado? También en esa sesión un diputado acusó que de las 5.000 camas prometidas solo se llegaría a 1.700, pero en un rapto de sinceridad la ministra corrigió señalando que de estas, solo 378 eran camas nuevas y el resto reposición.
Lo de salud y otras áreas de la acción pública no se resuelve proclamando abstractamente que “se requiere mejor gestión”, que la reducción de recursos “atenta contra la fe pública” y otras frases para el bronce. Si la gestión pública fuera en general buena, fallas particulares son disculpables. Pero cuando la gestión interesa sólo después del desastre, discursivamente y para pedir aun mas plata cuya ejecución luego a nadie interesa; y cuando la tecno burocracia es menospreciada, mientras la colaboración público-privada es considerada herética aunque convenga a pacientes y Estado, entonces los problemas de gestión son programáticos.


