Recientes declaraciones —de Jorge Desormeaux y las reacciones que apenas ayer le siguieron— alertan acerca del hecho de que una eventual elección de José Antonio Kast desataría una reacción violenta, una resurrección de octubre.
El mensaje detrás de esto es flagrante: si la paz social es deseable, entonces la mejor alternativa es Matthei. O, dicho de otro modo, como Kast desataría un desorden y una revuelta social, entonces hay que evitar que gane, y para ello hay que votar por Evelyn Matthei. El diseño parece inmejorable: los opositores de Kast, vengan de donde vengan, si quieren evitar el desorden, deberían votar por Matthei.
¿Es correcto ese diseño?, ¿es leal con la competencia democrática?
Por supuesto que no.
Desde luego, no es correcto predecir un estallido de violencia o desasosiego si gana este o aquel candidato, insinuando así una razón para que no se le prefiera. Y no es correcto porque entonces se instituye con poder de veto sobre las candidaturas a aquel sector de la población que esté dispuesto a hacer desórdenes y ejercer la violencia. ¿Adónde llegaríamos si bastara que un sector de la población insinuara rebelarse si gana este o aquel candidato, para que los rivales de este último usaran esa amenaza como recurso para competir? Es fácil comprender que entonces el juego democrático desaparecería y se transformaría en un juego con cartas marcadas ex ante contra uno de los competidores.
Se dirá que cuando se dice que si gana Kast habrá desórdenes, se está haciendo una predicción fáctica, puramente empírica, se está describiendo un simple hecho y nada más que eso.
Parece una explicación razonable; pero no lo es.
Porque ocurre que en la competencia democrática lo que los partícipes y quienes los apoyan (los de Matthei, los de Jara, los de Kast y cualquier otro) deben declarar una y otra vez es que cualquiera de los competidores tiene derecho a gobernar si logra para sí la adhesión mayoritaria de la ciudadanía, y todos ellos deben declarar ex ante que obtenido el triunfo en las urnas cualquier reacción que quiera torcer ese resultado mediante la acción directa o la revuelta o la calle o lo que fuera, es simplemente ilegítima y deberá ser rechazada por todos, incluso, cuando llegue la hora, por los derrotados. En vez de decir que su elección apaciguará una probable revuelta de un sector a quien supuestamente la elección de Kast enardecería, el deber de los competidores, de cada uno de ellos, es declarar formalmente que cualquier resistencia a la voluntad declarada en las urnas en la calle, mediante protestas o intentando revivir octubre, será simplemente inaceptable.
Y no se trata, desde luego, de defender a José Antonio Kast o a quienes lo rodean, se trata de defender las reglas de la competencia política.
Se hace un flaco favor a la competencia política cuando se agita el fantasma del desorden o de la violencia para el caso que gane este o aquel. En la vida social y especialmente en la política, tiene validez la profecía autocumplida: alguien predice que algo va a ocurrir y las probabilidades de que ocurra se incrementan. Basta entonces que alguien diga que si gana Kast sobrevendrá el desorden, para que las probabilidades de que el desorden ocurra aumenten. Por eso, hay algo de irresponsabilidad objetiva cuando se plantea esa posibilidad como una que los ciudadanos han de considerar a la hora de formular sus preferencias en la soledad de la urna. Se tiende una amenaza impersonal sobre una de las opciones que es incompatible con la vida democrática.
La competencia política requiere lealtad de todos los partícipes, y ello supone una regla de justicia procedimental. En democracia no se sabe cuál es el resultado justo; pero todos se comprometen ex ante a que, si se respetan las reglas de la competencia y los derechos fundamentales como hasta ahora ha ocurrido, entonces fuere cual fuere el resultado, él debe ser considerado justo y digno de obediencia.
No otra cosa es eso de vox populi vox dei. O como prefería decir Séneca, sacra populi lingua est, la voz del pueblo es sagrada. (El Mercurio)
Carlos Peña



