La ONU es un organismo controversial. De poca eficacia, pero necesario. Su aporte real para los fines que fue creado -mantención de la paz mundial- es escaso, volátil, casi marginal. Sin embargo, es una especie de ícono de la representatividad mundial. La mayoría de las naciones del planeta quieren tener diplomáticos acreditados ante la sede central y sus organismos especializados. Jefes de Estado y de gobierno gustan de darse una escapada anual a Nueva York, en septiembre, para hablarle a sus pares y contarles cómo ven el mundo. La ONU genera un micro-clima que invita a desplegar lo declarativo.
Sin embargo, rara vez les importa si alguien los escucha. Casi todos hablan ante salas semi-vacías. Entre los asistentes se observa más interés en conciliábulos y conversaciones entre sí. O bien, indisimulado interés en sus dispositivos tecnológicos. Antes, casi todos portaban libros y periódicos.
Hace algunos días se inauguró la 80 Asamblea General y, si bien se observó el mismo ambiente, esta vez, la asistencia de estadistas rompió un récord. 143, entre jefes de Estado y gobierno. El elevado número es reflejo del interés en las circunstancias mundiales. Hay preocupaciones diversas.
La principal es la dificultad para comprender las raíces y la naturaleza de la nueva Guerra Fría que comienza a instalarse. Dificultad inserta en una nebulosa. Todos quieren entender mejor cuáles son los temas que definen la nueva etapa. Se asume que ya no son más las ideologías ni los bloques militares. Dan por sabido que la realidad geopolítica ha cambiado, pero la hibridez de los numerosos focos de conflictividad los hace impenetrables.
Por ejemplo, los países occidentales, especialmente aquellos que han construido democracias liberales -y que creen habitar la región del Bien- están cada vez más temerosos del futuro del régimen que se han dado (y que consideraban impermeable). Inmigración descontrolada, baja natalidad, creciente olas nacionalistas y otros temas escabrosos, los abruma. Por extensión, ven con inquietud el presente y futuro de la ONU, así como de toda la arquitectura multilateral creada, básicamente por ellos, desde finales de la Segunda Guerra. Como si fuese sacado de una tragedia griega, los más pesimistas asocian el destino de la ONU con el de la Sociedad de las Naciones; ese foro de inicios de siglo, impotente frente al desmembramiento de países, la invasión a China o inactivo ante cuestiones complejas como el abandono del Tratado de Locarno por parte de Alemania.
Los países africanos también viven vicisitudes muy distintas a las de antaño, lo que agrava la crisis del multilateralismo. Esfumada la idea de un socialismo con incrustaciones marxistas, e incluso leninistas, la Angola moldeada por Fidel Castro es cosa del pasado. Lo mismo Mozambique y demás excolonias portuguesas. Ya no quedan vestigios de las ideas “progresistas” de Lumumba, Sekou Turé y tantos otros. Y lo que parecía inconcebible, excolonias francesas han empezado a cortar vínculos con su antigua metrópoli. Burkina Faso, Níger y Malí expulsaron a los asesores militares galos y se asociaron con Rusia. De paso, anunciaron su retiro del Tribunal Penal Internacional. Congo y Ruanda decidieron entenderse con Trump para formar la paz. Toda una suerte de “experimentalismo” que no gusta a Occidente.
Asia se ha transformado en un avispero. Ha devenido en una suerte de continente guerrero. El problema es que allí están enfrentados países con capacidades nucleares y misilísticas. Pakistán e India tuvieron un duro enfrentamiento bélico hace pocos meses, que, no gracias a la ONU, sino a gestiones del gobierno estadounidense, lograron detener. El Mar Meridional de China en cualquier momento estalla. Otros avisperos cercanos a ellos están en el Medio Oriente. Yemen, Irán, Irak, Líbano y, desde luego, Gaza.
Incluso América Latina se empieza a sumir en una nueva crisis existencial. Venezuela plantea un gran dilema para la región. ¿Apoyar una dictadura o una intervención militar?, en caso de una guerra entre Venezuela y Guyana, ¿cómo se articularán los bandos de apoyo a uno y otro? Aunque lo más dramático será esa nueva línea divisoria llamada lucha contra el crimen organizado.
En nada de esto, la ONU juega un papel relevante. Salvo una cuidada retórica pacifista. “Brújula moral y faro de los DD.HH.”, ha dicho su secretario general, el portugués Antonio Guterres. Insuficiente aspiración a la hora de pensar en sus desafíos.
Eso lleva a asumir que la ONU se juega bastante de cara al futuro. A su evidente dificultad de liderazgo actual, se agrega una grave crisis financiera. Cien mil funcionarios han dado origen a una burocracia hipertrofiada, imposible de mantener sin el apoyo de EE.UU., asunto agravado por la disminución de aportes de Washington y de varios otros países. Curioso dilema eso de ver en EE.UU. la fuente de todos los males de la ONU y no poder vivir sin sus contribuciones económicas.
Es cierto que se han hecho propuestas para mitigar este agudo problema de costos. Sin embargo, reducir en algo más de dos mil las plazas laborales y relocalizar sus actividades a ciudades más “baratas” como Bangkok, Valencia o Nairobi, no van a la médula del problema. Además, no hace falta ser pitoniso, pero estas propuestas disminuirán el interés funcionario. Trasladar oficinas a países africanos o asiáticos, le hará perder glamour.
Por todo este conjunto de materias, el eje de la 80 Asamblea ha sido practicar una diplomacia simbólica. Gestos, compromisos verbales, rituales, anuncios impracticables e inconducentes.
Pese a todo, el cuadro descrito no amilana a interesados en suceder a Antonio Guterres; hecho a ser definido el próximo año. Hay indicios que debería ser alguien de un país latinoamericano y quizás una mujer. La candidata más fuerte es en este minuto la diplomática y economista costarricense, Rebeca Grynspan, con vastísima experiencia en las instancias políticas de la ONU. Los dados también podrían inclinarse por el argentino Rafael Grossi, quien ha manejado con bastante idoneidad la Agencia de Energía Atómica en momentos particularmente difíciles.
En síntesis, la Asamblea General sigue buscando afinar el sentido de su existencia. Ciertamente ya dejó de ser el escenario de personajes exóticos, como el libio Muammar el Gaddafi, que se instalaba en Nueva York con su carpa beduina y vociferando contra “el imperialismo” en el podio. Más de una vez dijo que el Consejo de Seguridad era una réplica de Al Qaeda; “Consejo del Terror”. Tampoco se observan excentricidades, como las maratónicas cuatro horas de Fidel Castro en 1960, en lo que fue el más largo discurso jamás pronunciado allí. O la folklórica exclamación “huele a azufre” de Hugo Chávez al concluir el discurso de G. Bush hijo.
El futuro de la ONU no se ve auspicioso y su 80 Asamblea General no contribuyó a despejar las dudas sobre el porvenir. (El Líbero)
Iván Witker



