A pocos días de la elección presidencial, muchas apuestas se han barajado en la discusión pública, sobre todo porque inquieta aquel porcentaje de votantes desconocidos, con los cuales no contamos con la información necesaria para poder acertar en su decisión este domingo. Si bien, una elección presidencial es siempre un tema de mucha relevancia para nuestra democracia, no debemos olvidar que ésta no se reduce simplemente al voto, y con ello, su defensa va más allá de momento mismo en la urnas y del conteo de votos.
Bien sabemos, por nuestra historia nacional, que la democracia no se pierde solamente por la llegada al poder de formas autoritarias, sino también, desde la elección democrática. Hay figuras que han torcido la institucionalidad, hasta tal punto, que dicho régimen electo se vuelve una dictadura persecutoria, violenta y empobrecedora. Con ello, creo que frente al escenario de primera y segunda vuelta es fundamental darse el espacio de analizar aquellos fundamentos que pueden ayudar a sostener la institucionalidad democrática.
En estos cimientos podemos encontrar muchos temas referentes a la institucionalidad, como el sistema político, la economía, la separación de poderes, los tratados internacionales, la constitución, incluso una tradición nacional lo suficientemente asentada para defender la democracia de cualquier «terremoto» antidemocrático. Sin embargo, es posible que exista un factor que sea tremendamente relevante a largo plazo, referente a la crianza de las nuevas generaciones y el desarrollo de sus habilidades democráticas.
Muchas veces se ha discutido cómo las redes sociales, e incluso la IA, pueden afectar el clima de opinión y la discusión en el marco político. Sin embargo, la causa puede ser aún más profunda. Las nuevas generaciones, que están recién entrando a la adultez joven, o bien, aquellas que en el futuro próximo se unirán al grupo de votantes, es la que el psicólogo social, Jonathan Haidt, denomina «generación ansiosa». Ahora bien, esta nomenclatura no solo se refiere a muchas de las afecciones psicológicas que aquejan a las nuevas generaciones, sino, también, a una cierta fragilidad psicológica, afectando las relaciones personales, las cosmovisiones y comportamientos políticos. La generación ansiosa se refiere a una cohorte (generación Z) que además de sufrir altos índices de ansiedad y depresión, tiene una baja calidad de cognición social, red de procesos que permiten percibir e interpretar adecuadamente la compleja esfera de la socialización (elementos verbales y no verbales, contextos, climas emocionales, entre otros).
Si lo llevamos a la esfera política, el espíritu democrático en las sociedades es, según Alexis de Tocqueville, el «arte de la asociación». Este debe entrenarse y ser aspirado por las comunidades en su conjunto. En el mundo real, físico, concreto y presente (en contraposición al virtual) los niños –luego adultos– aprenden sobre reglas, habilidades de negociación y la relevancia de considerar las necesidades ajenas. En este sentido, en las sociedades democráticas, sus miembros, aprenden desde la infancia y en contextos apolíticos, que no pueden apelar constantemente a la autoridad para resolver sus problemas. La democracia exige independencia, negociación y respeto de las decisiones de los demás, implica aprender a ver al otro, por el simple hecho de ser alguien.
La cultura que ha emergido, frente a todos estos cambios, se ha denominado cultura de la victimización. Esta se refiere a que se ha configurado una nueva forma de control social, erigiéndose como fundamento regidor del comportamiento social la identificación con la figura de víctima (Campbell & Manning, 2018). De alguna manera, para validarse en estas sociedades, en vez de enfatizar la propia fortaleza o valor interno, se busca proyectar el agravio de la opresión y marginalización social. Con todo, esta cultura se caracteriza por depender excesivamente de terceros para la resolución de conflictos, como por ejemplo las denuncias públicas ante cualquier malestar. En las culturas de la victimización se abusa de la intervención de terceros, llegando al punto de «suplantar la tolerancia y la negociación» (Campbell & Manning, 2018).
De alguna manera, muchas de las prácticas que hemos normalizado hoy en día en el contexto social, como las funas o denuncias falsas, son comportamientos que responden al atrofio de las habilidades democráticas. Así, las nuevas generaciones evitan hacerse responsables de sus actos, lo que les impide conquistar su propio destino y libertad, alejando a las nuevas sociedades del verdadero arte democrático. (El Líbero)
Antonia Russi



