La última milla del desarrollo-Claudio Hohmann

La última milla del desarrollo-Claudio Hohmann

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Se aproxima a pasos agigantados la elección presidencial, la novena de una serie ininterrumpida desde 1989. Restan 16 semanas para la trascendental primera vuelta, cuyos dos ganadores disputarán el balotaje un mes después.

La contienda electoral se desarrolla en un contexto cargado de pesimismo. Por momentos, pareciera que Chile se aproxima a un precipicio del que ya no podrá escapar. Hemos sido presa, se afirma no sin razón, de la trampa en la que caen la mayoría de los países de ingresos medios, de la que muy pocos -son contados con los dedos una mano- han logrado salir para alcanzar el desarrollo pleno.

Y, sin embargo, a ese pesimismo larvado se contraponen las extraordinarias oportunidades que se han abierto últimamente para la economía chilena, que ponen al país de cara a uno de los futuros más promisorios que le hayan aguardado en décadas.

Se trata de dos visiones contradictorias que de buenas a primera no parece posible conciliar. O usted está del lado de los que creen que ya no tenemos vuelta y que seremos una nación más de una región en la que el desarrollo pleno brilla por su ausencia, o, por el contrario, del lado de los que no se amilanan con las malas noticias que abundan en nuestro entorno, confiando en que la economía volverá a recuperar el vigor del que hizo gala no hace tanto.

Los pesimistas se nutren de la expansión del crimen organizado, que se enseñorea en no pocos lugares del territorio nacional, y de las barreras infranqueables que impone el estado permisológico al crecimiento económico. Los optimistas, en cambio, se alimentan del indiscutible potencial que presenta el país para la inversión extranjera en sectores como la minería, la infraestructura y la agroindustria, entre otros, que por su magnitud sería capaz de desbordar el macizo dique de la permisología.

Lo cierto es que Chile está mucho más cerca de la meta de ser un país desarrollado -a la que aspiró no hace tanto- de lo que la autopercepción de nación subdesarrollada, y hasta fallida, nos sugiere. Las cifras lo muestran expresivamente. Tómese, por ejemplo, el ranking del PIB per cápita (corregido por paridad de precio de compra y horas trabajadas) publicado la semana pasada por la revista The Economist.

Allí se informa que ese indicador alcanza en el caso de Chile -quizá usted no lo crea- a los US$36.300, el segundo más alto de Sudamérica. Si durante el próximo gobierno la economía creciera al 3% anual -una tasa de crecimiento al alcance de la mano si el sistema político se lo propusiera- el país superaría por primera vez en su historia un PIB per cápita, medido de la forma como lo hace la referida revista, los US$40.000, una cifra que lo pondría en la parte inferior del grupo de países desarrollados.

Pero, ¿y qué de la desigualdad? Pues bien, la desigualdad de ingreso se ha situado a tiro de cañón de un coeficiente de Gini de 0,4 como el de Estados Unidos, uno de los países más desarrollados del mundo. Una correcta implementación de la reforma de pensiones y los resultados que se esperan de ella, entre otras iniciativas, podrían posibilitar la reducción de la desigualdad al rango que es compatible con la condición de un país desarrollado (coeficiente de Gini igual o inferior a 0,4). Se trata de un objetivo exigente, quizá tanto o más que el del crecimiento, pero que tampoco asoma imposible.

Aunque el pesimismo reinante lo contradiga, todo esto podría ocurrir en un plazo más corto que largo, incluso en el curso de una década y un poco más. Sería la “última milla” que el país debe recorrer antes de alcanzar el desarrollo pleno. Hacerlo no es algo que esté fuera de nuestras posibilidades, ni mucho menos. Depende del sistema político y de sus liderazgos que Chile pueda cubrirla exitosamente. Debiera ser la tarea prioritaria del próximo gobierno y del Parlamento. Y para acometerla deben ser elegidos aquellos con capacidad para tomar decisiones con ese objetivo y de ejecutar las acciones que de ellas se deriven.

En última instancia, son los electores los que elegirán en unos meses más a los conductores de la última milla del crecimiento. Debieran hacerlo sabiendo que la meta no se encuentra más lejos, como solemos convencernos, sino que en realidad está más cerca que nunca. (El Líbero)

Claudio Hohmann