La campaña de Jeannette Jara enfrenta dos dificultades estructurales para aproximarse al votante de Franco Parisi. La primera es su diferencia de valores políticos. La segunda es la diferencia con la cual se aproximan al “pueblo”. Sin embargo, tiene una pequeña chance. Vamos por parte.
En 2013, cuando la UDI ungió a Laurence Golborne como su candidato presidencial, preparó un video biográfico del ministro que rescató a los mineros: nacido en Maipú en el seno de una familia de ferreteros, el pequeño Laurence estudió en liceo con número, por sus buenas notas pasó al Instituto Nacional y logró estudiar ingeniería en la Católica.
Se fue a Estados Unidos y al regresar se convirtió en un exitoso ejecutivo del retail. Después de servir en el gabinete de Piñera, Golborne estaba listo para ser presidente de la república. El sueño americano a la chilena.
A mis amigos de izquierda -varios pioneros del Frente Amplio- no les gustó la pieza audiovisual: ¿Por qué tiene que irse de Maipú para ser exitoso? ¿Por qué no puede quedarse en su lugar de origen y acceder a la misma calidad de bienes y servicios que encuentra en La Dehesa? ¿Por qué tiene que abandonar a su comunidad en vez de usar su talento para ayudarles a progresar? -la misma pregunta que motivó la Ley de Inclusión y el fin de la selección escolar en Bachelet II.
El electorado de Parisi, sin embargo, se parece más a Golborne en este sentido. Gente joven de estratos socioeconómicos bajos y medios que quiere mejorar sus condiciones materiales sin esperar que el sistema sea estructuralmente justo.
No quieren derrumbar el modelo, sino aprovechar sus beneficios -y de los intersticios que deja para maximizar su tajada. La filosofía Felices y Forrados no busca terminar con las AFP, sino hackearlas: como en el aikido, usa a su favor la fuerza del enemigo.
Un reciente estudio del CEP caracterizó al votante de Parisi como representante de un “individualismo posdemocrático”, que está en las antípodas del principio solidario y universalista que inspira -en teoría- a la izquierda.
Dicho individualismo se despliega con más naturalidad en el mercado, que premia un incremento en la capacidad de pago con un acceso diferenciado a bienes y servicios. Si hay algo que define el nacimiento de la nueva izquierda chilena en 2011 es justamente la crítica ideológica a ese modelo segregado de convivencia según poder adquisitivo.
Pero también se aproximan al “pueblo” de forma distinta. En la tradición marxista, el objetivo es crear un “hombre nuevo” que encarne los principios de una sociedad en la cual cada uno aporta lo que puede y recibe lo que necesita. El propio Allende se refería frecuentemente a este nuevo tipo ciudadano, consciente y comprometido con la vida colectiva. Como toda narrativa utópica, el socialismo busca convertir al pueblo en una mejor versión de sí mismo.
La mentalidad frenteamplista sigue de cerca esta tradición. Lo sinceró el presidente Boric al explicar el fracaso de la propuesta constitucional más progresista del planeta: a veces el pueblo no avanza a la misma velocidad que sus vanguardias. La izquierda urbana, educada y cosmopolita tiende a mirar en menos los vicios del pueblo.
Le causa perplejidad la homofobia del campesino, la xenofobia del feriante, el machismo de la clase media. Le revienta el facho pobre, no sólo por carecer de conciencia de clase, sino por la bajeza de sus expresiones culturales.
A Parisi, en cambio, le gusta el pueblo tal y como es. No quiere cambiarlo. Su apasionada defensa del mundo tuerca es un botón de muestra: ruidoso, masculino y contaminante, pero auténtico. Mientras la elite cultural los mira despectivamente, Parisi los hace sentirse bien consigo mismos. No les pide volverse veganos ni deconstruirse ni andar en bicicleta.
“Ojalá que se compren una camioneta más grande y enchulen a la vieja si quieren”, les dijo a los mineros. Le falta poco para reivindicar el piropo callejero como patrimonio latino. Parisi no solo representa el populismo sociopolítico que divide a la sociedad entre pueblo y elite, sino también el populismo sociocultural que alardea de las manifestaciones de la baja cultura.
¿Cuál es, entonces, la chance? Tal como deslizó el propio Parisi en un matinal, puesto a elegir entre Jara y Kast, su electorado no vota por los “cuicos”. El populismo de Parisi dispara contra la elite empresarial de Sanhattan -que se cuadra con la derecha, y contra la política enquistada en el estado -que hoy administra la izquierda. Antes les pegaba duro a los primeros, pero esta vez se ha ensañado con los segundos: los políticos que se han hecho ricos con el esfuerzo de la gente.
Jara tiene que convencerlo de volver al relato anterior, es decir, de trazar una línea divisoria entre los que vienen de arriba -como Kast- y los que vienen de abajo -como ella. Le dio buen resultado a la candidata oficialista para distanciarse de Tohá y Winter en la primaria, pero luego su anti-elitismo se diluyó en un mar de postulantes. Es hora de reactivar ese clivaje y tunear la Jaraneta.
Si todo lo anterior falla, Jara se verá en la tentación de romper el cristal de los retiros, renunciando una vez más a los principios solidarios a cambio de la potencia rápida y furiosa del efectivo en el bolsillo individual. Será una doble derrota: no le alcanzará para ganar, y habrá profundizado la derrota cultural de la izquierda. (Ex Ante)
Cristóbal Bellolio



