El país que se mira poco-Iris Boeninger

El país que se mira poco-Iris Boeninger

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Desde hace seis años, Chile avanza bajo una sombra persistente. Una espada de Damocles cuelga sobre su democracia desde octubre de 2019, cuando la violencia irrumpió no solo como estallido social, sino también como herramienta política. Los incendios simultáneos al metro, la quema de iglesias, los ataques coordinados contra Carabineros y la destrucción de infraestructura crítica no fueron simples expresiones de descontento, sino señales de una organización dispuesta a tensionar las instituciones hasta el límite. En ese clima, el actual oficialismo y algunos más intentaron destituir al expresidente Sebastián Piñera.

Sin embargo, unas semanas después, el 25 de octubre, una multitud inmensa y pacífica avanzó por las calles: familias, estudiantes, trabajadores, adultos mayores. Nadie destruyó nada. Ese día, expresaron de manera nítida y transversal sus demandas de dignidad, seguridad, salud, mejores pensiones y un trato justo para la clase media. Una voz amplia que no encontró eco en quienes llegaron al poder. Nada hicieron.

La izquierda que relativizó la violencia para explicar el “estallido social” llega al gobierno y lo termina sin resolver las urgencias más profundas. Jeannette Jara, quien en 2019 celebraba símbolos de confrontación contra Carabineros, intenta hoy vestirse de moderación, pero su trayectoria reciente la contradice. Lo confirma su reforma de pensiones: un proyecto que por suerte, salva el sistema de capitalización individual, que habla de solidaridad, pero omite lo esencial para sostener el sistema. No contempla un aumento gradual de la edad de jubilación, no crea incentivos para que mujeres de 60 años continúen en el mercado laboral, no enfrenta la informalidad y deja fuera a miles de trabajadores que viven en la precariedad de ser contratados a boleta.

La clase media, sigue pagando el costo del país: endeudada, insegura, atrapada en una salud pública deficiente con enormes listas de espera, en una economía sin crecimiento y en una permisología que bloquea la inversión. A esa carga se suma algo más corrosivo: la corrupción que no se vio, ni se quiso ver, durante la campaña. Fundaciones opacas, asignaciones directas, redes de militantes favorecidos, contratos irregulares, jueces destituidos, desconfianza en la justicia, y tanto más. Una herida que deteriora aún más la confianza en la institucionalidad. Destaca el rol de la Contraloría General de la República, una institución de 2.100 personas necesaria para que Chile recupere la confianza en las instituciones.

Mientras la ciudadanía se cansa, el centro aparece como inexistente. Amarillos, Evópoli, Demócratas y once partidos más desaparecen del mapa electoral, dejando un centro vacío, incapaz de moderar o articular acuerdos. La Democracia Cristiana tomó la increíble decisión de apoyar a una candidata comunista. Nada de esto es sorprendente. Ya en 2009, en su libro Chile rumbo al futuro, Edgardo Boeninger advertía la caída de la calidad de la política: la proliferación de díscolos que confunden liderazgo con narcisismo, el ego desplazando al sentido de Estado, y la política convertida en una pugna mediática antes que en deliberación seria. Señalaba también síntomas más profundos, como las “licencias médicas” cuyos enormes abusos han salido a la luz gracias a la Contraloría.

En este paisaje emerge Franco Parisi. Sin equipos sólidos, sin propuestas técnicamente maduras y sin presencia en Chile, pero con una narrativa emocional precisa. Interpreta el cansancio de la clase media, habla en un lenguaje que la política abandonó y ocupa el vacío que dejaron los partidos tradicionales. Su sorpresa electoral no es un accidente: es un síntoma estructural de un país que dejó de sentirse escuchado.

