Históricamente, la política exterior de Chile ha sido uno de nuestros activos republicanos más cuidados, entendida siempre como una política de Estado y no de gobierno. Sin embargo, se percibe con inquietud una tendencia en la actual administración a desdibujar los límites entre las convicciones privadas del mandatario y los intereses permanentes de la nación.
Existe una delgada línea entre ejercer liderazgo internacional y confundir la investidura con la persona. Cuando la diplomacia responde más a la impronta ideológica de quien gobierna que a una estrategia de largo plazo, se debilita la posición del país. La presidencia debe ser el reflejo de una totalidad, evitando la tentación de transformar las relaciones internacionales en un espejo de la propia identidad. (El Mercurio Cartas)
Federico Willoughby O.
Periodista



