El voto define mucho más que un ganador- Iris Boeninger

El voto define mucho más que un ganador- Iris Boeninger

Compartir

En plena campaña electoral presidencial de segunda vuelta, a solo dos semanas de la votación, se percibe una tensión creciente. Muchos llegan a esta segunda vuelta con dudas, enfrentando la disyuntiva de votar por José Antonio Kast, Jeannette Jara o nulo. ¿En quién o qué encontrarán la razón de su voto?

La ética pública obliga a considerar que votar es elegir a quien pueda proteger las condiciones que hacen posible que un país siga siendo gobernable. La política real rara vez ofrece entusiasmo; lo que sí ofrece son escenarios con consecuencias profundamente distintas. Ese es el punto más importante, y el dilema de los votantes el próximo 14 de diciembre.

Esta semana, el expresidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle recibió en su casa al candidato José Antonio Kast. En su declaración, Frei señaló que sostuvieron una conversación franca y profunda sobre los graves problemas que afectan a Chile, manifestando coincidencias sustantivas entre su propia visión de Estado y varios ejes del programa de Kast, especialmente en materias que considera prioritarias para el futuro del país: el combate a la delincuencia, el restablecimiento del orden público, la persecución de la inmigración ilegal y la recuperación del crecimiento económico. Frei destacó que Chile necesita unidad y responsabilidad, no para uniformar miradas, sino para reconstruir la capacidad del Estado de proteger a los ciudadanos, recuperar barrios capturados por el crimen organizado y generar condiciones para crear empleo, atraer inversión y retomar el desarrollo.

Su mensaje fue claro: en momentos críticos, las coincidencias en temas esenciales deben pesar más que las trincheras. El país no puede seguir dividido ni paralizado mientras las organizaciones delictivas avanzan y la economía se estanca.

El actual gobierno no ha logrado resolver, sino profundizar los problemas de Chile. Jeannette Jara, la candidata oficialista y militante comunista histórica, representa la continuidad del gobierno de Boric, que entrega un país con problemas presupuestarios y fiscales, inmigración descontrolada, aumento del crimen organizado, deterioro demostrado de la educación y violencia en los institutos emblemáticos, alza del desempleo, listas de espera de salud en expansión, inversiones paralizadas por la famosa permisología, acceso imposible a la vivienda y una economía que no crece lo necesario.

¿Podrá Jara resolver lo que no se resolvió -y empeoró- durante el gobierno del cual fue parte? Si realmente veía estos problemas, ¿por qué no renunció? Su cambio reciente resulta poco creíble. Hace menos de dos meses afirmaba que Cuba era una “democracia distinta”. Su partido no ha cambiado de opinión.

Jara enfrenta además problemas en su comando y contradicciones permanentes entre lo que dijo antes, lo que dice ahora y lo que plantean sus programas. Su nivel de agresividad aumentó, como quedó en evidencia en el debate con José Antonio Kast en Radio Cooperativa. Las promesas del “amor” quedaron lejos. Este clima de desorden y confrontación distorsiona la conversación democrática.

Un fenómeno aparte fue la alta votación de Franco Parisi, que -con Pamela Jiles como principal figura asociada- pretenden hoy proyectar una sombra sobre la elección presidencial. Sus mensajes revelan un inquietante desinterés por la institucionalidad. Frente a un eventual gobierno de Kast, Jiles declaró sin pudor que “estaré haciéndole la vida imposible”, como si la función parlamentaria admitiera la amenaza como herramienta legítima. También alentó a “votar nulo o blanco para tener el porcentaje más alto de la historia”, con el objetivo explícito de provocar “un lindo problema” al nuevo gobierno. “Vote nulo. Parisi 2030”, repite.

Un político que desea que al país le vaya mal para obtener ventajas futuras renuncia a la responsabilidad pública y atenta contra la convivencia republicana. Ya lo vimos con los retiros de pensiones que dañaron el ahorro, la economía y la confianza de millones. Estas palabras no son anecdóticas: exhiben liviandad frente a la investidura, desapego por la ética pública y una peligrosa banalización del daño institucional. Los votos no habilitan a usar un escaño para hostigar a un presidente, tensionar las reglas o transformar la política en espectáculo. No es la primera vez: ya antes Jiles había injuriado al entonces presidente Sebastián Piñera con calificativos inaceptables en democracia, comparándolo con Pinochet en una transmisión televisiva.

Lo que parece una provocación personal expresa un patrón más profundo: en la autocomplacencia de la propia identidad se diluye la empatía, se debilita la confianza en las instituciones y desaparecen las virtudes cívicas que sostienen una democracia sana. El político narcisista convierte las ventanas en espejos autorreferenciales, transforma las conversaciones en repeticiones de sí mismo, reemplaza la confianza por mesianismo y reduce a los equipos a coros que aplauden sin cuestionar. Todas estas derivas confluyen en un mismo propósito: reemplazar el liderazgo transformador por un hiperliderazgo personalista. Del “nosotros” se pasa al “yo”; del sujeto colectivo al individuo que se mira a sí mismo. En este encuadre están Franco Parisi y su “socia” Pamela Jiles, que hoy convocan a votar nulo… para que los esperen hasta el 2030.

He aquí la diferencia que han subrayado al reunirse el expresidente Eduardo Frei Ruiz Tagle y el candidato a la presidencia José Antonio Kast.

Un estadista piensa en el país; un populista, en sí mismo.

El estadista gobierna para las próximas generaciones; el populista, para la próxima encuesta.

El estadista enfrenta problemas, aunque sean impopulares; el populista promete soluciones fáciles, aunque sean imposibles.

El estadista fortalece instituciones y cuida la responsabilidad fiscal; el populista las debilita.

El estadista escucha, negocia y construye acuerdos; el populista divide, polariza y necesita un enemigo.

Uno amplía la democracia; el otro la erosiona.

El país no resiste cuatro años más de parálisis. Chile necesita salir adelante con seriedad, acuerdos y responsabilidad institucional, no con aventuras ideológicas que ya demostraron su fracaso.

A días de votar, la unidad no es un capricho: es una obligación histórica.

Los partidos políticos no son patrimonio privado de sus militantes. Son instituciones públicas y deben formar liderazgos, articular proyectos y sostener el debate republicano. Cuando fallan en esas tareas, toda la democracia se resiente. La convivencia democrática descansa en una premisa elemental: el respeto a las instituciones. Ser parlamentario no es un escenario para la estridencia, sino un deber cívico mayor. El votante no elige solo un programa, sino también una conducta democrática.

En medio del desgaste de la política, hay que pensar con total pragmatismo. Los próximos cuatro años serán difíciles.

En este contexto, la prioridad es escoger a quien asegure gobernabilidad, orden y respeto institucional: condiciones ausentes en la continuidad del actual rumbo.

Votar para que todo siga igual no parece la decisión correcta. Votar nulo tampoco.

En democracia, incluso la decisión imperfecta es mejor que renunciar a elegir: porque cuando otros deciden por nosotros, también deciden sobre nosotros. El voto nulo no nos libera de escoger; solo permite que otros escojan por uno. (El Líbero)

Iris Boeninger

 
Compartir
Artículo anteriorJara y su campaña del miedo
Artículo siguienteCuadratura