Para comprender su irrupción es necesario entender el populismo contemporáneo. Esta forma de política no puede analizarse sin la crisis de representación y la irrupción de los social media, que permiten un vínculo directo y emocional entre líder y ciudadanía. Los hiper-liderazgos se presentan como guardianes de la justicia social, o la seguridad, ajenos a las categorías clásicas de izquierda o derecha. Y en este nuevo orden, la polarización ya no ocurre entre visiones económicas, sino entre “el pueblo” y “las élites”. Una dicotomía que Parisi explotó con habilidad. Parisi no tenía cómo resolver los problemas que nombra, pero sí logra representarlos. Y eso basta para explicar su impacto. No deja de ser curioso que el excandidato Parisi quiera ahora ‘invitar’ a los presidenciables desde su programa Bad Boys. Al parecer, aún no le informan que los votos no son de su propiedad… y que su campaña terminó hace varios días.

A este panorama se suma Johannes Kaiser, cuya irrupción representa el extremo más nítido de la derecha dura. Su estilo se construye sobre una comunicación fuerte, directa, precisa hasta el golpe, diseñada para provocar y polarizar. No ofrece políticas públicas, sino una narrativa de autoridad absoluta: orden sin matices, fuerza sin contexto, castigo sin complejidad. En su cierre de campaña llega incluso a cantar la estrofa preferida de Pinochet, un gesto que no es improvisado, sino parte de su identidad política. Su crecimiento revela una fractura adicional que la política tradicional tampoco quiso mirar.

La primera vuelta estuvo dominada en los medios por Kast, Matthei y Jara, agregada la desafortunada intervención en la campaña política del propio Presidente Boric. Pero mientras todo giraba en torno a ese eje, Parisi crecía en silencio. Ningún comando analizó con rigor a quién hablaba, qué prometía o por qué conectaba. Nadie lo revisó, porque nadie lo consideró un adversario real. Un error estratégico grave. Porque quien gobierne será presidente de todos los chilenos, también de aquellos que votan con frustración, rabia o resignación. No entender al adversario es no entender al país.

En este contexto, José Antonio Kast enfrenta una tarea ineludible. Sin ser populista ni partidario de prometer lo imposible, debe asegurar que los derechos sociales ya adquiridos -como la PGU y los beneficios esenciales de la clase media- no retrocedan. Su fortaleza está en la claridad y el orden, pero su desafío es ampliar esa claridad hacia la vida cotidiana: las pensiones dignas, la salud accesible, la estabilidad económica, la precarización laboral que deja a miles sin contrato ni protección. Tampoco sería razonable retroceder en los derechos personales y libertades individuales ya consolidadas en Chile, ámbitos donde el país avanzó con amplio consenso democrático. Si Kast logra leer ese mensaje silencioso, llega mejor posicionado para encauzar un país exhausto.

Jeannette Jara, por su parte, intenta hablarles a los votantes de Parisi, como si siempre hubiera estado cerca de ellos, como si su proyecto hubiese tenido alguna vez relación con la clase media que hoy busca atraer. Pero su repentina preocupación resulta tardía y forzada. Durante cuatro años, ni ella ni su gobierno se ocuparon de quienes madrugan, trabajan a boleta, sostienen deudas interminables, salud deficiente, que además viven sin protección laboral real. Ignoró sistemáticamente a la clase media que ahora intenta seducir con promesas de último minuto. La misma clase media a la que nunca escuchó es hoy la que observa con desconfianza esta súbita cercanía. Con ella aumento el desempleo, sobre todo el femenino. El Partido Comunista tiene una oportunidad única de ganar la presidencia con su candidata. Harán lo imposible.

Hannah Arendt escribió que “la política se degrada cuando deja de decir la verdad sobre la realidad”. Esa advertencia resuena hoy con la fuerza de la urgencia. Jara ofrece y ofrece, se acomoda, se disfraza. Kast, en cambio, no transita por el camino de las promesas fáciles. Pero necesitará, si quiere gobernar con legitimidad, mirar de frente las fracturas que millones expresaron en silencio.

Porque este es el país que se mira poco: el que vive endeudado, el que trabaja sin contrato, el que paga salud privada -si puede- porque la pública no llega, el que teme por la seguridad, el que pierde confianza en las instituciones, el que resiente la corrupción y el que hoy exige ser escuchado sin disfraces ni consignas.

Y un país que se mira poco se puede perder por completo, si su próximo presidente no lo abraza entero. (El Líbero)

Iris Boeninger