A este punto debiese estar medianamente claro para ambas campañas presidenciales lo determinante del voto de primera vuelta que terminó por enterrar a Jara con 26,8%. Pero, en resumen, tiene que ver con una combinación de factores estructurales como la desaprobación al gobierno, la desconexión entre prioridades ciudadanas y discurso oficialista, y una estrategia de campaña que nunca se adaptó al clima real de la elección.
Brevemente, en cuanto a lo primero, el castigo al gobierno fue nítido: la ciudadanía evaluó delincuencia, inmigración y economía, y concluyó que nada mejoraba, arrastrando a Jara sin darle espacio para diferenciarse. A eso se sumó que el votante independiente no vio en ella una alternativa real al oficialismo y no validó un mensaje construido sobre identidad y memoria mientras el país discutía urgencias de 2025. Y, como corolario, la campaña llegó con supuestos equivocados -personalización, eje 1973–1990, voto popular asegurado- que nunca tuvieron sustento y, por lo mismo, terminaron agravando el mal diagnóstico inicial.
Es importante recordarlo porque, para Jara, el paso a la segunda vuelta pedía reconocer este planteamiento y corregirlo. Pero nunca lo hizo. De hecho, los primeros mensajes después de la victoria con sabor a derrota fueron más de lo mismo, y en la línea de continuidad.
El 20 de noviembre abrió una oportunidad inesperada, cuando la crisis que terminó con la salida de su jefe de campaña le habría permitido justificar un giro estratégico profundo, rediseñando el mensaje, ampliando las vocerías y mejorando la sincronización con los votantes.
Pero el asunto se trató como una gestión administrativa y no como una señal de alerta estratégica. La oportunidad que pudo haber redefinido la elección, inclinándola hacia el lado de Jara, terminó reducida a un hecho irrelevante.
La decisión de Jara fue no cambiar nada esencial. Optó por mantenerse alineada con el relato de primera vuelta. No hubo ni un intento de reemplazar el antiguo discurso democracia/dictadura por el eje apruebo/rechazo, ni un intento de redefinir su identidad para apelar de forma más efectiva al voto Parisi, un electorado clave sin el cual sería imposible pretender ser competitiva.
El problema no queda ahí. En vez de abrirse a votantes nuevos, Jara ha decidido darle un giro personal a la campaña, potenciando la confrontación directa con Kast. En vez de estructurar la campaña alrededor de un relato propio para captar a los votantes de los candidatos perdedores o a potenciales indecisos, resolvió que era mejor atacar a su competencia. En el debate de Radio Cooperativa, Jara interrumpió repetidamente a Kast, corrigiéndolo en detalles irrelevantes y tratando de ridiculizarlo gratuitamente, como si esa fuera la mejor forma de ganar una elección cuesta arriba.
¿Cuál es la idea de Jara? ¿A quién quiere convencer? Necesita convocar a votantes jóvenes no marcados por los conflictos del pasado, al segmento de centro que está preocupado por las dimensiones materiales del presente, y a votantes mayores que quieren recuperar algún grado de certidumbre, pero, en cambio, sigue hablando de la dictadura, ha fallado consistentemente en entender la relevancia del modelo de desarrollo en la vida cotidiana de las personas, y aún no logra ofrecer soluciones claras o convincentes para hacerse cargo de la crisis de seguridad e inmigración.
Por eso hasta da la impresión de que Jara tiró la toalla. A ratos, pareciera estar actuando más como jefa de la oposición al Presidente Kast que como competencia del candidato Kast. No propone, no defiende, no ajusta su mensaje, y se niega a corregir el rumbo.
La falta de apoyos ilustra el problema. Más allá de la incorporación de Vidal y el desayuno con Bachelet-que incluso le pueden estar jugando en contra a esta altura del partido- Jara no ha sumado algún apoyo significativo a su equipo cercano que permita intuir que pueda alterar la dinámica de la segunda vuelta. Así, a dos semanas de la elección definitiva, Jara simplemente no ha logrado construir la imagen de una candidatura en expansión, sino la de una campaña aislada, estancada, sin la capacidad de brillar fuera de la trinchera.
Para el oficialismo, la situación es mala, pero no necesariamente terminal. Una derrota les permitiría reordenarse como oposición y levantar una ofensiva dura contra Kast desde el primer día, posicionándose para la elección siguiente. Una coalición puede perder una presidencial y, aun así, sobrevivir políticamente si logra reorganizarse rápido. Especialmente considerando la astucia del Frente Amplio, y la alta probabilidad que tiene Gabriel Boric para transformarse en el líder de la oposición.
Pero ese escenario no aplica igual para Jara.
Para Jara la historia será distinta. Por haber sido la nominada, probablemente terminará convertida en el chivo expiatorio y desplazada de su propia alianza. Como ocurrió con Frei en 2010 y Guillier en 2017, será forzada a cargar con las culpas desde lejos. Y por haber renegado de su partido y de su propio gobierno, terminará siendo políticamente sacrificada.
Irónicamente, su fracaso servirá para impulsar el cambio en la izquierda que su campaña nunca se decidió a hacer. La izquierda eventualmente tendrá que terminar adoptando muchos de los temas que hoy instala Kast -seguridad, orden, desarrollo- porque son los temas que le importan a los votantes. Y dejar caer a Jara como ejemplo de un estilo de izquierda desconectado y rígido será parte del proceso. Así, la candidatura de Jara no es solo un fracaso electoral, sino también un aviso sobre lo que viene para la izquierda. (Ex Ante)
Kenneth Bunker



