La ministra vocera de gobierno lo hace nuevamente. Después de una semana bajo el escrutinio público por sus atrevidas declaraciones que cuestionan su prescindencia como autoridad de gobierno, ha decido defender al ministro de Seguridad Pública, Luis Cordero, quien consideró que, gracias a su gestión, los índices de criminalidad y delincuencia se han “normalizado”. Para ello, Camila Vallejo optó por declarar, en un tono de actuada victimización, que lo que ellos han tenido que hacer “no se lo desean a ningún otro Gobierno”. Según ella, recibieron índices de seguridad paupérrimos, a los que tuvieron que hacerle frente de manera heroica y admirable -querrá que nosotros creamos- y con un compromiso patriótico y servicial, supuestamente intachable.
Estas declaraciones, además de ser algo graciosas por su desfachatez, son tremendamente graves, no sólo porque dan cuenta de la total ignorancia y superficialidad que domina a la generación gobernante, sino que, también, porque evidencia el cinismo y la falta a la verdad en los que está dispuesta a incurrir la vocera de gobierno.
En primer lugar, la frase es absurda porque cualquier ciudadano de nuestro país sabe que los índices en seguridad están lejos de estar “normalizados”. Para sólo dar un índice, el mes de agosto de este año se cerró con un 53% más de homicidios, vinculados al crimen organizado, que el año pasado. Esto da cuenta que la actual administración no sólo pierde comparándose con otros gobiernos, sino que, incluso, es derrotado contra sí mismo. Con todo, las quejas de Vallejo no sólo son cuestionables por su incapacidad de gestión en términos de seguridad, sino también en términos sociales. Porque de ser tan extraordinarios para solucionar índices catastróficos ¿por qué no han sido capaces de superar sus propias metas en la reconstrucción de Valparaíso? (sobre todo, cuando ella misma posó como “ministra de enlace” cuando el drama de la V Región era, aún, noticioso). Esto, simplemente, para dar un solo ejemplo.
Camila Vallejo implora clemencia bajo la clásica victimización progresista, con el argumento de que “a nadie le ha tocado lo que a ellos como Gobierno”. Sin embargo, cuando otras administraciones sufrieron pandemias sanitarias globales y uno de los desórdenes políticos más violentos de nuestra historia reciente -azuzado y aplaudido por ella y sus colegas- ¿acaso se destacó, entonces, por el mismo espíritu republicano, cooperativo y de servicio público del que ahora alardea? Esta pregunta es importante porque su respuesta dará cuenta de sus verdaderas credenciales democráticas. Camila Vallejo no sólo miente, sino que manipula la opinión pública al desvincularse de su responsabilidad política en el flagelo actual que muchos chilenos debemos sufrir en términos de delincuencia, desorden, desconfianza ciudadana y debilidad institucional. La ciudadanía tiene la responsabilidad de recordar que fue ella, como autoridad política, junto a sus compañeros, quienes amenazaron con la destrucción de nuestra democracia, soberanía nacional, seguridad pública y tradiciones nacionales.
El gobierno actual y su vocera no sólo son responsables de lo que hoy sufren los ciudadanos por haber sido los promotores de la violencia y el obstruccionismo, sino que son negligentes a la hora de solucionar los verdaderos problemas de los chilenos, sobre todo si estos no logran obtener la tan deseada popularidad. Con todo, Camila Vallejo los suyos, sí le desearon esto, y mucho más, a otros gobiernos. Es más, no satisfechos, intentaron hacerlo una realidad. Pero hoy, sin ningún pudor, se disocian de los ideales que los inspiraron hace no más de cuatro años y que, de seguro, los movilizarán en el futuro.
La vocera de gobierno falta a la verdad y, con ello, a la probidad exigida al órgano encargado de hacerla valer. Vallejo ha hecho uso de nuestras instituciones para debilitar la verdad, tergiversándola e imponiéndola como un elemento más de censura y manipulación. El comportamiento reciente de Camila Vallejo, ya sea por la falta a la prescindencia, o a la probidad, demuestra su nulo compromiso con los verdaderos ideales democráticos. Algo que, lamentablemente, goza de total coherencia con la ideología que la inspira: el marxismo-leninismo. (El Líbero)
Antonia Russi



