Hasta que las velas no ardan-Pilar Lizana

Hasta que las velas no ardan-Pilar Lizana

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Con carne y whiskey, los presos de Santiago 1 demuestran una vez más quién manda la cárcel en Chile. El problema no es el control de las prisiones, control hay, sólo que está en las manos equivocadas.

Nuevamente fueron incautados teléfonos celulares, dinero en efectivo y se habló de actividad irregular. Lo que pasa en las cárceles en Chile está lejos de ser una actividad irregular, lo que pasa es que, en muchas de ellas, el Estado ha perdido totalmente el control. La cárcel ya no es el último eslabón de la cadena de seguridad pública, se ha transformado en el primero de la cadena criminal. Desde ahí se estructuran roles y funciones delictuales, se coordinan delitos y se mantiene el mando de las organizaciones.

Hoy, la ciudadanía pide sacar a los delincuentes de la calle para ponerlos en la cárcel, pero ¿de qué sirve si sólo van a llegar a un recinto donde la fiesta sigue hasta que las velas no ardan?

Dentro de la prisión existen quienes lideran, quienes supervisan y quienes realizan las acciones delictuales. Los primeros, se caracterizan por ser delincuentes altamente complejos, que operan en un contexto violento donde someten a los demás y conocen de memoria los protocolos y derechos con los que cuentan. Cumplen al pie de la letra con lo necesario, tienen una conducta intachable y acceden a los beneficios intra-penitenciarios mientras que, quienes se encargan de realizar los mandados solo acumulan mala conducta y ven cada vez más lejos la obtención de beneficios. Éstos últimos, son los que sufren del abuso de los primeros y son quienes, también, quieren mano dura.

Los primeros, los “vivos” no son más del 5% de la población penal, un número bastante menor, pero, más que suficiente, para corromper y amenazar a los gendarmes quienes además de enfrentar la corrupción que está destruyendo al servicio, deben enfrentar el miedo de cada amenaza contra algún familiar.

Este domingo cerramos la primera etapa de la elección presidencial, se definirán a los semifinalistas y, en el último tramo antes de la meta, no cabe duda de que la infaltable en todos los debates y ajustes de programa será la seguridad y, en ese contexto, la cárcel no podrá faltar.

Esa conversación, debiese estar guiada por qué hacer con ese 5% y cómo recuperar el control de los recintos porque, tal y como están las cosas, encerrar delincuentes no es más que, llevar carne fresca para que los “vivos” recluten soldados que hagan el trabajo sucio.

El “carrete” de Santiago 1 se suma a la lista de banderas rojas que nos debiesen obligar a hablar en serio de política penitenciaria, de qué es lo que mayor impacto tiene en el criminal más complejo y de cómo aislarlo para evitar el contagio criminógeno y reducir la reincidencia.

Centrar la conversación en más o menos cárceles podría llevarnos a diálogos vacíos que nos distraigan de lo importante, porque, al “vivo” no le importa si está dentro o fuera, en cualquier parte seguirá haciendo lo que mejor hace: liderar actividades criminales, pero, reducir beneficios y contacto con otros sí puede importarle.

¡Que los cantos de sirenas no nos confundan! De hacerlo, la fiesta no terminará. (El Líbero)

Pilar Lizana