A nivel de su institucionalidad económica, se ha producido un derrumbe paulatino pero consistente, que tendrá consecuencias de corto, mediano y largo plazo que los peruanos todavía no imaginan: el sistema de capitalización individual en ese país está herido de muerte y emite sus últimos estertores.
A partir del próximo martes 21 de octubre, los afiliados peruanos podrán solicitar el octavo retiro de sus fondos previsionales. Sí, el octavo.
Al igual que en Chile, los retiros surgieron en Perú durante la pandemia. Bajo los mismos cantos de sirena que se escucharon en estos lados —y que llevaron a aprobarlos con votos de parlamentarios de izquierda, centro y derecha—, los congresistas peruanos autorizaron cuatro retiros en solo ocho meses: dos en abril, uno en mayo y otro en noviembre de 2020.
En mayo de 2021 e igual mes de 2022 fueron los turnos del quinto y sexto retiro. A esa altura, las salidas de flujos sumaban más de US$ 25.000 millones, más de la mitad del saldo acumulado en el sistema a la fecha. El séptimo se ejecutó en mayo del año pasado y en septiembre de este año se autorizó el octavo, el que se materializará durante los próximos meses. Lo curioso e irónico es que este octavo retiro fue aprobado menos de un año después que el mismo Congreso votara a favor de una ley… que prohibía los retiros, en una prueba más de que el realismo mágico es el libreto tácito que aún rige los hilos en América Latina.
Hasta ahora, los siete primeros retiros han desfinanciado al sistema en más de US$ 33.000 millones y se espera que el octavo sume otros US$ 9.000 millones. Esto significa que en apenas cinco años se habrá esfumado el 55% de los activos administrados por el sistema de capitalización individual peruano, que partió en 1993 y en el que participan 9,5 millones de afiliados.
Un dato aún más dramático es que después del octavo retiro, ocho millones de afiliados peruanos (cerca del 85% del total) se quedarán con saldo cero o prácticamente cero en su cuenta individual, ya que los últimos retiros han permitido sacar hasta el equivalente de US$ 5.000 en soles. Esto hace imposible la construcción de una pensión que siquiera aspire a tener tasas de reemplazo razonables en un horizonte de 20, 30 o 40 años. Con dos agravantes: en Perú se sigue cotizando el 10% del sueldo imponible (algo que en Chile, más tarde que temprano, comenzará a elevarse, hasta llegar al 14,5% a fines de la década) y la tasa de cotizantes respecto del total de afiliados es de apenas 38% (en Chile está más cerca del 55%).
Las consecuencias de esta política pública irresponsable, demagógica y regresiva (el 60% de los retiros los han realizado los cotizantes de mayores ingresos en Perú) son graves y concretas, y han sido advertidas ampliamente por el mundo financiero privado e incluso la autoridad monetaria de ese país.
Por de pronto, el mismo Banco Central peruano ha explicitado un aumento en las tasas de interés locales, así como una construcción ineficiente de los portafolios futuros (ya que se privilegian los activos locales y aquellos menos líquidos) y una menor liquidez del mercado de capitales peruano, lo que afecta a empresas, inversionistas y trabajadores.
A nivel del monto de las pensiones, se anticipa una disminución irreversible para todas las edades, aunque el efecto principal se amplifica a mayor cercanía de la jubilación. Por ejemplo, un trabajador promedio de 40 años recibiría una pensión 48% menor si se mantienen las mismas condiciones de ahorro y rentabilidad que antes de los retiros.
A nivel macroeconómico, la destrucción en los hechos del sistema de capitalización individual (y la casi nula posibilidad de seguir profundizando el modelo) implicará una presión creciente por un mayor gasto fiscal futuro y un deterioro en la posición fiscal de Perú y en su calificación crediticia.
Pero todo eso da lo mismo. Al final del día, el irrefrenable deseo del gasto presente tiende a imponerse siempre por estos lados a la responsabilidad racional y fome del ahorro para los tiempos futuros. Así ocurrió en Perú y así también pasó en Chile.
La historia de ambos países recuerda a Alicia, el inolvidable personaje creado por Lewis Carroll, que de pronto se transporta a un mundo de fantasía, cuando le pregunta al Gato de Cheshire qué camino debe tomar. “Depende a dónde quieras ir tú, Alicia”, le responde el felino.
Está claro a dónde quisimos ir nosotros. (El Mercurio)



