Hay personas que no saben parar. No saben descansar y sienten que son imprescindibles. Jefes que siguen presionando para estrujar y obtener resultados, incluso cuando solo queda un raspado en la olla. Y, en el camino, agotan a todos los que están a su alrededor.
Descansar después de un año complejo, o tras un esfuerzo extraordinario, es fundamental: permite la recuperación física, cognitiva, mental y emocional. Sabemos que los equipos necesitan reconocimiento, una pausa y la posibilidad de recargar energías para sostener el logro en el tiempo. Sin embargo, muchas veces el jefe ocupado ni siquiera se da el tiempo para pensar en estos temas. ¿Les suena conocido?
Hace poco conversé con una ejecutiva de una gran empresa. Me contó lo agotada que estaba. Formaba parte del proyecto de transformación organizacional —con implicancias relevantes en estructura y cultura— y, al mismo tiempo, lideraba un equipo que había obtenido los mejores resultados de los últimos diez años. A todo eso se sumaba la llegada inminente del fin de año, con graduaciones de hijos, celebraciones familiares —los tuyos, los míos y los nuestros— y la necesidad de planificar vacaciones.
“Estoy cansada, pero no puedo parar”, me dijo. “No he tenido tiempo para pensar en el próximo año, ni para conversar con mis equipos. Es demasiado lo que está en juego”.
“Necesitas descansar de alguna manera”, le señalé.
“Sí, creo que sí. Ni siquiera he podido ir a ver a mis padres al sur”, respondió, ya con gesto preocupado.
Probablemente, le comenté, este ritmo la estaba afectando más de lo que alcanzaba a ver. Conversamos largo sobre pequeños cambios que podían modificar la dinámica en la que estaba atrapada.
El cansancio aumenta la probabilidad de tomar malas decisiones, de contestar de manera inadecuada y de generar climas laborales tensos o poco funcionales. La falta de descanso reduce la precisión en decisiones complejas entre un 20% y un 30% (Stanford Decisional Neuroscience Lab) y agudiza los sesgos cognitivos, debilitando el liderazgo adaptativo (Perlow & Porter, HBR). Descansar significa pausar, dormir bien, alejarse mentalmente del trabajo, permitirse la divagación y el ocio, y disponer de tiempo personal, familiar y de conexión con la naturaleza.
¿Cómo ayudar a que las personas de nuestras organizaciones descansen? En primer lugar, respetar los horarios de trabajo y evitar contactar a los equipos fuera de ese marco. Un amigo me contaba que recibía correos de su jefe enviados a la 1:00 o a las 4:30 de la mañana: “Obvio que no los leo a esa hora, pero al despertar ya tengo tres o cuatro correos con ideas… A veces me manda WhatsApp en la mañana del domingo y me dice ‘no los leas’, pero ¿cómo no los voy a leer si es mi jefe?”.
También ayudan las pausas entre tareas o proyectos, los días de compensación tras períodos de sobrecarga y los gestos de cierre: celebrar, agradecer, reconocer. Pienso que planificar bien las actividades —mezclando en una misma agenda lo personal y lo laboral— permite visualizar que ambas dimensiones compiten por el mismo tiempo: dentista y evaluación de desempeño, todo en la misma lista. Y bueno, la corresponsabilidad para los hombres que leen: ¡fundamental! Una vez te toca a ti, la otra vez me toca a mí. Así, los dos progresamos.
Tener control del propio tiempo es clave. Dar el ejemplo también: tomarse un café sin correr, dejar espacios para que se acerquen las personas y conversar. No mirar el teléfono todo el día ni ser esclavo de las reuniones que otros ponen en nuestro calendario. Para esto último es liberador —y necesario— saber decir que no. Walk the talk, como dicen los gringos.
¿Qué podemos hacer desde nuestros roles para contribuir a disminuir el agotamiento crónico en el que estamos sumergidos? Les dejo esa tarea para después de la primera vuelta, comiencen el lunes. (El Mercurio)
María Olivia Recart



