Aún no acaba el recuento de votos en Honduras cuando entrego estas líneas, pero una cosa está clara: el domingo pasado la voluntad popular rechazó enfáticamente el nepotismo desvergonzado, el clientelismo descarado y la retórica de izquierda de la saliente Presidenta Xiomara Castro, fiel aliada del usurpador venezolano, Nicolás Maduro. Castro participa en la comparsa que ha dirigido últimamente la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), arquitectura política y económica que se propone dejar fuera de los asuntos regionales a los EE.UU. Hasta abril pasado, ese país ejerció la Presidencia Pro-Témpore de la Comunidad, que luego pasó a Colombia.
Bajo el gobierno del ex Presidente Manuel Zelaya, marido de la actual mandataria y articulador político y económico en la sombra, Honduras también adhirió a la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), pacto impulsado hace 20 años por Hugo Chávez, Evo Morales y otros, como alternativa al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), propuesta de integración comercial liderada por Washington. El país centroamericano ya no es miembro formal de ALBA-TCP, pero durante esta administración ha mostrado una gran cercanía política e ideológica con ellos, y ha asistido a sus reuniones clave.
El alineamiento con Caracas podría considerarse parte del pasado hondureño cuando la candidata del régimen saliente obtiene, según el último recuento de votos cercano ya al 100%, menos de un 20% y el panorama regional no está para quijotadas.
Sin embargo, existe el temor de un deterioro de la institucionalidad democrática hondureña independientemente del resultado final. Comencemos con la suspensión, por pocas horas, del recuento de votos por parte del Consejo Nacional Electoral, que generó incertidumbre sobre el sistema. A esto se agrega que para un final tan dividido entre Nasry Asfura del Partido Nacional y Salvador Nasralla del Liberal (24 mil votos de diferencia) no existe balotaje u otro sistema que garantice mayor estabilidad al triunfador de las elecciones. Peor aún, el voto muestra una clara división geográfica entre una costa caribeña favorable a los liberales y un interior donde predominan los nacionales.
Tampoco podemos olvidar la injerencia de EE.UU., horas antes de la elección, cuando Trump expresó su preferencia por Asfura y amnistió al antiguo líder de los nacionales, el ex Presidente Juan Orlando Hernández, condenado por la justicia norteamericana a 45 años de cárcel por colaboración con el tráfico de drogas, legitimando así el discurso de una “persecución política” en su contra. Del mismo modo, son graves las sospechas de que se estaría negociando un pacto entre el liberal Nasralla, que va segundo en el conteo, y el ex Presidente Zelaya, el esposo de Castro.
De consumarse, aumentaría exponencialmente la inestabilidad institucional en un país clave en América Central, por el cual transita parte importante de la corriente de drogas con destino a los mercados del norte; un país ya castigado por la presencia de “maras” y con un sistema judicial resquebrajado. Para el diario “La Tribuna”, un pacto de esta naturaleza manipularía la voluntad popular y garantizaría la impunidad de la élite política. Por ello, llama a los protagonistas del complot a “demostrar que su compromiso es con el pueblo y no con los pactos de poder”.
Salvo esta prevención, no menor, el futuro de Honduras como parte del eje hostil a los EE.UU. en América Central se debilita significativamente y, junto a ello, la influencia allí de Cuba, Venezuela y también de la Nicaragua de los Ortega. El cambio es de carácter estratégico para Washington y México, y entierra los proyectos emblemáticos, anti-imperialistas y bolivarianos del ex mandatario venezolano Hugo Chávez y de su sucesor, el actual usurpador del poder en Caracas.
Además de Honduras, también se está produciendo un cambio a favor de Washington en la balanza de poder en el Caribe angloparlante.
En San Vicente y las Granadinas (SVG), pequeño archipiélago caribeño de unos cien mil habitantes (los mismos que en Peñaflor), se celebraron elecciones generales el pasado 27 de noviembre en las que fue derrotado de modo contundente el carismático líder de izquierda, Ralph Gonsalves, del Partido de la Unidad Laborista (ULP), otro de los puntales del chavismo en la región. De los 15 escaños en el pequeño Legislativo, el ULP conservó apenas uno. Los otros 14 fueron a parar a manos del Nuevo Partido Democrático (NDP) cuyo líder es el actual Primer Ministro Godwin Friday, que asumió el cargo al día siguiente.
Con esta derrota acabaron 25 años de Gonsalves en el cargo desde el cual, gracias a su sólida formación académica, potente retórica, carisma, equilibrismo político regional y una red de influencias plagadas del recurrente nepotismo, ejercía un extraordinario poder de seducción sobre varios países caribeños, alineándolos con la Venezuela dictatorial, ALBA-TCP y, a través suyo, propiciando un lugar para SVG en el mundo, infinitamente superior al de su propia realidad (presidieron el Consejo de Seguridad de la ONU en noviembre del 2020 y la CELAC durante todo el 2023).
Ese país deja la órbita de Caracas y La Habana. Tal vez no se integre plenamente en la de Washington, pero es evidente que desaparecida la influencia de Gonsalves se fortalece allí, y en la región, la del Secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio.
La isla de Grenada, otro país miembro de ALBA-TCP ubicado a unos 160 kilómetros de la costa de Venezuela, se encuentra fuertemente presionada por Washington para que se les autorice la instalación temporal de radares (con su respectivo personal técnico), a fin de fortalecer la operación “Lanza del Sur”. El gobierno del Primer Ministro, Dickon Mitchell, ha retrasado la respuesta oficial mientras otras acciones de cooperación con EE.UU. tienen lugar y erosionan su resistencia. Va a ser muy difícil para ellos soportar la presión, aunque lo oculten.
En general, en el Caribe angloparlante las relaciones con EE.UU. se basan en un tema acuciante para ellos mismos, que es el fortalecimiento de sus capacidades para combatir el tráfico de narcóticos y erradicar de sus territorios al crimen organizado. Independientemente del signo político que gobierne en cada estado isleño, nadie como los EE.UU. puede garantizarles una cooperación real en este sentido, que es la base para un turismo seguro, sector predominante en cada una de las islas. Nadie como Guyana puede, por otro lado, garantizarles mejor el suministro de energía a futuro, sector donde antes Venezuela era preeminente a través de PetroCaribe.
De este modo, si la actual ventaja del Partido Nacional de Honduras se traduce en la victoria de Nasry Asfura, el candidato favorito de Trump, es bien probable que asistamos al derrumbe de toda la estructura política creada por el chavismo en la cuenca del Caribe y dejaría a EE.UU. como árbitro casi absoluto en ese enorme espacio, recuperando así la hegemonía que tanto busca. Un eventual éxito en la operación “Lanza del Sur” evidentemente resaltaría su liderazgo. (El Líbero)
Fernando Schmidt



