Estamos en esa época del año en que todos, de una u otra forma, hacemos balance. Lo que logramos, lo que quedó pendiente, lo que funcionó y lo que simplemente hicimos por inercia. En lo laboral, esa pregunta incómoda flota con más fuerza. ¿Estoy donde quiero estar? ¿Hice algo significativo o simplemente pasé otro año más cumpliendo?
La respuesta, para la mayoría, es desalentadora. Solo uno de cada cinco trabajadores se siente verdaderamente comprometido con su trabajo (Gallup Estado Del Trabajo Mundial 2025). El resto, que es la gran mayoría, está desconectado o agotado. No es solo una crisis de motivación, es una epidemia de indiferencia con consecuencias. ¿El costo por improductividad? Nueve mil millones de dólares al año a nivel global, de acuerdo con Gallup.
El problema es que, a veces, seguimos abordando el compromiso laboral con soluciones cosméticas; campañas de bienestar pasajeras o discursos motivacionales que se evaporan al salir de la reunión, mientras la estructura sigue igual, con jerarquías rígidas, liderazgos incoherentes, metas sin propósito o una cultura que premia el cumplimiento más que la creatividad.
La mayoría de las estrategias fracasan porque siguen enfocándose en la experiencia superficial del trabajo, no en lo que realmente lo sostiene. El engagement no es un “extra”, es el núcleo. Y como todo núcleo, necesita coherencia, alineación y liderazgo real. Ese liderazgo que no delega la motivación en el área de Recursos Humanos, sino que entiende que las personas necesitan saber para qué están ahí, qué impacto generan y hacia dónde van.
Lo más determinante en la motivación no son los beneficios. Es el liderazgo, especialmente el de los mandos medios, que muchas veces son el punto ciego de toda transformación organizacional. Pueden motivar o apagar. Inspirar o estancar.
Hay empresas que están haciendo las cosas bien, que dejaron de ver el compromiso como una métrica más y lo abordan como una estrategia de negocio. Son compañías que alinean cada eslabón, integrando cultura, estructura, procesos y liderazgo, para potenciar lo más valioso que tiene cualquier organización, que es sus personas.
Estamos a semanas de cerrar el año. Con eso viene la oportunidad real, no simbólica, de empezar un nuevo ciclo con otra mentalidad. Una en la que el trabajo no sea sinónimo de desgaste, sino de propósito. De conexión y energía bien puesta.
El llamado es claro. Si lideras equipos, crea las condiciones para que otros puedan comprometerse genuinamente. Y si ya no encuentras sentido en lo que haces, tal vez sea momento de considerar un cambio. Al fin y al cabo, la vida es demasiado breve como para vivir desconectado un tercio de ella. (El Líbero)
Bernardita Mena



