Jara y su campaña del miedo

    Jara y su campaña del miedo

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    En la dinámica electoral actual, las campañas exitosas dependen cada vez más del trabajo en terreno: presencia directa, contacto humano, escucha activa y señales de liderazgo cercano. Por eso, resulta llamativo que la candidata del PC esté privilegiando los puntos de prensa.

    En un contexto donde la ciudadanía demanda autenticidad y cercanía, recluirse en vocerías transmite falta de sintonía con el clima social, más aún cuando decide echar mano a un viejo recurso: la campaña que busca sembrar miedo en la ciudadanía. No el temor legítimo frente a riesgos reales, sino un miedo fabricado, construido a partir de atribuir al adversario características personales falsas, intenciones inexistentes o supuestas decisiones que jamás ha planteado.

    Se afirma que Kast eliminará beneficios sociales, precarizará el trabajo, desmantelará la salud o impulsará medidas extremas que solo existen en los libretos de los voceros de Jara. Es una narrativa diseñada para desorientar, no para informar; para inquietar, no para persuadir.

    ¿Son creíbles y eficaces estas campañas? ¿Funcionan siempre? ¿O terminan devorando a quienes las emplean?

    Las campañas del miedo pueden producir efectos a corto plazo porque son simples de instalar, emocionalmente intensas y se viralizan con facilidad. Cualquier caricatura encuentra terreno fértil en quienes ya creen que el adversario es una amenaza.

    Sin embargo, su eficacia suele ser limitada y frágil. Cuando las afirmaciones son demasiado inverosímiles, cuando las evidencias no existen o cuando, como en este caso, la candidata que acusa no tiene credibilidad, el efecto se revierte y lo que pretendía ser un golpe táctico se transforma en un boomerang estratégico y el público empieza a percibir desesperación, falta de propuestas reales y una dependencia excesiva de la manipulación emocional. Sin relato de futuro, solo queda la ansiedad del presente.

    ¿Por qué Jeannette Jara recurre al miedo? Primero, claramente, por falta de un proyecto propio o no poder aunar apoyos en torno a su verdadero y personal proyecto ideológico. Quien no tiene un horizonte claro necesita oscurecer el camino del otro.

    Segundo, por su dificultad para entusiasmar, porque cuando un candidato no es capaz de movilizar esperanzas, recurre a agitar temores; y, en tercer lugar, como una suerte de estrategia defensiva. Algunos equipos identifican que van perdiendo y optan por “quemar las naves”, pensando que si no pueden convencer, al menos intentar impedir que el adversario crezca.

    En ese sentido, el miedo no es solo una técnica, es una confesión sobre la incapacidad de la candidata de posicionarse desde sus convicciones y propuestas.

    Frente a esta estrategia, los ciudadanos no son espectadores pasivos. Existe un deber democrático básico: discernir, contrastar, exigir evidencia y preguntar por propuestas concretas. En tiempos de desinformación digital, esta responsabilidad es más urgente que nunca, por lo que los electores deberían recordar tres principios simples: toda afirmación extraordinaria requiere evidencia clara; quien solo habla del otro probablemente no tiene nada que ofrecer; y, por último, el miedo basado en mentiras puede movilizar, pero nunca construye futuro. Es una política sin norte, sin visión de país y sin respeto por los ciudadanos.

    En definitiva, esta campaña del miedo revela algo esencial de la propia candidata, que se refugia en fantasmas, y es que ella misma es la que más teme: teme no tener contenido, teme no convencer, teme no ganar. (El Mercurio)

    Patricio Dussaillant