Me crie con los valores de la socialdemocracia y, durante mi niñez y adolescencia, cursé mis “estudios de doctorado” en dictaduras: Mao Tse-Tung, Fidel Castro, Erich Honecker y Augusto Pinochet. Aprendí, desde temprano, que el autoritarismo no tiene ideología fija: puede disfrazarse de justicia social o de orden nacional; puede usar el lenguaje de los oprimidos o el de los salvadores. En todos los casos, el resultado es el mismo: opresión, muerte, miedo, censura y silencio.
Esa educación temprana -dolorosa pero formativa- me enseñó que la democracia no se defiende sólo con discursos, sino con carácter. Por eso, aunque en el pasado he discrepado muchas veces con Evelyn Matthei, hoy coincido plenamente con su lectura del presente y con su propuesta para el futuro de Chile. Y es que hoy lo que está en juego no es la interpretación del pasado, sino la posibilidad de construir un país donde la autoridad y la libertad puedan convivir sin miedo.
Matthei no es una figura improvisada ni una outsider mesiánica. Es hija de un general -Fernando Matthei, el hombre que, al reconocer el triunfo del NO el 5 de octubre de 1988, desactivó el autogolpe que el dictador tenía planeado- y una política que ha vivido, en carne propia, los costos y las fracturas del poder. A lo largo de su extensa vida pública ha demostrado ser capaz de aprender de sus errores, levantarse, reconstruir su trayectoria y volver con más madurez, sin renunciar a la claridad intelectual ni a la franqueza que la distingue. Esa resiliencia política -rara en tiempos de cálculo, marketing y simulación- explica buena parte de su liderazgo, que hoy la ubica como la mejor y más responsable opción para conducir los destinos de Chile.
En un país donde la política se ha vuelto espectáculo, su voz encarna algo que parece revolucionario: la seriedad. No busca gustar, sino resolver; no promete refundaciones, sino funcionamiento. En tiempos de desconfianza e improvisación, Evelyn Matthei simboliza una esperanza rara: la de una democracia que vuelve a creer en sí misma.
A la izquierda le recuerda que la autoridad no es sinónimo de represión; a la derecha, que el orden no se sostiene sin dignidad. Esa tensión virtuosa es, quizás, su mayor fuerza. No representa la nostalgia de un pasado idealizado, sino la urgencia de un futuro posible: un Estado que funcione, una política que respete la inteligencia de la gente, una ciudadanía que vuelva a confiar.
Chile no necesita más redentores ni gestores tecnocráticos: necesita liderazgo, claridad y propósito. Y en Evelyn Matthei hay una convicción que trasciende los partidos: la idea de que la democracia se honra con hechos, no con eslóganes.
Defender la democracia no es repetir consignas, sino ejercerla con coraje. Y hoy -en nombre de esa democracia que tanto nos costó recuperar- ha llegado el momento de que una mujer, formada en los rigores de la realidad, la encarne con la claridad y la fuerza que Chile necesita para superar la mediocridad y el desgobierno de estos años, y devolvernos el rumbo del progreso y la confianza en nosotros mismos. (El Líbero)
Gonzalo Rojas-May



