La DC camina hacia su autodestrucción-Jorge Schaulsohn

La DC camina hacia su autodestrucción-Jorge Schaulsohn

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Hubo un tiempo en que la Democracia Cristiana fue el partido más influyente de Chile. No solo porque eligió presidentes o porque arrasó en elecciones parlamentarias, sino porque encarnó una visión integral de país: un Chile cristiano, reformista, democrático y humanista.

  • Una alternativa progresista al marxismo, y una ruptura con el conservadurismo. No fue nunca un partido confesional, pero sí profundamente vinculado a la Iglesia Católica, cuyos feligreses conformaban una parte esencial de su base social. Fue, por décadas, el gran articulador del centro político, el eje de la gobernabilidad chilena.
  • Su momento de gloria tuvo un nombre: la Revolución en Libertad de Eduardo Frei Montalva (1964–1970), probablemente el único proceso de transformaciones estructurales verdaderamente exitoso, profundo y pacífico en la historia republicana de Chile. Para el país de esa época, fue una revolución en toda regla: reforma agraria, sindicalización campesina, promoción popular, chilenización del cobre, expansión de la educación pública.
  • Nunca antes ni después se hicieron tantos cambios estructurales sin romper con la institucionalidad democrática. Y lo más importante: con una legitimidad indiscutible, dado que Frei Montalva ganó con mayoría absoluta y su partido obtuvo una contundente mayoría parlamentaria.

La fractura. La DC pasó a ser el blanco tanto de la derecha como de la izquierda. Para los sectores conservadores, había abierto las puertas al marxismo. Frei fue bautizado como el “Kerensky chileno”, en alusión al líder menchevique cuya tibieza, según la ortodoxia soviética, permitió el ascenso de Lenin. P

  • Para la izquierda, en cambio, la Revolución en Libertad fue vista como una estrategia tutelada por Washington para contener las aspiraciones del movimiento popular: una operación “pequeñoburguesa” destinada a preservar el orden social.
  • Este doble cuestionamiento fracturó a la DC. El surgimiento de la Teología de la Liberación radicalizó a muchos de sus cuadros dirigentes. En 1969 nace el MAPU, escisión juvenil que consideraba a la DC demasiado moderada.
  • Luego vendría la Izquierda Cristiana, nacida al calor del gobierno de la Unidad Popular, cuyo programa coincidía en varios puntos con el de Radomiro Tomic, el candidato DC derrotado en 1970. La base social de la Democracia Cristiana se tensionó al límite entre el miedo al marxismo y la simpatía por los ideales de justicia social.
  • El punto de quiebre vino en 1973, cuando un sector mayoritario del partido —incluidos Frei y Patricio Aylwin— decidió apoyar el golpe militar contra Salvador Allende. Fue una decisión dramática, tomada tras meses de intentos fallidos por encontrar una salida institucional.
  • Lo hicieron convencidos de que se trataba de un paréntesis breve, una intervención quirúrgica para restaurar el orden. Pero fue un error trágico. La brutalidad de la dictadura, la sistemática violación de los derechos humanos y la demolición de la democracia marcaron a fuego la conciencia del partido. Ese trauma es clave para entender su conducta en las décadas siguientes.

La penitencia. La DC fue clave en la recuperación democrática —lideró el No, formó parte de los gobiernos de la Concertación y contribuyó decisivamente a la derrota de Pinochet—, jamás se sacudió del todo el peso de su pasado. Cargó con una culpa que se volvió política: la necesidad constante de “expiación”, de compensar su “pecado original”, la llevó a desarrollar una relación asimétrica con la izquierda. Desde entonces, sus alianzas han estado condicionadas por esa lógica penitencial.

  • Nunca más quiso ser acusada de “hacerle el juego a la derecha”, aunque la derecha de hoy no tiene nada que ver con la de 1973. Por eso cualquier entendimiento con la centro derecha se transforma en anatema, en traición. Pero a la izquierda le pueden permitir y perdonar todo, incluyendo al partido comunista.
  • Esa dinámica explica por qué, incluso cuando fue el partido más votado de Chile, la DC se mostró siempre más dispuesta a ceder que a liderar. Era el “partido bisagra”, indispensable para formar mayorías, pero incapaz de imponer una agenda propia.
  • Con los años, su peso se fue diluyendo. Primero por el surgimiento de nuevas sensibilidades progresistas más modernas, seculares y feministas. Luego por su propia incapacidad de renovar liderazgos y propuestas. Se volvió un partido viejo en un país joven.

Vagón de cola del oficialismo. Hoy, la DC apenas una sombra de sí misma. Ha perdido a la mayoría de sus diputados y senadores, muchos de los cuales han migrado a Demócratas, una escisión que, sin complejos ni traumas, pacta con Chile Vamos. Su único expresidente vivo, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, ya no se siente representado por el rumbo que ha tomado el partido.

  • La DC vive una lenta agonía, mendigando cupos en una lista única con las izquierdas, sin voz, sin agenda, sin alma.
  • Lo más dramático es que ni siquiera ha tenido la dignidad de establecer exigencias programáticas mínimas para pactar.
  • Mientras el PPD exige garantías antes de respaldar a Jannette Jara, algunos diputados DC ya se subieron a ese carro antes de que hablara siquiera la Junta Nacional. No hay estrategia, ni identidad, solo desesperación.
  • Políticamente, la DC está en tierra de nadie. Su base tradicional —sectores populares aspiracionales, moderados, católicos— se volcó hacia la derecha. Las nuevas generaciones urbanas y progresistas prefirieron alternativas más nítidas: el Frente Amplio, el PS, incluso el PC. La DC quedó huérfana, atrapada en un mapa político polarizado, sin clientela ni relato.
  • La culpa y la necesidad han terminado por convertirla en un vagón de cola del oficialismo, obligada a respaldar una candidatura del Partido Comunista sin condiciones ni contrapartidas. Ya no lidera ni propone. Solo sobrevive. El partido que alguna vez encarnó una esperanza de transformación democrática hoy se arrastra sin dignidad, enredado en una atracción fatal hacia la izquierda. (Ex Ante)

Jorge Schaulsohn